El Palacio de Justicia: Una travesía para contar

El Palacio de Justicia: Una travesía para contar

Samuel Luna

La interesante experiencia de un amigo en el Palacio de Justicia de Santiago me llevó a recrear la odisea que él me compartió; y cuando hablo de odisea, no me refiero al poema griego lleno de coraje que explica cómo Odiseo (Ulises), rey de Ítaca, regresa a su casa después de muchos años luchando en la guerra de Troya. Mi amigo sin saberlo hizo un paralelismo con el poeta griego, Homero, relatándome su propia lucha interna en el Palacio de Justicia, enfrentando un sistema raro, saturado de corrupción y de sarcasmo.

Ese día soleado, mi amigo me llamó desde Santiago de los Caballeros, contento porque se dirigía  hacia el Palacio de Justicia; conducía su camioneta negra, de doble cabina, él se sentía muy seguro de que solo iba a durar no más de 60 minutos haciendo su diligencia legal. Por fin, llegó al Palacio de Justicia, y cuando estaba frente al enorme edificio que representa la justicia dominicana, se dio cuenta que todos los parqueos estaban repletos, sin espacios para otro carro, de repente pisó el freno de su camioneta negra, se generó un silencio y un respiro profundo empañó los cristales del lado del chofer; mi amigo estaba turbado e incómodo. De repente se le ocurre manejar tres cuadras más para ver si puede encontrar un espacio para estacionarse de forma segura. Finalmente, a distancia observa un espacio disponible, se da cuenta que más personas desean ese único parqueo, acelera la camioneta de forma agresiva y logra entrar al parqueo deseado.  Se quita su cinturón, abre la puerta, se desmonta y rápidamente se dirige hacia los escalones que llevan al primer piso del Palacio de Justicia, entra con su pecho erguido y se dirige a la oficina de información el cual es un bello espacio forrado en cristal y limpio, pero nota que está vacío. Observa  que nadie está en recepción, y finalmente mi amigo pregunta: ¿Y la recepcionista? Alguien del público le respondió que desde que el gobierno tomó el poder ese espacio ha estado vacío y sin vida.

Mi amigo no lo podía creer; se quedó observando hacia todos los lados esperando un rescate, una información, esperando algo y a alguien, pero nadie llegaba. Una espera corta pero parecía larga. De repente mi amigo es interrumpido por una señora que le dice con voz de mando: ¿Qué usted quiere? Mi amigo indeciso le responde: Solo quiero hablar con la recepcionista, entiendo que aquí debe haber alguien. La señora le dice: ¡Dígame! Aquí quien sabe soy yo… Bueno, así fue, ella realmente sabía y lo envió a lugar correcto. Esa mujer era como la autoridad callejera, como un eslabón entre el cliente, el tigueraje y el gobierno. 

Puede leer: Carcoma en las paredes del Estado

Mi amigo me expresó que había decidido escuchar a la señora del pasillo, se fue donde ella le había dicho. Cuando él entró al lugar que buscaba se quedó perplejo y al mismo tiempo esperanzado, porque el lugar de recibimiento era con aire, limpio y todo rotulado. Cuando decidió ir a la ventanilla para obtener la información de los papeles legales, le expresaron que debía comprar tres sellos, dos de RD$ 30.00 y uno de RD$ 50.00, un total de RD$ 110.00 por los tres sellos. Pensaba que el proceso ya había casi terminado, pero no fue así; mi amigo preguntó dónde venden los sellos, y con voz suave y sin culpa alguna, le expresaron que los sellos lo venden fuera del Palacio  de Justicia, en la calle. ¡En la calle! Respondió  mi amigo. Volvió a repetir la exclamación: ¡En la calle! ¿Pero porqué? Señor, le dijeron a mi amigo, ese es el procedimiento y punto. Mi amigo no lo creía, pero solo tenía una opción, salir hacia la calle, y comprar los tres sellos. La calle, aquel lugar dónde viven los buitres y los leones que despedazan a los ciudadanos indefensos. Por fin, le entregaron los tres sellos que le vendieron aquellas personas fuera de las oficinas; luego mi amigo le entregó RD$ 200.00 pesos, y esperando su devuelta, escucho una voz fría pero segura que le decía: ¡Son 200 pesos! Mi amigo respondió, pero señor, el total es 110 pesos, es lo que dice el recibo entregado por la oficina del Palacio de Justicia. La voz fría volvió y articuló la injusticia personalizada: Aquí son 200 pesos.

Mi amigo me expresó que los buitres y los leones solo estaban a una distancia de 50 metros del Palacio, justo en el frente; él no asimilaba esta trampa, fríamente calculado. Y justamente aquí se incrementó el juego de la corrupción, el desorden, las quejas, la espera; de hecho, ya los 60 minutos de mi amigo iban por dos horas. Me expresó que se sentía como una bola de ping pong, de aquí para allá y de allá para acá. Vueltas y vueltas dentro del mismo Palacio. Se dio cuenta de que el aire, los bellos cristales y los rótulos, simplemente están ahí para hacernos creer que estamos organizado y con eficiencia; pero no es así, de repente todo se convierte en un laberinto oscuro y desagradable. Una cosa debo decir, algo muy especial que sucedió con mi amigo, fue que pudo hablar con varios abogados, notó que ellos son héroes luchando con el gigante Goliat; son héroes atacados por una sociedad que no entiende que el mismo sistema que nos aplasta a nosotros, es el mismo que lo aplasta a  ellos. Lo grande es que ellos luchan cada día, cada  semana y cada mes, y vuelven a sus casas a desempeñar el papel de madre, esposo y de ciudadanos.

Mi amigo y todos nosotros hemos vivido esa realidad, la vergüenza de tener que pagar un precio que no es justo, es como una alianza estratégica para impulsar el desorden el cual se convierte en el negocio de personas “invisibles” que están en el gobierno. La realidad de gastar horas y horas para obtener una copia certificada de una sentencia. La realidad de tener que caminar y cruzar las calles del país para sacar una simple fotocopia por no poder encontrar un centro de copiado en un edificio tan  grande y que promueve la justicia. Mi amigo notó, y así es, que para conseguir algo rápido hay que reírse, decirle a la secretaria que está bella y convertirse en hombres poetas y cargados de palabras pre-fabricadas. Mi amigo sintió que había perdido, tuvo que pagar casi RD$ 6,000.00 para lograr un simple duplicado, se dio cuenta que el sistema lo complica, y que la meta del sistema  es que uno se desespere, sentir que el tiempo se te va y al final te quedas atrapado como un ratón en una jaula sin salida y sin queso. Y todo esto debido a los gobiernos corruptos, a un Estado que en teoría quiere cambios y supuestamente existe para servir de árbitro, para crear un balance y reducir el pecado social; sin embargo, en la práctica  nos exprimen, nos secan y nos vuelven miniaturas sociales, nos hacen creer que todo es así y será así; es como dejarnos ciegos y mudos.

Doy gracias a mi amigo por compartir sus vivencias, mi humilde trabajo solo se limitó a escribir el espíritu de cada momento. Y volviendo al poeta Homero, él narra que Odiseo (Ulises) vivió muchas aventuras durante la guerra y siempre se destacó por su capacidad para hacer frente a cualquier situación; inventando el ardid, la trampa del famoso “caballo de Troya”, que llevó a la victoria a su ejército. Y yo me pregunto junto a mi amigo: ¿Sería posible cruzar los muros de un Estado corrupto usando un caballo de Troya para destruir las malas prácticas que por generaciones nos han maltratado? ¿Sería posible? Creo que sí, porque en política la democracia tiene que ver con mejoría, dignidad y seguridad; y en la fe, creemos que Dios quiere ver países que disfruten de gobernantes íntegros y con carácter. Creo que sí, podemos construir nuevas murallas usando verdades que sirvan de fundamento para gozar de un  mejor país.