El origen histórico de la palabra amor

El origen histórico de la palabra amor

DIÓGENES CÉSPEDES
El domingo 23 de abril de 2006 el periódico Hoy, en su página 2, copiaba un cable que le sirvió la Agencia Efe en el cual se decía lo siguiente: “La palabra ‘amor’ ha sido elegida como la más bella de la lengua española por 41, 022 internautas hispanohablantes convocados durante el mes de abril por la Escuela de Escritores de España.”

El periódico dominicano tituló la noticia del despacho así: “Amor”, la palabra más bella del español, según internautas. Y el segundo párrafo de la noticia reza así: “Con 3,364 votos, “amor” resultó la palabra ganadora seguida de “libertad” (1,551), “paz” (1,181), “vida” (1,100), “azahar” (906), “esperanza” (899), “madre” (847), “mamᔠ(826), “amistad” (728), “libélula” (544), “amanecer” (522), “alegría” (480) y “felicidad” (406).

Aunque quienes leyeron el despacho de prensa publicado en el matutino dominicano quizá ya olvidaron su contenido, es necesario reactivarles la memoria y preguntarles por qué no aparecieron, con igual o más alta frecuencia que “amor” y los demás vocablos elegidos por los internautas, otros vocablos como guerra, odio, violencia y sus derivados. Me atrevo a responder que resultó así porque el estado natural del ser humano es el amor y la paz y sólo a su través se levantan los pueblos y naciones en su grandeza. La guerra la desatan unos señores que se odian a sí mismos y odian a los demás y procuran su destrucción, sin que importen las motivaciones que se aduzcan para justificar los conflictos bélicos.

Sobresale en la pequeña encuesta entre los internautas que a la frecuencia de aparición del vocablo amor hay que agregarla la de madre y amistad, pues son karma, es decir, causa y efecto de lo mismo. Y emparentarle paz, alegría y felicidad, que no florecen donde hay guerra, sino donde se da y se recibe amor.

Y le pruebo al lector que esta relación entre todos esos vocablos tiene su historia en el origen mismo de la palabra amor. En su “Diccionario etimológico indoeuropeo de la lengua española”, sus autores, Edward A. Roberts y Bárbara Pastor (Madrid: Alianza Editorial, 1997, p. 9, col.2) atestiguan la filología indoeuropea de amma (voz que se redujo a am, y cuyo significado es madre y ama en griego; la cual da por resultado en latín amo=amar; también de esta deriva en latín amicus=amigo, y finalmente, en el latín medio derivó en amma,=madre y ama, como en un círculo vicioso que se resiste a morir.

Pero es Émile Benveniste, en El vocabulario de las instituciones indoeuropeas (París: Minuit, 2 tomos, 1969) libro no traducido al español, si no yerro, donde se encuentra, (en tomo 1, capítulo 4, p. 335-353) con amplios detalles la filología de la palabra philos.

Como este artículo no es un tratado erudito, resumo para toda clase de lector, lo que dice Benveniste sobre el tema que nos ocupa. Espero que este sabio sea tan claro para mis lectores como yo lo percibo: “Los valores específicos de ciuis ‘conciudadano’ en latín, heiwa- ‘grupo familiar en gótico, ´seva- ‘amistoso’ en sánscrito, suponen, para el ejemplo de *keiwo, que esas palabras permiten reconstruir, una significación donde se reencuentran nociones sociales y valores de sentimiento.

“Los empleos, principalmente homéricos, del griego philos y de sus derivados conllevan el mismo testimonio, a poco que se capte el valor pleno. Valor social primero, y ligado en particular a la hospitalidad -el huésped es philos y se beneficia del tratamiento específico designado por philein ‘hospedar’-, pero también a otras formas de compromiso y reconocimiento mutuos: philein, philótes pueden implicar el intercambio de juramentos, y philema designa el ‘beso’ como forma convenida de saludo o de acogida entre philoi. Algunos valores afectivos aparecen con los empleos que califican relaciones internas al grupo familiar: philos ‘querido’, philótes ‘amor’.

“Tales son los valores constantes de philos y del análisis minucioso de los pasajes donde philos califica objetos permite hacer justicia a la ilusión, tan antigua como la filología homérica, de que philos haya podido equivaler a un simple posesivo.”

Nos resta, en este ejercicio de vulgarización, regresar en un próximo artículo a la filología de la palabra belleza, a fin de demostrar los meandros semánticos ambiguos que este vocablo ha tomado en todas las culturas. Básteme decir por ahora que la palabra bello y todos sus derivados son una ilusión, idéntica a la de la palabra ritmo o a la de amor, que Benveniste ha exhumado para claridad de las inteligencias de Occidente. Como palabra, existe lo bello y la belleza, pero como realidad es una ilusión de los sentidos. Como discurso existen lo bello y la belleza, pero como un concreto pensado, ¿bello con respecto a qué?, exclamaba Roland Barthes. Desde que el mundo es mundo y existen los discursos como memoria, millones de personas han muerto o han sido víctimas de violencia a causa de esta ilusión de los sentidos. La ideología que las diferentes culturas del mundo han construido sobre estos vocablos de bello y belleza, y la fabricación de mitos y fábulas que les son anejos, han guiado a príncipes, artistas y gente común, a cometer los crímenes más espantosos y a caer en los errores más costosos. Véase, si no, el estudio de esa noción ideológica de lo bello y la belleza en la obra maestra de la estilística que es el libro S/Z de Roland Barthes publico por Siglo XXI de México.

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