EL PADRE HIDALGO
Un apasionado de la teología de la liberación que expresa públicamente sus convicciones

<STRONG>EL PADRE HIDALGO</STRONG><BR>Un apasionado de la teología de la liberación que expresa públicamente sus convicciones

POR ANGELA PEÑA
Vive con extrema sencillez en una casa humilde. No tiene propiedades ni sirvientes, tampoco ahorros para el retiro que se aproxima. Asegura su futuro en la convicción de que “Dios proveerá”.

Es el único dominicano con un master en Música Sacra del Pontificio Instituto, de la Santa Sede, egresado de la Universidad Gregoriana, ordenado sacerdote en el Colegio Pío Latinoamericano y, sin embargo, no hay ínfulas ni alardes en su personalidad modesta, reservada.

Aunque algunos lo consideran rebelde, polémico, insubordinado, pasados superiores alabaron su obediencia cuando aceptó sin reproches un traslado que consideró injusto, decidido como castigo por sus defensas públicas a favor de los explotados. Entonces, 1985, se marchó de Santiago a Navarrete y su única reacción de protesta fue declarar que la fuerza quedó en el obispado y a Navarrete enviaron la verdad.

Expresar públicamente sus convicciones, asumir la defensa de los marginados, revolucionar la Iglesia es, precisamente, lo que disgusta a algunos miembros del alto clero de este apasionado de la Teoría de la Liberación que posee, tal vez, la más rica bibliografía en la materia.

El padre César Augusto Hilario Brito, el consagrado fundador y director del famoso Orfeón de Santiago que desde 1962 alegra y anima el espíritu con sus tenores, contraltos, sopranos y bajos cantando a capella sublimes repertorios, tiene como modelo a San Francisco de Asís y se identifica sobremanera con el sacerdote Redentorista Bernard Häring, el mayor teólogo moralista del siglo XX, que decía que la iglesia de la cúpula le hizo sufrir tanto, que la GESTAPO le dio mejor tratamiento.

No recibe donaciones ni anda detrás de millonarios. “A San Francisco de Asís le dijo el obispo: Francisco, tu congregación ya está grande, debes tener propiedades. Y él contestó: monseñor, si tengo propiedades, necesito armas para defenderme”.

Cuenta con una neverita donde conserva el alimento de desayuno y cena y almuerza con la comunidad. “Comer en las familias me ha ayudado mucho para la solidaridad, la confraternización, el conocimiento de la parroquia, y parece que mi estómago se ha acostumbrado a eso”, manifiesta.

Hilario, que durante sus años de estudios en el Seminario Santo Tomás de Aquino cantó junto a sus compañeros el Himno de la Falange, de Franco, inducido por “el ínclito Luis González Posada, franquista” como muchos otros compañeros sacerdotes de su época, sueña con ver “una iglesia más ceñida al Evangelio, porque ignorar el Evangelio es oponerse a Jesucristo” y opina que “el cristianismo ha traicionado a Jesús, todas las iglesias, porque ha imperado más su teología dogmática que la Biblia”. Se remonta a Constantino, la iglesia imperial, los concilios de Nicea, Constantinopla, Efeso y Calcedonia y concluye en que “esos polvos han traído a la Iglesia estos lodos. Mira el Credo, por ejemplo, el vacío que tiene: Nació y murió, y en ese interregno de su vida no dice nada porque la iglesia estaba envuelta, con razón, en resolver las herejías, la reflexión cristiana se volvió dogmática, ya en el siglo III era neta la separación de laicos y clero, cosas que no conoció Jesucristo ni el Nuevo Testamento”, explica.

Para él, los libros orientadores, como La imitación de Cristo, de Tomás de Kempis, y los devocionarios de que se nutre la feligresía, han anulado la Biblia. “Eso que he dicho elementalmente es tan sustancial, esencial y nuclear que el futuro de la Iglesia está en volver al Evangelio”.

Diálogo y política

No quiere que le hablen de diálogo mientras no se castigue a los corruptos. Considera iguales en cuanto a la indiferencia frente al cohecho sin castigo a los dos últimos Presidentes, a diferencia, según él, de que uno es más ilustrado. Su más reciente campaña está contenida en una placa que distribuye, y que reza: “No a la impunidad y después hablamos”. Con su típico conversar de giros, muletillas y expresiones típicas del cibaeño comenta: “Que van con diálogo, a dialogar. No, primero está esto: No a la impunidad”.

-¿Está en desacuerdo con el diálogo?- se le pregunta. “Con ese diálogo sí”, responde. “Aquí dice Hipólito de Leonel: a ese hombre no me lo toquen y viene Leonel y dice lo mismo de Hipólito. Entonces con esa falsedad, con esa horripilancia, con ese apoyo a la corrupción ¿qué vaina de diálogo vienes tú a hacer conmigo? ¿Qué vienes tú a hablarme a mí de diálogo? No se puede dialogar si no se corrige la impunidad. La impunidad es el cáncer que está desbaratando este país y cada vez es peor de arreglarse”.

-¿Pero apoya el que los curas participen en política?- “Eso se dice a manera de acusación pero se resuelve fácilmente con Jesucristo: Jesucristo se metió en cosas que no le importaban, supuestamente, y por eso no murió en su cama. Te doy la base bíblica para que entiendas, el ejemplo es burdo: la Iglesia es una bomba de gasolina, usted va a surtirse de combustible y se va porque el lugar natural del automóvil no es la gasolinera, son los caminos, las carreteras, las calles, las avenidas, igual que el lugar de la sal es el salero. A la Iglesia le cabe ciento por ciento ese ejemplo, aquí venimos a hacer oración, a fraternizar, a coger el combustible espiritual. ¡Ay del automóvil que no coja gasolina y ay del cristiano que no venga a hacer oración! O sea, que la iglesia no es el lugar natural del cristiano, sino el mundo, por eso lo dijo Jesucristo en el primer Jueves Santo de la ultima Cena: ‘Padre, no te pido que los saques del mundo sino que los libres de las cosas del mundo. El cristiano no debe ser del sistema, pero tiene que estar en el sistema”, afirma, aunque critica “lo político manejado por la Iglesia, la Cruz y el poder ¿Y quién le gana?”, reacciona. Reduce a cuatro los problemas del país: la corrupción, el fraude bancario, la electricidad y la decadencia de los partidos políticos.

Más ideología que filosofía

Además de sus servicios como sacerdote, el padre Hilario ha realizado una encomiable labor con los cientos de jóvenes que han desfilado por su Orfeón. Viajan, se relacionan, intercambian y ahora ha logrado que el Ayuntamiento los subvencione. El Coro está adscrito a ese organismo y todos reciben el sueldo mínimo, incluido el director que percibe una asignación mensual de seis mil pesos. Es uno de sus grandes logros desde que cantó por primera vez el 29 de junio de 1962 para una visita del Nuncio Emmanuelle Clarizzio a Santiago. Gertrudis Elay, Moisés Veloz, Julio César Curiel, Rafael Despradel, Pedro Bisonó estuvieron entre sus primeros integrantes.

No obstante, ha tenido que vencer grandes obstáculos, sobre todo cuando una presentación ha dependido de la orden de un compañero religioso de mayor investidura: le han negado el escenario, tal vez porque hasta para los curas es difícil a veces el perdón por viejos resentimientos del pasado. Su otra gran misión ha sido la solidaridad con los pobres y desamparados desde sus posiciones de Vicario de la Catedral, Canciller del obispado y párroco de Pueblo Nuevo, Las Colinas, Nibaje, Navarrete, Villa González y El Ensueño que ha ocupado en diferentes momentos desde que regresó tras su ordenación el 27 de julio de 1958, por monseñor Polanco Brito que aprovechó una peregrinación a Roma y Tierra Santa para ordenarlo. Hilario regresó al país en enero de 1962.

Nació en Moca, donde aprendió a tocar flauta y solfeo con el notable profesor Arístides Rojas (Tilo), el ocho de abril de 1934, hijo de Santiago Hilario y Ana Brito de Hilario. Es el mayor de sus hermanos Minerva, Magdalena, Santiago (Chaguito), Raquel y Marisela. En su natal estudió en la escuela Ecuador, donde tuvo como maestra a Luisa Álvarez después de haber recibido las primeras letras de “doña Roselia, al norte de Moca”. Ingresó al Santo Cerro en 1947, a los doce años, y en 1948 fue trasladado al seminario Santo Tomás de Aquino. “Ahí reinaba, por supuesto, una disciplina férrea, yo digo que soy un sobreviviente, porque la educación era hija de esa época. Ideológicamente, todos esos sacerdotes eran franquistas. Ahí hice humanidades, latín clásico, filosofía. Ahora es que me doy cuenta que ellos eran más ideología que filosofía en el sentido de que todos esos grandes autores que uno lee ahora, y que son citados mundialmente, eran los enemigos de las tesis que defendíamos”.

Tan sencillo que rechazó el título de monseñor, bonachón, ocurrente, a veces en guerra con los periodistas a algunos de los cuales define como “morbosos”, incomprendido y combatido por ciertas autoridades de la clerecía pero defendido y admirado por sus muchachos del Coro, de la Pastoral Juvenil, por feligreses de los barrios y campos, dice sentirse agradecido de la Iglesia. “Yo he recibido de la Iglesia más que la mayoría de los sacerdotes, comenzando por mi envío a Roma, eso se lo agradezco infinitamente. ¿Cómo hubiera podido yo mantenerme allí siete años? En mí se da algo muy curioso que me mueve a ser agradecido a Dios: que mi profesión ha ayudado al sacerdocio y el sacerdocio ha ayudado a mi profesión. En eso me siento casi realizado, no totalmente, porque creo que el verdadero Orfeón de Santiago lo voy a tener en el cielo. Si me preguntas como concibo el cielo, te respondería: Como un orfeón, yo dirigiendo. Eso va a ser el cielo para mí”.

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