El Sumo Pontífice de la Iglesia Católica, siguiendo los pasos de sus más recientes predecesores Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI, ha sabido aprovechar la celebración del 70 aniversario de la fundación de la Organización de las Naciones Unidas para pronunciar un histórico discurso que sintetiza los anhelos de justicia, solidaridad, fraternidad, amor, respeto, paz universal y progreso colectivo. Ante los Jefes de Estado habló claro y preciso cuando planteó: “No hay que perder de vista, en ningún momento, que la acción política y económica, sólo es eficaz cuando se la entiende como una actividad prudencial, guiada por un concepto perenne de justicia y que no pierde de vista en ningún momento que, antes y más allá de los planes y programas, hay mujeres y hombres concretos, iguales a los gobernantes, que viven, luchan, sufren y que muchas veces se ven obligados a vivir miserablemente, privados de cualquier derecho… los gobernantes han de hacer todo lo posible a fin de que todos puedan tener la mínima base material y espiritual para ejercer su dignidad y para formar y mantener una familia, que es la célula primaria de cualquier desarrollo social. Este mínimo absoluto tiene en lo material tres nombres: techo, trabajo y tierra; y un nombre en lo espiritual, que comprende la libertad religiosa, el derecho a la educación y todos los otros derechos cívicos. Por todo esto, la medida y el indicador más simple y adecuado del cumplimiento de la nueva Agenda para el desarrollo será el acceso efectivo, práctico e inmediato, para todos, a los bienes materiales y espirituales indispensables: vivienda propia, trabajo digno y debidamente remunerado, alimentación adecuada y agua potable; libertad religiosa, y más en general libertad de espíritu y educación. Al mismo tiempo, estos pilares del desarrollo humano integral tienen un fundamento común, que es el derecho a la vida, y más en general, el que podríamos llamar el derecho a la existencia misma de la naturaleza humana”.
Habló de la crisis ecológica en el mundo, así como de los horrores de las conflagraciones bélicas regionales. Al respecto expresó: <<En las guerras y conflictos hay seres humanos singulares, hermanos y hermanas nuestros, hombres y mujeres, jóvenes y ancianos, niños y niñas, que lloran, sufren y mueren>>. Catalogó como otra forma de guerra la generada por el mercado de las drogas. Sobre ello dijo: <<El narcotráfico por su propia dinámica va acompañado de la trata de personas, del lavado de activos, del tráfico de armas, de la explotación infantil y de otras formas de corrupción. Corrupción que ha penetrado los distintos niveles de la vida social, política, militar, artística y religiosa, generando, en muchos casos, una estructura paralela que pone en riesgo la credibilidad de nuestras instituciones>>.
El cierre de su exposición fue sencillamente magistral. Elevó una plegaria al Todopoderoso para que los Estados miembros y funcionarios rindan siempre <<un servicio eficaz a la humanidad, un servicio respetuoso de la diversidad y que sepa potenciar, para el bien común, lo mejor de cada pueblo y de cada ciudadano>>.
La verdad sea dicha, con sus palabras, el Papa Francisco supo conjugar de un modo genial los deseos de muchos millones de seres humanos que pueblan la tierra. Por ello, invito a los lectores a leer el texto completo y realizar una profunda reflexión del pensamiento papal aterrizado.