Hace 14 años el suscrito cubrió, en su calidad entonces de Editor Internacional de este diario HOY, la histórica visita a Cuba del ahora Beato Juan Pablo II, la cual marcó la decadencia y ruptura del Estado cubano con la ortodoxia marxista-leninista sobre la iglesia cristiana y sentó las bases para la peregrinación que acaba de realizar el Papa Benedicto XVI a la isla comunista.
El Santo Padre, cabeza de más de mil millones de católicos, acaba de anotarse una resonante victoria con sus memorables visitas a la convulsionada México y, luego a Cuba, el agonizante faro comunista de occidente, donde movilizó a miles de feligreses.
Bajo su inolvidable consigna, que Cuba se abra al mundo y el mundo se abra a Cuba, en 1998 el carismático pontífice Juan Pablo II se propuso abrirle un espacio protagónico a la labor evangelizadora del catolicismo en el seno de la familia, la educación y la fe cubanas.
Siguiendo sus huellas, el mensaje cristiano aireado por Benedicto XVI sintetiza una exhortación a los cubanos a tomar las armas de la paz, el perdón y la comprensión para construir una sociedad abierta y renovada.
¿Qué ha logrado la Iglesia Católica en los 14 años transcurridos? Hay una mayor tolerancia para la práctica religiosa, aunque las familias siguen desunidas por razones políticas; tampoco se registran progresos sustanciales en la vigencia de los derechos humanos en la isla, que cuenta con miles de presos de conciencia y se reprime la disidencia.
La educación cubana es tan laica y atea como durante el mejor formato de la Guerra Fría, proceso en el cual Juan XXIII excomulgó a Fidel Castro en 1960, y los cubanos cristianos todavía no pueden cursar estudios universitarios de profesiones vinculadas a las ciencias sociales.
Parece una utopía la exhortación para que Cuba construya una sociedad abierta y renovada, pues el embargo estadounidense sigue vigente y, bajo los criterios leninistas, la apertura y la modernidad son objetivos inalcanzables.