El otro mambo

El otro mambo

POR ALEXIS MÉNDEZ
Cuando los hermanos López, Orestes e Israel (Cachao), hacían sus experimentos, decían que estaban mambeando, o conversando con los dioses. Estos obedecían a uno de los tantos orígenes  que se le ha asignado  a la palabra mambo, a la que la ubica como un vocablo congolés(lengua del congo) que significa  “conversación con los dioses”. Esto demuestra que el término  viene utilizándose desde antaño y no es exclusivo de nada ni nadie.

Con el objetivo de introducir la música bailable cubana de finales de los 30 a la clase alta, los hermanos López le añadieron a esta saxofones y trompetas, sustituyendo así el típico sonido de las charangas(flautas y violines). Los nuevos instrumentos se destacaron con creces en la tercera parte de los danzones. Además, Cachao, que es bajista, hizo hincapié en  destacar su instrumento, que en combinación  con los “vientos”, formaba un enlace melódico nunca antes obtenido, una mezcla de jazz y rumba, pero con un compás más marcado y más rítmico.

A esta parte del danzón, donde los metales ofrecen su mayor participación se le nombró “mambo”. De ahí se desprendió la música que embriagó a todo el mundo en los años 50, con Dámaso Pérez Prado a la cabeza, y con el concurso de grandes figuras de la música cubana. Pero también a partir de ese momento quedó establecido que a la parte de una pieza musical afrocaribeña donde se destaquen los instrumentos de vientos se le llamaría “mambo”. Así se le nombró a esta parte en el son, y posteriormente en la salsa, donde los trombones y trompetas excitaban e invitaban a bailar al más frívolo mortal.

Años después, el concepto se metió en el merengue. En esencia el mambo es el mismo jaleo con modificaciones. La primera vez que escuché la palabra mambo en el merengue fue a mediado de los 80. Jossie Esteban gritaba, y creo que todavía grita, “dame, dame mambo”, como señal de que los saxofones entraban en acción.

En los 90, las orquestas de merengue ofertaban piezas con arreglos sencillos. Muchos hablan de que estos años forman la etapa más oscura del merengue, donde había una aguda pobreza musical y lírica. Un merengue desechable, pero contagioso, donde la actuación de los saxofones y trompetas dieron un giro.

De ahí nace el nombre de “merengue con mambo”, y de ahí, la popularidad de uno de sus representantes, Peña Suazo, lo llevó a definirse como el rey del mambo.

A mí no me parece una ofensa. Peña Suazo es el rey de su mambo, y Pérez Prado del suyo. Son diferentes aunque involucren la misma palabra.

El mambo de los 50 es un género que hoy se escucha  con la energía suministrada por la nostalgia de una etapa de esplendor para la música latina.

En cuanto al mambo que lleva nuestro merengue  como apellido, esta es una expresión surgida de un concepto, que músicos y musicólogos deben respetar, porque no se puede ser recalcitrante ante la espontaneidad del pueblo.

Existe el mambo que llenó de esplendor al Palledium. También existe el merengue con mambo, nos guste o no. El error nace cuando queremos relacionarlos, siendo cuestiones diferentes.

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