El Papa visita uno de los centros del narcotráfico en México

El Papa visita uno de los centros del narcotráfico en México

MÉXICO.  El papa Francisco se dirige al corazón de una región mexicana donde abunda el narcotráfico para reunirse con jóvenes, a los que considera la esperanza de un futuro mejor.    La visita del pontífice a Morelia, capital del estado de Michoacán —el cual se ha convertido en un campo fértil para la producción y el contrabando de narcóticos—, llega en momentos en que busca dar consuelo a un país afligido por la violencia derivada de las drogas, al tiempo que envía un mensaje sobre su visión para el futuro de la Iglesia mexicana.

El año pasado Francisco hizo cardenal a Alberto Suárez Inda, arzobispo de Morelia, que al igual que el papa ha exhortado a los miembros de la jerarquía eclesiástica de México a que dejen de lado su vida cómoda y se conviertan en pastores con el “olor a oveja” de sus feligreses. Es una frase famosa del pontífice sobre la necesidad de los obispos de acompañar a su grey a través de los altibajos de la vida.

Desde que comenzó su viaje por el país el viernes por la noche, Francisco ha reprendido varias veces a los líderes de la Iglesia mexicana, muchos de los cuales se muestran renuentes a criticar a la élite de los ricos y poderosos con la que tienen vínculos cercanos.    En la Ciudad de México el sábado criticó a los que llamó clérigos chismosos, altivos y ensimismados por destacar en su carrera, y los exhortó a que apoyen a su grey y ofrezcan valor “profético” al enfrentar el narcotráfico.

En un mensaje que dejó en un libro de visitas de un seminario, exhortó a los futuros sacerdotes a ser pastores de Dios en lugar de clérigos “del Estado”.    La escala del papa en Morelia es una señal de que respalda completamente el programa pastoral de Suárez Inda y lo considera un modelo para que otros clérigos lo emulen.

En 2013, en la que ha sido tal vez la cúspide de la violencia en Michoacán, Suárez Inda encabezó a otros ocho obispos en la firma de una carta inusualmente dura en la que acusaban a las autoridades gubernamentales de “complicidad, forzada o voluntaria” con las bandas criminales. Exhortaban a los sacerdotes a que hicieran “cuanto esté a su alcance” para ayudar a la gente en un ambiente de secuestros, homicidios y extorsión, así como a emprender “acciones concretas a favor de la paz y la reconciliación”.

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