La gran preocupación de mis contemporáneos generación, los que andamos entre los 65 y los 85 años de edad, es qué hemos hecho por nuestro país, cómo hemos modificado, si lo hemos hecho, los entuertos y diabluras que heredamos de los gobiernos de Trujillo y los de su continuador, Joaquín Balaguer.
Después de la feliz desaparición de Trujillo se han construido presas, represas, canales, puentes, barrios, edificios multipisos, uno que otro edificio destinados a hospitales, edificios destinados a escuelas, carreteras, caminos, cuarteles, en fin, obras físicas, pero queda el mal sabor de no dar una respuesta satisfactoria a cuánto hemos avanzado en el sentido moral, si es que hemos logrado algo.
Deslumbrados por el progreso material de algunos y cegados por el aumento constante de la pobreza, la marginalidad, la multiplicación de la desesperanza sin límites, de la desigualdad que nos separa de manera abismal, el balance puede parecer muy desesperanzador.
Es cierto, muchos podemos exhibir una hoja de vida que nos permite decir: hemos hecho todo lo que pudimos y mucho más, pero ¿no será esa conclusión una excusa que nos sirve como consuelo?
El crecimiento de la población, la extensión desmesurada y anárquica de las ciudades, el desarrollo de renglones tales como la minería y el turismo, para sólo poner dos ejemplos, no ha sido suficiente, ni por la milla, para resolver graves problemas tales como el desempleo, la falta de mano de obra calificada, dotar los hospitales de medicinas y una mejoría en el trato humanizado a los pacientes.
Hemos manejado el país de una manera tan errática que nos convertimos de exportadores de azúcar en importadores, debido a la falta de previsión que liquidó los ingenios del Gobierno para beneficio de algunos bolsillos de funcionarios corruptos, quienes algún día deberán ser procesados por el robo de bienes del Estado.
Nos quieren convertir en un pueblo al que no le preocupe la corrupción, el robo al erario, el tráfico de influencias, la compra y venta de sentencias, de decisiones de funcionarios de todos los niveles, nos quieren convertir en un país al cual todo le sea ni fu ni fa, con tal de que seamos capaces de satisfacer que me den lo mío.
El Presidente Hipólito Mejía entregó el jueves pasado los premios del concurso “El país que queremos” auspiciado por él, en el cual participaron jóvenes dominicanos residentes en todo el país y en el extranjero, uno de éstos obtuvo el tercer premio.
Ello indica que hay una preocupación genuina por el presente y por el futuro, no solo de mi generación sino también de jóvenes que estudian, trabajan, luchan por construir un futuro mejor, por el país que queremos.