El padre Gregorio
Popular entre los pobres por practicar
la caridad lejos de alfombras y teorías

<STRONG>El padre Gregorio<BR></STRONG>Popular entre los pobres por practicar<BR>la caridad lejos de alfombras y teorías

POR ÁNGELA PEÑA
Conoce la realidad de la extrema pobreza pero no la discute en lujosos auditorios alfombrados entre refrigerios  y recesos de humor exponiendo la situación en brillantes discursos que se archivan. Él la identifica y la enfrenta en un tierno involucrarse con los pobres que lo ha convertido en celebridad, pero entre esa misma gente infortunada, carente.

 Distingue entre los que realmente necesitan pan, cobijo, abrigo y aquellos que, aunque calamitosos y desvalidos, están en condiciones de trabajar y aprender. Entonces se empeña en la triple tarea de la provisión, la búsqueda de empleo y la enseñanza.

 Desde que nació en Navarra el 25 de abril de 1941, Gregorio Alegría Armendáriz inició una carrera de estudios que culminó con su designación en elevadas posiciones de mando. Estos conocimientos y cargos, sin embargo, no le envanecen, como tampoco le detienen para mezclarse con los más abandonados desvalidos su apuesta figura ni la cojera a que lo ha sometido una ciatalgia que no ha podido invalidarle.

 Su entrega, ya tradicional entre ancianos, niños, adolescentes, matrimonios y familias de lugares a los que no iban el agua, la energía eléctrica y ni siquiera evangelizadores, se volvió absoluta con el paso de la tormenta Noel.

 Es el superior de una congregación, cuenta con numerosos asistentes y, no obstante, cambia a diario el hábito clerical por práctica ropa de faena. Con franela y calzados deportivos fue a rescatar a los que clamaban por salvación física desde los techos inundados de La Barquita, Sabana Perdida, y muchas otras comunidades del inmenso Los Mina.

 Hoy, aunque las aguas volvieron a su nivel, busca dónde alojar a los que perdieron sus humildes viviendas, acomodó a los envejecientes y enfermos en refugios provisionales y cada amanecer baja y sube esas lomas empinadas llevando el desayuno en raciones portentosas, entregando arroz, enlatados, agua embotellada, cereales, maltas, zapatos, sábanas, pastas alimenticias, detergentes, papel higiénico, crema dental, ropa, a los afectados por la tragedia.

 Es como un redentor, una luz que enciende el espíritu de mujeres, hombres y menores que salen a su encuentro. ¡Padre, Padre!, cuando le ven asomarse “renqueando» por esas cuestas sofocantes. “Saludos”, “Hola”, “¿Y tú?” “¿Y tus zapatitos, dónde están?” “¿Ya comieron?”.  “Padre, todavía estamos en la calle”.

 “El agua llegaba hasta aquí”, comenta trepado en la azotea de un colegio humilde que fundó y cuyas aulas habilitó como albergue.

 Después de vaciar el almacén lleno de provisiones que entrega con la mayor autoridad e imperante orden, luego de detectar a los auténticos necesitados y darles un ticket que cambia por medicina, comida, detergente, bombillos, ropa, seca el sudor de su rostro bronceado por la exposición al inclemente sol para contar su historia misionera.

 “¡Vayan con Dios! A la  tarde es la fiesta de La Milagrosa, la misa es a las seis en la capilla”, los despide. “Ese hombre no se sienta”, comentan sus asistentes.

Desde España

 Hijo de Francisco Alegría e Inés Almendáriz, vino al mundo en un pueblo de Artazu, Navarra, donde estudió la primaria con el maestro don Serafín Senosiaín y cursó bachillerato en el colegio La Milagrosa, de Pamplona. Proviene de una familia muy cristiana, tres tías son Hijas de la Caridad y un hermano de su madre es sacerdote.

 Desde que curas de diferentes órdenes desfilaban por sus escuelas ofreciendo charlas, decidió ser sacerdote y se inclinó por los Paúles. Asistió al seminario de Limpias (Cantabria), estuvo cuatro años en Hortaleza (Madrid) haciendo noviciado y filosofía. En 1960 hizo los primeros votos en la Congregación de la Misión, continuó filosofía en Salamanca e inició estudios de teología hasta que monseñor Florencio Sanz, C.M., le ordenó sacerdote el 23 de junio de 1968.

 Luego de ocho años como vicario, párroco, profesor de seminaristas, director de seminarios y continuos estudios de superación, vino a la República Dominicana junto al padre Martín Tirapu, en octubre de 1976. Fueron designados a la iglesia Santa Rosa de Lina, de San Francisco de Macorís, para que se aclimataran a la idiosincrasia nacional y posteriormente a San Isidro Labrador, de La Peña, donde desde una rural casita de madera dejaron plantada la Palabra evangélica en 35 comunidades que formaron.

 Un año después los enviaron a Guaymate,  poblado difícil para misioneros porque los haitianos y escasos dominicanos residentes apenas conocían sacerdotes, ni misas, ni Dios. Estaban “como ovejas sin pastor, aunque tenían su religiosidad”. Pero al despedirse la relación fue tan estrecha que les dijeron adiós a “Martín” y a “Gregorio”.

 Alegría volvió a Madrid en 1979 para formación permanente en Teología Pastoral, un año después retornaría al país y el Superior Provincial, Francisco Javier Marradán, lo destinó a la parroquia San Vicente de Paúl de Los Mina para formar un equipo sacerdotal con el padre José Gil, hasta 1983 que le nombraron director del Seminario Interno (Noviciado) del ensanche Ozama. Después sería Superior Provincial con sede en Puerto Rico; director del Seminario Mayor Vicenciano del ensanche Ozama, Párroco de San Vicente de Paúl, de Los Mina. Reelecto Superior Provincial abrió por primera vez una Misión en Haití donde dejó escuelas, parroquias, seminario y ayudó al convento de las Hijas de la Caridad.

 De Nuevo en Santo Domingo, en 2004 fue nombrado por el cardenal López Rodríguez Vicario Episcopal de la Familia, con sede en el Arzobispado, cargo que ocupó  durante un año.

 Pan material, pan de la palabra

 Además de que los religiosos vicencianos tienen como norma evangelizar a los pobres, Gregorio Alegría Armendáriz demuestra una inclinación personal, íntima, profunda, constante, por enfermos y menesterosos. Con ayuda de empresas, políticos, el Arzobispado de Santo Domingo, personas pudientes, ha creado escuelas, albergues, hospicios y otros centros. Procura oficios a los desempleados. Recoge  ancianos abandonados y solitarios de las calles y los asienta a vivir con dignidad.

 “Con una mano repartimos el pan de la Palabra y con la otra el pan material”, comenta mientras una viejecita del hogar “Bethania” le abraza y besa y le pide que la bendiga y confiese.

 -Padre, se critica acostumbrar a la gente a darle, en vez de enseñarla a producir o inculcarle el hábito del trabajo-, se le observa.

 “En la sociedad hay gente que ya no puede pescar y necesita comer, y medicina. Esa es la ayuda asistencial, que es ésta. La otra es la promoción, que es enseñar a pescar, las dos son necesarias. San Vicente de Paúl decía: al que puede trabajar no le des comer. La residencia de ancianos es una ayuda asistencial”, responde.

 En cuanto a los damnificados, manifestó: “La tormenta los ha dejado sin nada, sin casa, sin muebles, totalmente desamparados, vivían en toda la margen izquierda del río Ozama”. Celebra la solidaridad de sus benefactores, pero aclara: “Hoy he repartido la última entrega que me quedaba como donación de distintas instituciones”. Y añade: “Se ha manifestado la solidaridad del pueblo dominicano que ha puesto al descubierto la pobreza que existe en esta sociedad”.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas