MANUEL E. GÓMEZ PIETERZ
El General Pedro de Jesús Candelier, según informa la prensa diaria, ha iniciado los trámites de rigor ante la Junta Central Electoral para la inscripción de un nuevo partido político: el Partido Alianza Popular (PAP serían sus siglas). Si bien el lanzamiento es oportuno porque el clima político demandante de enérgicas decisiones le es propicio, sin embargo, su motivación en el argumento de que los partidos políticos tradicionales han colapsado, exige el aporte de razones y explicaciones adicionales.
Lo que efectivamente está llevando a nuestro tradicional sistema de partidos al colapso es el populismo, demagógico y clientelista por esencia. Ocurre que el populismo no es un mal tópico de nuestro país, sino un cáncer que ha hecho metástasis en todo el continente latinoamericano que está ocasionando el regreso a una curiosa forma de comunismo tardío sin ideología que se motiva en el fracaso que considera un nuevo ardid de los explotadores de siempre, responsables de su propio fracaso.
El populista no concibe al partido político como un medio organizado del poder público dirigido a la objetiva y eficaz realización de las aspiraciones de la sociedad; sino como un fin en sí mismo, como un organismo corporativo que particulariza en beneficio de los suyos los poderes públicos, desviándolos de su legítima fuente: el pueblo soberano.
El nombre escogido por el señor Candelier es equívoco, porque Alianza Popular no lo pone a salvo de la veleidad populista, y la crisis del populismo constituye el meollo del permanente descalabro dominicano. En nuestra modesta opinión, para encajar en la realidad dominicana cualquier nuevo partido debe afirmar enfáticamente que no es ni será un partido populista. Por ello creo que a este Partido Alianza Popular (PAP), le iría mejor como Partido Alianza Popular Anticlientelista (PAPA). Aunque pierda las elecciones.
En un artículo que escribí hace ya varios años, afirmaba que el populismo, como los tumores cancerosos, creaba su propia red de vasos sanguíneos de alimentación. La corrupción generalizada es el sistema sanguíneo nutritivo del populismo clientelista. Sin corrupción creciente, el creciente clientelismo desfallece y el populismo muere por inanición y por tanto, la lucha anticorrupción del populismo se convierte en una farsa burladora, que tiende una engañosa cortina de humo.
Lo trágico de la hora presente dominicana, es la evidente convergencia al populismo, de todos los partidos políticos, unos más, otros menos. Y el populismo requiere cada vez más permisividad democrática, con cada vez menos estado de derecho. El populista le huye a las reformas como el diablo al agua bendita y por ello está compelido a hundirse sistemáticamente en las irregulares cavernas de la informalidad. Donde impera la coima, el soborno, el peaje, las transacciones por debajo de la mesa, el mercado de impunidades y la ética sin código de la irregularidad.
Los enormes beneficios de una apertura a la globalización son banalizados como simple resultado del intercambio comercial y no como motor de un proceso de reformas internas que crearán un clima de inversión y negocio atractivo al inversionista extranjero, que aporte capitales y tecnología para producir y exportar productos de elevado valor agregado al gran mercado del DR-CAFTA. Pero talvez el mayor beneficio provendrá de la vigencia forzosa de normas y leyes por la jurisdicción supranacional.
Será el fin de los subsidios clientelistas y las barreras arancelarias disfrazadas; de los contratos de grado a grado sin llamado a licitación internacional. Será el fin del Estado delincuente que en lo sucesivo sería demandable y condenable por una corte internacional.
Es pues comprensible que la quinta columna populista torpedee solapadamente cualquier tratado de libre comercio. Y que lo haga apelando a la demagogia de que los más perjudicados serían precisamente los que realmente serán más beneficiados: la clase trabajadora y en general el público consumidor.