El otro Simenon

El otro Simenon

POR GRACIELA AZCÁRATE
Henry Miller dijo sobre Simenon que no era “un optimista ni un pesimista, sino alguien que ve las cosas claras, en profundidad y con amplitud de miras, alguien que no juzga ni condena, que vibra constantemente al ritmo de la vida”.

La vida de Georges Simenon está llena de luces y sombras. Más allá las quinientas novelas y las diez mil mujeres con las que relata que se acostó, en un alarde machista en su correspondencia con Federico Fellini, es un hecho irrefutable de que su producción literaria fue en gran medida alimentaria y que tenía adicción a las profesionales del sexo.

Por pudor, o chauvinismo ciertos aspectos menos glamorosos del padre del inspector Jules Maigret han sido cuidadosamente olvidados.

El propio Simenon, se ocupó en vida de controlar cada detalle de su leyenda y despistó con textos autobiográficos en “Je me souviens” escrito a toda velocidad en 1940, cuando un médico le diagnosticó sólo dos meses de vida, “Pedigree” (1948), “Dictées” (sus veintiún dictados transcriptos entre 1975 y 1981) o “Mémoires intimes” (1981).

Una  biografía sin concesiones es la de Pierre Assouline, director de la revista literaria Lire.

La primera adulteración de su vida la inició su madre, que  no se resignó   a dar a luz a su hijo un viernes 13, y falsificó con su puño y letra la partida de nacimiento para hacerlo ver la luz el 12 de febrero de 1903.

Esa sería la única complicidad con el hijo, pues jamás quiso a  su primogénito, incluso cuando alcanzó el éxito, y prefirió toda la vida a su hermano Christian. La síntesis de su vida es tumultuosa: una madre conflictiva, un hermano muerto prematuramente, tres esposas, una hija que se suicidó a los 25 años, una acusación por colaboracionismo que lo atormentó hasta el final, el éxito internacional de su prodigiosa producción alrededor de mil relatos traducidos a unas ochenta lenguas, miles de mujeres, exilios y otros entretenimientos.

Pertenecía a una familia de clase media arruinada. Amaba a su padre, no así a su madre, Henriette, avara y ciertamente resentida. Obsesionada con la idea de tener una vejez segura, hubiera preferido que fuera ferroviario antes que artista.

Simenon conoció el éxito temprano y le enviaba a su madre una buena suma cada mes. Sin embargo, ella le devolvió todo, moneda a moneda, intacto. Es de imaginar la amargura que esto provocó en Simenon, cuyas relaciones con las mujeres siempre fueron intensas y difíciles. Alguna vez confesó haber tenido dos mil amantes, la mayoría prostitutas. Se casó dos veces, aunque pensaba que el matrimonio “es una institución estúpida e incluso inmoral”.

El mayor drama “un padre nunca se recupera”, escribió, fue el suicidio de su hija Mary Jo, a la edad de 25 años.

No pocos han visto en el afecto que Simenon profesaba por su hija algo incestuoso.

Su oportunista y a veces nefasta posición política es otro aspecto controvertido del novelista belga. 

Entre 1919 y 1922, escribiría unos 900 artículos periodísticos. Se ocupó primero de las querellas entre vecinos, peleas en bares o accidentes de tránsito. El joven cronista se volvió indispensable por su velocidad y su capacidad para abordar cualquier tema. Al año, tenía una columna humorística: un riguroso ejercicio de estilo que consistía en desarrollar la noticia más relevante del día, siguiendo siempre una misma estructura. Una de las acusaciones permanentes a su obra es el caracter antisemita que evidencia en el tratamiento de judíos y judías en sus novelas.

La jeune fille aux perles o Fou de Bergerac (ambos de 1932), Los 3 Rembrandt (1928), El noviazgo de M. Hire (1933) o Le petit homme d’ Arkhangelsk (1956), son botones de muestra del uso del estereotipo del judío codicioso y apátrida, una constante en las novelas de Simenon.

Una de las claves para entender el origen de este ensañamiento es que la madre del escritor, le reprochaba a su marido su falta de ambición y resolvió convertir la casa en una pensión para estudiantes sin consultarlo. Una tarde, al regresar de la oficina descubrió que el perchero estaba ocupado con ropa ajena y en el único sillón de la casa había sentado un extranjero. Como contaría Simenon en una entrevista con Eleonore Schralber, su familia debía conformarse con las sobras de la comida de los huéspedes. Estos jóvenes, que venían en su mayoría de Europa Oriental para estudiar en condiciones de extrema pobreza, eran muchas veces de origen judío.

Su biógrafo Assouline confirma que el rencor de Simenon nace de la humillación sufrida por su padre Désiré.

En 1924, dos años después de haber llegado a París, la escritora Colette le abre a Simenon las puertas del periódico Le Matin. Simenon supo adaptarse rápido, y empezó a ganarse el pan escribiendo novelitas eróticas bajo diecisiete seudónimos distintos. Mientras, su matrimonio con Régine Renchon, no le impedía vivir paralelamente, entre 1925 y 1927, un apasionado romance con Joséphine Baker, “el culo más célebre y deseado del mundo”, como la describiría en “Le merle rose” (1928).

En 1930, Simenon inventó a Maigret, un comisario que utiliza menos la deducción que la intuición, para quien lo esencial no es descubrir al asesino o vengar a la víctima; lo que le interesa es comprender al asesino.

Maigret es un personaje “plebeyo” que viene de la Francia profunda, del terruño, que conoce a los pobres y por eso los entiende; por esa misma razón desconfía de los burgueses y los notables, que importan el vicio de la ciudad para corromper la pureza de una vida rural con gente “de verdad”.

El éxito literario se convirtió pronto en cinematográfico, cuando en 1932 Jean Renoir llevó por primera vez a la pantalla la obra de Simenon con La nuit du carrefour.

Esta fama popular alcanzaría su pico en plena guerra mundial, otorgándole a Georges Simenon el sospechoso récord del escritor más adaptado de la Francia Ocupada.

A partir de 1944, acusado de colaboracionista, Simenon  muy inquieto empezó a dejarse ver leyendo por la calle el diario comunista L’Humanité. Su hermano se había convertido en miembro de Rex, una organización pro-nazi belga, y había dirigido la “Formación B”, una milicia que ejecutó a  27 resistentes con una bala en la nuca.

Sentado en un banco de la Plaza de los Vosgos del barrio de Marais, Georges Simenon escuchó decir a su hermano que tenía tres opciones: entregarse, exiliarse, o entrar en la Legión Extranjera. Hizo esto último y en 1947, Christian murió en una emboscada en Indochina.

La Dirección de la Policía Judicial dispuso en1945, su expulsión del territorio francés. Como muchos otros colaboracionistas, buscó refugio en Estados Unidos.

En 1945, se trasladó primero a Canadá y después a Arizona, en los Estados Unidos.

Se instaló en Lakeville, una pequeña ciudad de Connecticut, según creyó él “para siempre”, pero su estadía americana duró sólo diez años, una etapa marcada por su pasión por Denyse Ouinet, su joven secretaria canadiense en Nueva York, después su amante y luego su segunda esposa, se divorció de Tigy en 1950.

De esta relación en los Estados Unidos habrían de nacer dos hijos. Junto con ella, en 1952 emprendió una gira europea y cuando tres años más  tarde, Simenon decide volver a Europa, sienta su última residencia en Suiza (1955-1989).

Fueron años oscuros y dolorosos, acosado por el odio de la abandonada Denyse y destruido por la tragedia de su hija Marie-Jo, quien se suicidó a los 25 años, al cabo de reiterados tratamientos psiquiátricos.

En medio de la angustia y el desamparo, el escritor enfrentó los fantasmas de su infierno familiar con un deterioro moral y psíquico del que habrá de rescatarlo, una vez más, una mujer llamada Teresa, es italiana y atiende asuntos domésticos en su casa; humilde, joven y afectuosa, lo acompañará hasta su muerte, el 4 de setiembre de 1989, en Lausana.

Henry Miller dijo sobre Simenon que no era “un optimista ni un pesimista, sino alguien que ve las cosas claras, en profundidad y con amplitud de miras, alguien que no juzga ni condena, que vibra constantemente al ritmo de la vida”.

Su obra, escrita entre 1920 y 1972, es enorme: 80 Maigret, 115 “novelas duras” ,no policíacas y 200 “novelas populares” escritas con seudónimo.

George Simenon fue un trabajador nato. Ganó su primer sueldo con una novela corta, de las que se vendían en los kioscos, ‘’Le roman d’une dactylo’’, una novela escrita en una mañana del verano de 1924. Le siguieron 180 más.

Pero su personaje más famoso no nacería hasta unos años después. El comisario Maigret, que se adueñó durante casi treinta años de su vida. Sus héroes siempre fueron personajes muy normales, gente corriente que llevaba una vida corriente. En eso radicaba parte de su éxito.

Simenon aborda con gran maestría el problema del crimen pero desde un punto de vista más humano. Prefiere crear un fresco de los hombres y su ambiente, adentrarse en la vida y en las circunstancias de los protagonistas, que por regla general suelen ser fracasados.

La intriga policíaca termina creando un microcosmo enormemente pintoresco y rico en matices. Puertos brumosos, tugurios, mujeres dadas a la mala vida, burguesas refinadas, avarientos comerciantes, comparten las miserias de la sociedad y de las que ellos mismos forman parte.

Simenon siempre logró atraer al lector con su narrativa simple; frases cortas, casi demasiado escuetas y cuanto más escabrosa la escena, más seco el estilo. Esa fue una de las razones que le llevó a ser uno de los autores de novela policíaca más exitoso.

Entre sus mejores obras se pueden destacar: “El crimen del inspector Maigret”, “El ahorcado de Saint Polien”, “Una confidencia de Maigret”, “El hombre que miraba pasar los trenes”, “La extraña sirvienta” y “Maigret y el vendedor de vinos”.

En 1972, renunció a la novela y a la máquina de escribir para dedicarse a sus “Dictados” en grabadora, que ocupan 21 volúmenes.

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