El padre Hartley ataca de nuevo

El padre Hartley ataca de nuevo

Había escrito tres artículos sobre este fantasioso fariseo que se ha ensañado y hecho una profesión el atacar  al país que le dio generosamente albergue y durante un tiempo lo tuvo como un cristiano ejemplar que se desvivía por ayudar al prójimo, especialmente a los picadores de caña en los ingenios y bateyes.  Pero, no sólo utilizó su condición de sacerdote para ataques soslayados a los empleadores de los trabajadores a destajo, sino que la emprendió contra los propietarios de ingenios azucareros y líderes políticos, a los cuales no pudo convencer para que respaldaran sus denuncias, muchas de las cuales eran falacias e inventos que maliciosamente filmó para consumo  y exposición en el extranjero.

Tal vez este cura, quien se jactaba al decir que debajo de la sotana tenía unos pantalones que les pesaba el ruedo, nunca aquilató el daño que al turismo nuestro le hacía con sus tremebundas denuncias, sin que las autoridades eclesiásticas locales le pusieran freno, tanto a él como al religioso belga Roucoy que tenía una actitud similar en el Sur, pero menos belicosa y agresiva que Hartley.

El Ministro de Relaciones Exteriores, ingeniero Carlos Morales Troncoso, denunció, luego de confirmar la misma, que el clérigo español Christopher Hartley había emprendido una campaña para desacreditar al país en foros internacionales, actitud que fue públicamente deplorada por nuestro purpurado Nicolás de Jesús Cardenal López Rodríguez, el cual afirmó: “No nos parece que sea muy digno de un sacerdote católico que esté en todos los foros internacionales llevando a desacreditar a un país”, señalado además al periódico Listín Diario que la campaña es “muy dolorosa”.

Nuestro Canciller, cuando este mal eclesiástico empezó a despotricar y filmar vídeos engañosos, tuvo la oportunidad in situ de haber propiciado la deportación de este desagradecido de la hospitalidad que le brindaba la comunidad de San José de Los Llanos, lugar donde ejercía su ministerio.  Nuestro más alto representante de la Iglesia Católica, el Cardenal López Rodríguez debió, en su condición de jefe de la iglesia local, al menos llamarle al orden y no permitirle como buen cristiano que no levantase falsos testimonios ni mintiese y que se limitara a denunciar hechos reales y verdaderos que pudiesen ser corroborados.

En el pasado, la Iglesia Católica ha tenido representantes muy dignos que merecieron el reconocimiento de todos los buenos dominicanos, como fueron el padre Castellanos y el Nuncio Apostólico Lino Zannini, quien después de haber enfrentado a la dictadura de Domingo Perón en la Argentina, fue trasladado a la República Dominicana y con un valor espartano combatió también la tiranía de Rafael Leónidas Trujillo.  Sin embargo, otros prelados católicos no llenaron estas expectativas, como señalaremos a continuación.

De triste recordación fue la actitud de Monseñor Ricardo Pittini, que aún ciego era un fiel seguidor de Trujillo. El padre Posada, quién dirigía Manresa Loyola, un recinto donde debían hacer obligatoriamente un cursillo o retiro los estudiantes de término de la Universidad de Santo Domingo (USD).  Éste, tenía diseminadas en las habitaciones unos altoparlantes y en medio de la noche, cuando los estudiantes dormían, una voz estridente se escuchaba “puedes morir ahora mismo, te has confesado…. ¡arrepiéntete!”. Al otro día, la gran mayoría de los estudiantes muy atemorizados y sobrecogidos corrían al confesionario para declarar sus pecados.  Nuestro profesor de Derecho Romano en la USD, presbítero Zenón Castillo de Aza, escribió una obra en donde pretendía que al dictador Trujillo se le denominara “Benefactor de la Iglesia”. No logó sus propósitos y  posteriormente ahorcó los hábitos y procreó  familia.

 Hemos repetido hasta la saciedad en nuestros escritos la frase:  “Quién pronto olvida, invita a la ofensa”.  En consecuencia, si inicialmente se le hubiese llamado la atención al sacerdote Hartley, hoy no estuviésemos en la palestra pública mundial acusados por un impostor al cual le permitimos en nuestro propio territorio, creerse el predestinado para libertar los explotados y los oprimidos. 

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