Tener una prensa débil es lo peor que le podría ocurrir a una sociedad en cualquier parte del mundo.
El papel del periodismo es altamente responsable.
Su misión no es solo informar, sino investigar, cuestionar, analizar, pedir cuentas y exigir transparencia.
Los gobiernos, los líderes, la justicia, la religión, las instituciones… pueden fallar, pero no la prensa. Esta debe ser siempre el fanal de los pueblos.
El prestigioso columnista del New York Times Nicholas Kristof dice que el periodismo debe tener siempre los pies en el fuego.
Plantea que este oficio nunca debe someterse al capricho de nadie.
“El periodismo es un muro de contención contra el ejercicio del poder”, escribió. “Es como una especie de perro guardián”.
Es por eso que cuando un líder político o gobierno se descarrila de los propósitos esenciales, inmediatamente arremeten contra los medios de comunicación.
Y varios son los recursos: descalificar la comunicación, intimidar a los periodistas o, peor aún, intentar comprar la conciencia.
En los países vulnerables a la corrupción y donde hay instituciones sumamente débiles, el periodismo honesto es la única salvación.
Hay que abogar por la plena libertad de prensa.
Pero en realidad no es una aspiración que siempre se cumple.
Publicar se ha convertido en un negocio. Y, como tal, lo que busca es ganar, venga de dónde venga.
No revelar la gravedad de un hecho o acto, moldear la naturaleza de la noticia, manipular el contenido, guardar silencio, no ahondar, soltar la pista, desviar la atención con otros contenidos, informar solo sobre lo que le conviene a los actores que deben estar bajo escrutinio, son solo formas reveladoras de una prensa desviada de su papel.
Triste es decirlo, pero en ocasiones se produce esta combinación siniestra.