Roma. El papa Francisco celebró hoy el Miércoles de Ceniza, que da inicio a la Cuaresma, un tiempo que debe servir para decir “no” a la indiferencia en un mundo que, advirtió, se ha acostumbrado a respirar “un aire sofocante de pánico y aversión».
“Nos hemos acostumbrado a respirar un aire cargado de falta de esperanza, aire de tristeza y de resignación, aire sofocante de pánico y aversión”, señaló el pontífice argentino durante la misa de Miércoles de Ceniza, celebrada en la basílica romana de Santa Sabina.
Un rito que marca el comienzo de la Cuaresma, el periodo de 40 días previo a la Semana Santa y en el que algunos cristianos hacen ciertos días de ayuno y penitencia, en el que, subrayó, se debe rechazar de plano “la asfixia provocada por nuestros egoísmos” y por “mezquinas ambiciones y silenciosas indiferencias” ante el mundo.
Por ello, pidió decir “no” a “la polución de las palabras vacías y sin sentido, de la crítica burda y rápida, de los análisis simplistas que no logran abrazar la complejidad de los problemas humanos”, especialmente de quienes más sufren.
Pidió también oponerse a la indiferencia, a “la negligencia de pensar que la vida del prójimo no me afecta”, así como a “cada intento de banalizar la vida, especialmente la de aquellos que cargan en su carne el peso de tanta superficialidad».
Durante su homilía, basada en un pasaje del profeta Joel en el Antiguo Testamento, Francisco también criticó la superficialidad espiritual.
“La Cuaresma es el tiempo de decir ‘no’; no, a la asfixia de una oración que nos tranquilice la conciencia, de una limosna que nos deje satisfechos, de un ayuno que nos haga sentir que hemos cumplido”, dijo Jorge Bergoglio, dirigiendo la mirada hacia los religiosos que le escuchaban en el templo.
En este sentido recordó que en este tiempo es preciso negarse a los “intimismos excluyentes que quieren llegar a Dios saltándose las llagas de Cristo”, presentes en las dificultades del prójimo.
En su opinión es este tipo de espiritualidad la que “reduce la fe a culturas de gueto y exclusión” y, como contraposición, propuso la salvación del “aliento de vida de Dios”, antídoto de la asfixia que “apaga la fe, enfría la caridad y cancela la esperanza».
En este periodo Francisco animó a los fieles a preguntarse «¿qué sería de nosotros si Dios nos hubiese cerrado las puertas?” o ¿dónde estaríamos sin la ayuda de tantos rostros silenciosos que de mil maneras nos tendieron la mano y con acciones muy concretas nos devolvieron la esperanza y nos ayudaron a volver a empezar?».