El pacto de Juan Sabana

El pacto de Juan Sabana

POR PASTOR VÁSQUEZ
Vivió por estas tierras, muchos años ha, en el tiempo viejo, un hombre llamado Juan Sabana, que vino de “los-imbornales”, tal vez de Terra-Nova o Rincón Dorado, que era un marqués de las tinieblas, según decían las malas lenguas.

Báculo de caoba, sombrero de alas anchas, amarillo, de dril; camisa de gendarme rural, correa gruesa de cuero, botines blancos de charol, dientes de oro, anillos de plata en todos los dedos de la mano derecha, esa era la figura de Juan Sabana.

Era de hablar fino, con todas sus eses, y voz bajita, como el difunto Chapita, de ojos profundos y mirada azorada.

Tenía un caballito pequeño, de paso fino, ojos negros y redonditos. Era el caballito del mismo color de su amo, de manera que podían perderse en la oscuridad si no fuera por el sombrero amarillo de Juan Sabana.

Por los bajos de Manatí lo vieron una noche y por los bajos del río Toza lo vieron otra noche y después vino ese rumor.

Vivía más arriba de donde le llamaban Julupo, el villorio donde vivía Cibaito, el hombre que capaba los cerdos de mi padre. Se dice que en su casa habitaba una culebra que tenía tres cabezas y cantaba como un gallo.

La casa era verde, de un verde legendario, con piso de madera, y estaba rodeada de una arboleda espesa. Enfrente de la casa había un jardín, con una grama ordenada, con flores de manquilla, yerbabuena, siempre fresca, juana la blanca, anamú, malamadre, cundiamor, una cruz, y esas cosas…

Pedro Flores contó una noche, con su solemne voz de contador de esos misterios del averno, que Juan Sabana tenía un resguardo, que era invulnerable a las balas y que era más viejo que Matusalén, que venía de un viaje largo por el pasado, tal vez de la otra canturía de este mundo.

“Sí, señor. Ese hombre tiene un pacto con el enemigo malo. Él viaja a las islas inglesas, de allá, de donde son esos cocolos, sin montar un barco ni un avión”.

Cuando Pedro era un niño le pasó algo muy serio: Juan Sabana lo escogió como monaguillo de un culto al hombre aquel… El culto comenzaría a la 12:00 de la noche, debajo del bambú que está más allá del Caño, al lado del río Toza.

“Era un sancocho de siete carnes, con 17 víveres diferentes, compadre. Esa cañabrava sonaba como si se estuviera acabando el mundo… Yo sólo vi una cosa que parecía como un toro negro, pero no era toro, eso bajó volando rompiendo las ramas de la cañabrava y con unos gritos demoniacos…”

Pedro contó entonces que Juan Sabana se arrodilló y entregó una ofrenda, en una tinaja. Era una gallina negra con siete cabos de vela y 57 centavos.

Contó Pedro Flores que el enemigo malo pidió “unos pollitos”, y Juan Sabana sonrió con sus dientes de oro que brillaron con la luz del fuego.

“Ja-ja, ja-ja, ¿unos pollitos? ¿sólo unos pollitos? Yo tengo un criadero, eminencia”.

“Después, el hombre se hizo rico, se sacó la lotería, una, dos, tres, cuatro, cinco veces compadre, y yo lo veía ahí, complacido, jugando gallo, y no había un gallo que se topara con uno de mi padrino sin salir con un espuelazo de ojo a ojo, pero lo de lo pollitos taba pendiente”.

“¿Y usted cree que eran pollitos?, ¿pollitos, compai?, ¿pollitos hijos de la gallina? No, Don, eran cristianitos lo que pidió el enemigo malo.

“Y como Juan Sabana no tenía cristianitos, porque fíjese usted que ese hombre es viejo como un cascarón de jicotea, entonces la jaba la pagó una hija que vive de aquel lado de las lomas… Dizque, y no me crea a mí, eso lo dice la gente, se le fueron muriendo los muchachos uno a uno, y ni siquiera el curandero de Cruz Verde pudo salvarlos…”.

Ese hombre que era más viejo que Matusalén murió un día de Nochebuena, cuando venía en su caballo del corral de los bueyes. La gente dice que venía muerto encima del caballo desde un kilómetro atrás y el cadáver no se cayó del animal.

La noche que lo velaban una vaina venía arrasando por el monte, como queriendo tumbar los árboles y el caballito negro gritó desesperado, rompió la soga y corrió desesperado. Nadie jamás supo del animal, y la gente sacó imágenes del Cristo.

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