El país progresa pese a la oposición

El país progresa pese a la oposición

FABIO R.HERRERA-MINIÑO
Cualquier forastero que llegue al país, sin haber sido atrapado en el todo incluido de los resorts, que vienen desde Europa y de otras partes del mundo y decidiera andar por las calles de las ciudades, al ver o escuchar las noticias locales se devolvería de inmediato para retornar hacia su país, ya que la situación que pintan los políticos de la oposición es tan caótica que es necesario temer por la vida.

Nos dicen los políticos de la oposición que no hay seguridad, que la delincuencia campea por sus fueros, que no hay luz a casi ninguna hora, que si se enferman no pueden acudir a los centros de salud del Estado o por la falta de medicinas y de atención esmerada, que el transporte es una locura, etc., pero vería una mezcla de las chatarras andantes del transporte urbano, de carretas tiradas por mulos con los más lujosos vehículos del mundo, evidenciando una opulencia que lucha codo a codo con la pobreza más desconcertante, en un país que quiere emularse a los más desarrollados por la enorme diáspora criolla que influye grandemente en las costumbres y hábitos locales.

Así mismo al recorrer determinadas zonas de la ciudad se creería que estaría en algunas de las más pobres de Puerto Príncipe o de una ciudad africana cualquiera, pero en menos de un minuto se tropezaría con un desarrollo sin igual, con un empuje notable de las ciudades para elevarse hacia el cielo en atrevidas torres, que para el estilo dominicano tradicional resultan tan desafiantes y hasta arriesgadas, si alguna vez ocurriera una combinación de un huracán con un terremoto antillano, que con frecuencia han ocurrido en el pasado de la isla.

Es labor de la oposición, de cualquier parcela política, mientras se disfruta de las mejores bebidas o está en el confort de un moderno estudio de televisión o de radio interactivo, denigrar al partido que está en el poder, y por ende al Presidente de turno, sin ni siquiera eructar ni esconder la mirada para que los ojos no le delaten la mentira; afirman con verdad de fe que el país se está cayendo a pedazos y que la pobreza o el miedo campea por todos lados, sin admitir que tal recurso es parte de la estrategia para ofertarse a la población dominicana, que por naturaleza es quejosa y que nunca la cosa está buena, aun cuando se esté boyando en prosperidad y se disfrute de un buen trabajo o esté participando en negocios ilícitos que le produzcan cuantiosos beneficios.

En pleno siglo XXI, el país se va insertando en un proceso globalizante irreversible, que arrastra a la sociedad como un todo. Ese avance no puede evadirse y más cuando la enorme población dominicana, residente en ultramar influye notablemente en la conducta de sus parientes y amigos que se esfuerzan por trabajar, aun cuando mantienen la irresistible tentación de marcharse del país, frente a las iniquidades que hacen de la vida local algo difícil de enfrentar. Todo por culpa de la veracidad de los políticos para arremeter en contra de los recursos públicos, dejando poco para devolver en bienestar a quienes pagan impuestos y viven rompiendo brazos en un medio que solo, por el carácter del criollo, ayuda a mitigar las penurias y miserias de una vida llena de escollos y temores.

El notable incremento de la circulación de automóviles, así como el auge de las construcciones de viviendas y el surgimiento de modernos edificios para al alojar plazas y negocios diversos, plantea una realidad de progreso que desmiente la cantaleta tradicional de los políticos de la oposición de mantenerse afirmando que nos estamos cayendo a pedazos. Tal cosa  desmiente el nivel de vida de quienes más disfrutan con las críticas pero son los heraldos del caos. Ya quisieran que aparecieran señales de descontento masivos que perjudicaran lo más apreciado que posee el país, que es su tradicional hospitalidad.

La tradicional hospitalidad ha hecho del turismo el renglón más rentable y atractivo, en el cual se registran inversiones extranjeras de consideración y que apuntan hacia un reordenamiento de la economía, de la que el pedestal fueron las empresas de zona franca cuando en la década del 70, surgiendo con fuerzas en La Romana, San Pedro de Macorís y  Santiago, fueron el receptáculo de una mano de obra que modestamente obtenía el sustento cotidiano pero con un universo de cientos de miles de seres humanos laborando con afán para satisfacer la demanda extranjera.

En definitiva, y por fortuna, a los resorts no llegan las diatribas de los políticos de la oposición, que como augures del desastre, pintan un panorama nefasto. Por eso el aislamiento es lo mejor que puede ocurrirle a los turistas, ya que así se ven liberados de una fauna de los que buscan medrar al amparo de la ingenuidad del dominicano, para ver si logran llegar al poder para arrasar con los recursos nacionales.

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