Mucha gente ha ido perdiendo respeto por las autoridades, por las cúpulas de poder social y económico, y hasta del sistema político, por el hecho de que no se respetan a sí mismos, ni mucho menos cumplen con sus deberes primarios.
Desconocimiento de los principios democráticos, conductas apartadas de la ética y rápidos cambios de estilos de vida social y económicos de la mayoría de las autoridades públicas como de muchos políticos, no les permiten ver las causas reales por las que en el país se produce tanto disgusto, violencia e irrespeto, incluyendo cosas tan elementales como arrojar la basura en las calles, destrucción de árboles y plantas ornamentales, roturas de asientos y verjas en los parques, puentes y vías públicas, robo de tapas de filtrantes, que podría definirse como ausencia de conducta cívica.
Porque la gente ve el comportamiento de los de arriba, sin importar a qué sector pertenecen y saben que son los primeros en violentar los principios. Hacen lo que les viene en ganas.
Gozan de privilegios irritantes; progresan de forma sospechosa; cambian de casas y carros como pan comido, mientras la mayoría sufre problemas.
Y aunque algunos marginados vayan a las casas de los funcionarios a pedir ayuda y en ocasiones los complazcan, no pasa desapercibido que los sueldos que ganan no les permite cambiar tan rápido. Eso va calando de forma tal, que los lleva a pensar que la vía más rápida para cambiar de vida es mediante cargos oficiales, o sea, que se progresa mediante la política y haciendo uso de lo ajeno; pero además, comienzan a anidar resentimientos contra un sistema que solo favorece a unos pocos.
Aunque la miseria y la desesperanza, por ahora, solo encuentren respuesta haciéndole coro a los que están arriba, incluso a algunos que pudieran estar, indudablemente se va creando una gran frustración colectiva, que los conduce no solo a tirar basura en las calles, robar tapas o romper cosas de la comunidad, sino a irrespetarlo todo, generando violencia que se manifiesta de formas diferentes, pues si los encargados de hacer bien las cosas solo se ocupan de sus asuntos para progresar aceleradamente, porque tienen que hacerlo los desamparados.
Esas son algunas de las razones por las que el país se está convirtiendo en un barril de pólvora social. Por el irrespeto de los de arriba hacia los de abajo; el enriquecimiento ilícito; por el crecimiento de las desigualdades; la ausencia de institucionalidad y falta de autoridad; con la agravante de que la autoridad no puede imponerse por la fuerza de las balas o los culatazos, sino con ejemplos sanos y sobre todo humildad, atendiendo con responsabilidad los verdaderos problemas de la gente.
Pero no los problemas de los contratistas o negociantes que se inventan necesidades para satisfacerlas como vía de enriquecimiento, sino las necesidades reales de un pueblo bueno, pero mal dirigido y orientado. Un pueblo que necesita conducción humanista, humilde y sincera.