El padre Alemán, Brecht y la justicia

El padre Alemán, Brecht y la justicia

JACINTO GIMBERNARD PELLERANO
Tiene el jesuita José Luis Alemán la facultad de revolver las tormentosas aguas de mis inquietudes filosóficas, por más que él se interne en las penumbras de la ciencia económica. Esta vez, leyendo su “Nostalgia de una justicia mayor”, publicada el reciente viernes 6 de mayo en la sección de Economía de este periódico, me sacudió al afirmar: “Los creyentes en causas nobles corren el peligro de absolutizar sus verdades, y lo que es más grave, de convertirse en inquisidores contra quienes piensan de otra manera. La historia de las religiones y de las revoluciones, desde la francesa hasta la rusa, testifican estas tendencias (…) lo mismo sucede con el catolicismo de derecha y con el islamismo fundamentalista (…) negadores del derecho de sobrevivir o de actuar de quienes piensan de otra manera”.

De estas consideraciones pasa a referirse a Bertolt Brecht (1898-1956), inquietante y brillante autor dramático alemán, además de poeta, novelista y ensayista. Brecht, marxista convencido y enemigo acérrimo del nazismo, tuvo que emigrar en 1933, regresando a su patria al fin de la Segunda Guerra Mundial.

El Padre Alemán se refiere a dos obras dramáticas de Brecht: “La buena persona de Sezuán”, y “Madre Coraje y sus hijos” (“Der Gute Mensch von Sezuán”, y “Mutter Courage und Ihre Kinder”).

Las dos obras plantean terribles incógnitas a las cuales el autor no da respuestas –tal vez porque son imposibles– ¿Puede un hombre bueno vivir en el mundo tal como éste aparece? Al final del primer drama, Brecht pide la intervención del público y lo invita a buscar por sí mismo una solución.

La acción se desarrolla en China y se podría resumir de este modo:

Tres dioses supremos han sido enviados a la tierra para encontrar un hombre de bien y demostrar que la raza no está acabada en sus posibilidades nobles. Finalmente, los dioses, tras extenuantes empeños, encuentran sólo un alma buena en la villa de Sezuán. Se trata de la prostituta Shen-Te. Los dioses le dejan una gran fortuna económica, instándola a que persevere en su bondad, pero cuando Shen-Te se vuelve rica, empiezan las dificultades. Todos los que antes la explotaban, la engañaban y saqueaban, ahora se empeñan en explotar al máximo su bondad. Ella, desesperada, se disfraza de modo de no ser reconocida, pretendiendo ser un supuesto primo, Shui-Ta, hombre duro y práctico, encargado de defenderla de engaños. Sin embargo, el falso personaje del primo cobra vida propia y se convierte en un explotador, El Rey del Tabaco y, por sus abusos es llevado al tribunal. La extraña desaparición de Shen-Te, la antigua prostituta resulta incomprensible y ella, a pesar de su disfraz, acepta su engaño al reconocer a los jueces que le dieron fortuna. Se despoja de su máscara y se presenta, tal cual, ante los tres dioses, que regresan al cielo sin responder a las angustiadas preguntas de Shen-Te, apenas advirtiéndole: “Sé buena y todo irá bien”.

Es la redención.

Es el perdón a las flaquezas humanas.

Hay que advertir y tener muy en cuenta que el perdón se produjo tras un reconocimiento y un enfrentamiento a los pecados cometidos por Shen-Te.

Hay que reconocer los pecados y esforzarse en subsanarlos. No en esconderlos, para beneficio propio, o para beneficio ajeno con miradas puestas en un eventual futuro.

Existen circunstancias en las cuales la justicia -divina- puede ser bondadosa, comprensiva; pero la invariable lenidad de nuestra justicia contra los grandes delincuentes, contra los que verdaderamente asfixian al pueblo con su voracidad ilimitada y la abierta venta del desorden, la corrupción, las sobrevaluaciones criminosas que van desde la venta de un plátano, una papa, una libra de carne o un huevo –para no cansarlos– hasta la distribución gratuita de drogas para envilecer la población, cuyas virtudes ya han disminuido mucho, acrecentando la delincuencia y la crueldad insoñable… eso no merece atenuantes, ni perdón vil comprado y bien pagado.

Es verdad. Necesitamos educación, y agradecemos grandemente al Presidente Fernández su convicción y acción al respecto.

Pero más aún necesitamos justicia.

Justicia.

Ancha, fuerte y sin intervenciones políticas de alto o bajo nivel en cuanto a conveniencias o peligros estatales.

Es que si hablamos de educación, la primera educación es la justicia.

Ese gran literato, ensayista, historiador y médico que fue Gregorio Marañón nos dejó dicho que “La justicia estricta, pura, está por encima de todas las convenciones políticas y aún religiosas; porque a la religión se le sirve en verdad, como al Estado, con la justicia inviolable”.

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