Muchos extranjeros, que admiran tanto al país por su gente como sus paisajes y recursos, se topan con la ancestral costumbre criolla de murmurar, mutua y acremente, nuestras penurias y defectos. No hay ocasión social en la cual no caigamos en ese uso despectivo, al despotricar y desmeritar la nación que nos vio nacer, vivimos y trabajamos.
Es una costumbre que se extiende más allá del simple coloquio familiar o social. Se proyecta ante gente extraña como algo muy particular de las condiciones del país, que para nosotros es invivible y cada vez resulta más traumático mantener ese afán del trabajo tesonero o del disfrute pleno del ocio.
Podemos autocriticarnos, y hasta lo expresamos en ultramar, de manera que, quienes nos oyen sacan valor y se consideran que también pueden picar en el banquito dando consejos o criticando para forzar un cambio de mentalidad. Pero hay otros, que estimulados por nuestra falta de orgullo patrio y nacionalista, se aprovechan de los escenarios internacionales donde tienen cancha para atacarnos ante la indiferencia e inercia de las autoridades locales. Entonces, en cada foro internacional de los que acuden, van con la bandera de presentarnos como el país más racista del mundo, incluso más allá de lo que era África del Sur antes de Mandela y la salida del poder de los Boers.
Tradicionalmente, los haitianos aprovechan los escenarios internacionales para dejar caer sus diatribas racistas contra el país, encontrando eco de los dirigentes progresistas blancos, abanderados de la igualdad, y aun cuando la pregonan y supuestamente la practican en Europa y Estados Unidos, la realidad es otra por tantas represiones y trabas para la inmigración de gente de color que cada vez se les cierran más las puertas de buscar una mejoría en sus condiciones de vida.
Por lo tanto, no es de extrañar que Hillary Clinton, con sus presiones migratorias y una activista haitiana nacida en el país, y con notables dotes intelectuales, vive de su agudeza mental para proyectarse como la abanderada de la causa de sus compatriotas nacidos o inmigrados al país, para sostener sus exigencias de la nacionalidad dominicana pero todos tienen constancia de sus raíces que la pregonan con orgullo.
La población haitiana, que alguna vez llegó ilegal, y poco a poco han obtenido su estatus como residentes, avanzan con su principal activista en sus planes a largo plazo para ir aportando un combustible inflamatorio, consolidando un proceso de doblegar la nacionalidad dominicana a los intereses occidentales de la isla.
Apoyándose en la negligencia y descuido de las autoridades dominicanas, los activistas haitianos dan a conocer el punto más débil del Estado dominicano en cuanto a la observancia de los derechos humanos e inmigratorios, que ni siquiera para nuestros nacionales están asegurados.
Los grupos de presión haitianos, encabezados por su principal activista, que se pavonea en los escenarios internacionales, admirada por los blancos de verdad, tal como ocurría con ese líder dominicano que se ufanaba de tal frase al contar con la amistad y admiración que aquí se le negaba, constituye hoy por hoy un desafío, para ver si los cerebros dominicanos le salen al frente, como ocurría hace años cuando, pese a vivir bajo una dictadura, el nombre del país se hacía respetar en todos los foros internacionales de la época.