El país está maduro para una revolución

El país está maduro para una revolución

El país está maduro para una revolución. Un país donde la impunidad premia a los ladrones con la no persecución, está maduro para una revolución. Un país donde los contrabandistas son grandes señores, está maduro para una revolución. Un país donde los evasores de impuestos son premiados con exoneraciones, está maduro para una revolución. Un país donde los traficantes de drogas se mezclan con políticos, policías y militares, está maduro para una revolución. Un país donde no hay la más mínima confianza en los tribunales, convertidos en templos de injusticia debido al tráfico de influencias, la compraventa de sentencias, está maduro para una revolución.

Cada vez que un nuevo rico hecho al vapor se desplaza en un carro, de lujo, entra a un restaurante, de lujo, exhibe un reloj de oro, de lujo, calza zapatos extranjeros, de lujo, viste ropas de confección extranjera de marcas de renombre, de lujo, tiene anteojos de marca, de lujo, irrita al pueblo que conoce la procedencia de los recursos empleados en ese estilo de vida. Exhibir todo ese bienestar echa ácido del diablo a una población que ve crecer la incertidumbre, el desempleo, la falta de servicio de salud confiable, en una palabra, contribuye a madurar las condiciones para una revolución. Es cierto, el país está maduro para una revolución.

El país necesita una revolución urgentemente. Esto no se puede soportar, sólo una revolución lo reordena.

Pero ¿Qué falta para que se produzca la necesaria revolución que reencamine el país por la ruta del respeto a la democracia, a los derechos humanos y a la convivencia pacífica y ordenada? Faltan dos cosas puesto que motivaciones sobran: falta un proceso de organización a fondo, que toque todos los estratos de la sociedad, que remueva los cimientos de la República hasta que no quede una sola puerta sin tocar, desde las grandes mansiones hasta las chozas más pobres. Falta un plan.

Es curioso cómo, por largos períodos, los pueblos parecen aceptar y estar conformes con la tachuela en el centro del zapato o un calzado tan apretado que parece tener grilletes. La esperanza es que tanto va el cántaro al agua hasta que se rompe.

Para que sea posible esa revolución necesaria, es precisa la unión de la mayoría para exigir, demandar, imponer la voluntad popular por la vía civilizada de la protesta masiva y sin descanso, un día sí y el otro también, hasta que la ola de la masa logre imponer la razón y la verdad.

El camino hacia lograr ese cambio fundamental lo traza, ahora, Hipólito Mejía, con una conocida vocación democrática, soldado de la libertad, con la reciedumbre moral necesaria para encabezar la revolución contra la impunidad y la corrupción.

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