El hospital Padre Billini fue, durante decenios, modelo de investigación científica, de servicio y actualización médica. Sus instalaciones y la preparación del personal merecieron tanta atención como los pacientes de todas las clases sociales que acudían a él buscando cura a sus enfermedades. Era además ejemplo de honestidad por la transparencia con que administraba sus fondos.
“Nuestras cuentas fueron inspeccionadas por los inspectores de Rentas Internas y fueron halladas de conformidad”, consignaba en 1944 el doctor Francisco E. Mocoso Puello, director, tras una extensa relación de gastos que se repetía cada tres meses.
En 1922 el doctor Ramón Báez fundó allí una clínica que se constituyó en “poderosa ayuda para los pobres”. Porque desde su creación en el periodo colonial, con otros nombres y en otros domicilios, ayudar a los más necesitados fue objetivo del centro.
El cuatro de julio de 1927 Báez pidió al Listín Diario publicar una circular del mes anterior especificando que en la clínica solamente debían ser admitidos pacientes que pagaran “los valores establecidos en la tarifa” sin que valieran recomendaciones “de ningún género ni de funcionarios de ninguna clase, a excepción del Honorable Presidente de la República”.
“Tenemos necesidad de producir la mayor cantidad de fondos para asegurar de esta manera el mayor beneficio a los pacientes pobres”, expresaba.
A partir de los años 20 del siglo pasado el hospital, que en 1880 fue recibido por el padre Billini casi en ruinas, adquirió un esplendor tan grandioso que lo comparaban con el Hotel Dieu de París, el más antiguo de esa capital, asociado con la facultad de medicina París-Descartes.
En septiembre 12 de 1932 el reputado intelectual Franklin Mieses Burgos escribió, después de 28 días de internamiento, que funcionaba igual que los de las más adelantadas capitales del mundo y que allí se habían implantado “los sistemas científicos más modernos, más actuales, más audaces de que puede enorgullecerse profundamente la taumatúrgica ciencia de los Hipócrates”. Lo describía “enorme, acogedor, como un inmenso regazo maternal”.
Por este centro desfilaron los más prestigiosos médicos dominicanos, muchos egresados de hospitales y universidades de Europa y Estados Unidos, y estudiaron otros, porque el “Padre Billini” fue además docente. Esos facultativos ostentan con sus nombres calles, avenidas, hospitales, escuelas y otras instituciones.
Además de los citados estuvieron vinculados al hospital los doctores Pedro A. Delgado, Horacio Read, C. Capellán, Guido Despradel Batista, R. S. Lovatón, José Defilló, Santiago Castro Betances, Luis E. Mañón, H. de Pool, A. González, Mairení Cabral Navarro, G. Maggiolo, Bolívar de los Santos, F. A. Ortega Guzmán, José Miguel Román, Rafael Román Collazo, Aulio Rafael Brea, Rafael Ortega González, Luis Álvarez Pereyra, Elpidio A. Rojas, Nicolás Rodríguez Valerio.
También S. Rodríguez Largier, R. Espaillat de la Mota, Consuelo Bernardino, A. Messina, B. Bergés B., Manuel E. Perdomo, J. Sención Matos, Luis F. Tomen, Darío Contreras, José Ramón Luna, Salvador Gautier, Piñeyro, Arvelo, Alfonseca, Coiscou, Marchena y muchos otros pioneros en sus especialidades y grandes impulsores de las mejoras profesionales y físicas.
Imperaba un espíritu de trabajo y una incomparable inquietud por ofrecer solución a problemas entonces desconocidos en el país.
Tiempos más modernos. En 1932 el secretario de Estado de Sanidad, Beneficencia y Obras Públicas, Agustín Aristy, visitó el hospital acompañado del subsecretario, Ramón Báez Soler, para recibir informes de nuevas mejoras introducidas por su director, el doctor Francisco E. Benzo. Se trataba de reparaciones sanitarias, pintura, higienización y saneamiento de salas, farmacia, comedores, oficinas, cocina. Se alababa “el servicio espléndido” de las Hermanas Mercedarias que desde siempre han sido un gran sostén para ese centro.
En 1936 se anunció la construcción de un tercer piso pues era deseo de Trujillo “dotar a la capital de la República de una institución de primer orden, capaz de acoger 350 enfermos menesterosos”. Cuatro meses después, el 26 de junio, se inauguraron tres nuevos pabellones en ese piso bautizados como “Ramfis”, “María de losÁngeles” y “Dr. Ramón Báez”, en honor al fundador de la maternidad existente allí.
Una breve historia del hospital publicada en 1944 consigna que “la mayor parte del edificio actual fue construido durante el ejercicio del Dr. Báez, a un costo de 80,000 pesos… Dirigió las obras el ingeniero Osvaldo B. Báez. Los trabajos iniciaron en 1926”.
Porque en trabajos sobre su época más antigua, como la que trata José Luis Sáez en “Los hospitales de la ciudad colonial de Santo Domingo…”, se explica que el canónigo Francisco Billini inauguró la Beneficencia de San Andrés el 24 de junio de 1881 “que sirvió de enlace entre el antiguo Hospital de San Andrés, la denominada Casa de Beneficencia, creada por el mismo Billini en el siglo XIX y el actual hospital que lleva su nombre”. Billini había solicitado el edificio, entonces destinado a cárcel de mujeres, en 1880.
Sus primeros directores republicanos fueron los doctores Pedro A. Delgado, José Ramón Luna, Jacinto Mañón y Ramón Báez.
En los años 40, el hospital tenía una organización “similar a la de los hospitales americanos, que son considerados modelos”. Cumplía “con los requisitos establecidos por el Colegio Americano de Cirujanos para todos los hospitales de la Unión”.
Contaba con oficina de información, camas de ortopedia, mesas de maternidad y de posición para examen físico, instrumental quirúrgico, entre ellos para cirugía ósea, departamento de Cirugía, Ortopedia y Fracturas, departamentos de medicina y consulta externa, laboratorio, rayos X, farmacia, servicios de maternidad y especializados como los de otorrinolaringología, dental y urología. Las operaciones que estos realizaron fueron las primeras en el país. Tenía una sala operatoria especial.
Además, poseía departamento de dietética, archivo científico, biblioteca…
Múltiples fueron las investigaciones sobre casos raros, como las de “un clítoris gigante”, “tumores laterales aberrantes de la tiroides”, “aborto atípico”, “Ruptura muscular subcutánea”, “Eventración Diafragmática”, “Invaginación intestinal en el adulto”, “La prueba del rojo-congo en la nefrosis lipoidea”, “Fractura tratada por osteosíntesis”, fractura de la rótula, cáncer de útero, “rotura consumada completa del cuerpo uterino con sobrevida fetal”, “cromoblastomicosis”, histerectomía y otros.
Entre los doctores que los estudiaron estuvieron Moscoso Puello, R. S. Lovatón, Lithgow, Simón Bolívar de los Santos, F. Read, M. M. Cabral Navarro, Santiago Castro Betances…ilustrados con fotos de los pacientes y dibujos detallados de las áreas afectadas.
Para elevar el nivel científico se celebraban reuniones y se discutían casos poniendo el énfasis en las causas de muerte.
Luego de la Revolución de Abril, el “hospital en servicio más antiguo del continente americano”, experimentó una sobrecogedora transformación.