El papel de los intelectuales en la sociedad

El papel de los intelectuales en la sociedad

LUIS R. SANTOS
Universalmente se admite que una sociedad con niveles aceptables de desarrollo para la mayoría se construye con el esfuerzo colectivo, que no es más que cada quien aportando de acuerdo a sus posibilidades. El dirigente político sabedor de sus responsabilidades, el economista, el artesano, el investigador, el artista, el intelectual, todos empujando en una misma dirección.

Antes de entrar en consideraciones acerca del deber de un intelectual, primero veremos algunos sinónimos del término: pensador, estudioso, sabio, científico, erudito.

Ante todo, considero intelectual a aquel creador de ideas en el campo de la política, de la economía, de la sociología, del arte, de la teología, de la ciencia, que además es capaz de articularlas lógicamente, de exponerlas.

En República Dominicana tenemos y hemos tenido buenos intelectuales o pensadores. Los ha habido con tendencia hacia la izquierda y hacia la derecha y ubicados en el centro y que han realizado su trabajo y han defendido con pasión sus posiciones; pero en la actualidad se percibe cierto vacío, cierta dejadez, tal vez producto de las frustraciones acumuladas durante décadas; décadas, para muchos, perdidas.

Salvo el parecer de algunas mentes demasiado brillantes, la sociedad dominicana no marcha bien: hay problemas de pobreza, de corrupción a todos los niveles, de violencia, de inseguridad. A pesar de los avances inocultables que hemos alcanzado en diversas áreas, estamos lejos de ser una sociedad digna para la mayoría. Y una sociedad digna para la mayoría necesita de la participación, de la intervención de sus intelectuales. Necesita que la gente con capacidad para pensar intervenga en los debates, en los medios de comunicación, en los partidos políticos.

En el caso de los partidos, ahora más que nunca se hace necesario que sus intelectuales asuman el papel que les corresponde. No es posible que los intelectuales dominicanos sigan afiliándose a los partidos sólo con la idea de tener la posibilidad de acceder a una posición medianamente importante en una Secretaría de Estado, o para ser designado embajador, que tampoco es un pecado.

Pero también hay muchos que no están afiliados a los partidos que se hacen indiferentes a los males que nos agobian como conglomerado.

Sabemos que los políticos, mientras detentan el poder e incluso mientras ejercen su poder en los partidos, no quieren que se les critique, que se les eche limón y ceniza en los ojos. El poder quiere gente sumisa, que aplauda sus acciones aunque estas sean absurdas e improcedentes. Pero cuando una sociedad alcanza niveles de desarrollo suficientes, las críticas hechas con fines de corregir entuertos son toleradas por el poder, porque les ayuda a enderezar el rumbo, a hacer los correctivos pertinentes. Pero eso acontece cuando los gobernantes están realmente empeñados en solucionar los males sociales, y no cuando los intereses grupales están por encima del bien común, caso muy frecuente en República Dominicana.

Y no puede llegar muy lejos una sociedad en donde la gente que tiene capacidad para la crítica constructiva no la hace; no puede desarrollarse una sociedad en donde sus intelectuales no participan de manera activa en la búsqueda de soluciones a los problemas colectivos. Ese don del saber, del saber pensar, debe ser puesto al servicio de los más nobles ideales de nación.

Pero, en otra vertiente, hay que decir también que, producto de nuestro atraso social, de nuestras carencias, a los intelectuales se les hace muy difícil tener la posibilidad de desarrollar un trabajo intelectual que les permita vivir con dignidad; aquí son muy reducidos los espacios para la gente dedicada a la creación de ideas y conceptos, de ahí que en muchas ocasiones se ven en la obligación de autocensurarse, de callar ante los desaciertos, y ese silencio los convierte en cómplices de los desmanes que cometen los jefes de nuestra sociedad: los políticos, los empresarios, los curas, los militares, los medios de comunicación.

Esto quiere decir que los intelectuales, en muchos casos, también son víctimas de esta pobreza nuestra y por lo tanto no desempeñan el papel que deberían.

Hay otros que sus ideas y sus conocimientos sólo son puestos a al servicio de sus intereses y patrimonios, sin que les importe lo que esté ocurriendo a su alrededor.

Si observásemos lo que está aconteciendo en la actualidad vemos que muy pocos pensadores están empujando en la dirección correcta, en la dirección apropiada; y, desde mi óptica, la labor más importantes que pueden realizar en esta coyuntura los intelectuales es sumarse a las voces que reclaman un cambio en la actitud de nuestros dirigentes políticos, cambio de actitud que tarde o temprano propiciará la instauración de nuevas prácticas en nuestras instituciones y tenderá a disminuir flagelos como la corrupción y la impunidad.

En este espacio quiero reconocer el trabajo valioso que viene realizando gente como Rosario Espinal, César Pérez, Bienvenido Alvarez Vega, Rafael Toribio, Juan Bolívar Díaz, Rafael Molina Morillo, Miguel Guerrero, Pablo Mckinney, Koldo, entre otros tantos, que con sus voces nos recuerdan que hay mucho por hacer, mucho que censurar, mucho que corregir.

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