El paraíso de los vendedores de ilusiones

El paraíso de los vendedores de ilusiones

FABIO R. HERRERA-MINIÑO
La historia de nuestra isla, desde que los primitivos aborígenes la habitaban y esperaban la llegada de sus dioses, pasando luego por la llegada de los expedicionarios españoles del siglo XV, que los engañaron con el cuento de baratijas por oro, hasta el día de hoy, es que nos venden paradisíacos proyectos que reciben solo la aceptación, cosa extraña, de los funcionarios de turno, y al final, son engañados los dominicanos.

Dominicana ha sido un paraíso de los más variados negocios, que al final de cuenta eran para perjudicar al país, que se veía amarrado por los empréstitos más onerosos, y de curioso final, de que lo que se recibía no pasaba del 30% de los préstamos contraídos. Nuestra historia nos enseña cómo se iniciaron aquellos préstamos de Hartmont que por más de 60 años agobiaron la deuda externa del país y fueron la excusa para la primera intervención norteamericana del 1906, para controlar y fiscalizar las aduanas, y luego la militar de 1916.

Asimismo, los proyectos que nos traen los soñadores inversionistas siempre los venden de que al país no le costará un centavo, en que solo se requiere una aprobación estatal para que así puedan llevar a cabo su proyecto, como aquella de convertir la bahía de Samaná en una base militar norteamericana, previo arrendamiento, o que fuera un puerto carbonero para trasbordo hacia el continente. También soñó con la isla Napoleón, cuando los franceses dejaron sus huellas en los primeros años del siglo XIX, que muy caro les costó esa aventura expedicionaria.

Los negocios que se realizan en torno al transporte con el uso del ferrocarril no fueron pocos y al menos en el siglo XIX se materializaron las vías de metal que sacaron al Cibao de su aislamiento, ayudando a llevar a Puerto Plata y a Sánchez las producciones agrícolas de las ricas tierras cibaeñas. Asimismo tan solo hace tres años nos quisieron vender un ferrocarril de Santo Domingo a Santiago con muchas bondades, pero como tenía que suceder, se quedó en notas de prensa.

Ha sido después de la muerte de Trujillo cuando más aventureros y emprendedores hombres de negocios se han acercado a los gobiernos de turno para ofertarle los más atractivos proyectos, en que supuestamente el Estado no pondría un centavo, pero que al final de cuentas se traducía que era necesario otorgarle numerosas exoneraciones, si acaso se daban los pasos de aceptación y la luz verde para iniciar los proyectos, que en poco tiempo se desinflaban y quedaba la frustración entre los dominicanos; solo los políticos se veían con fortunas adicionales, fruto de sus cabildeos para introducir a los inversionistas en los niveles adecuados de poder político.

Al inicio del siglo XXI el país se ha visto invadido por las más numerosas ofertas, que van desde aquella en la Bahía de Manzanillo con la inversión billonaria de un consorcio de jeques árabes hasta la de una isla artificial y la de convertir a Sans Soucí en un destino turístico lleno de tiendas, hoteles, restaurantes, playas, etc., pasando por la penosa acción de dar en concesión la construcción de varias carreteras en que el Estado no se ha escapado que al final de cuenta tiene que buscar el dinero para resarcir a los inversionistas de sus pírricas inversiones y ocultar los errores cometidos en el financiamiento sin costo para el Estado de esos frustrantes proyectos.

Tenemos de moda la isla artificial frente a Gascue y Ciudad Nueva, que proyecta ocupar más de un millón de metros cuadrados al mar, de forma que se convierta en un atractivo proyecto de gran magnitud, en que supuestamente, el Estado no tendrá que aportar ni un centavo, pero que al final de cuentas quedará como un compromiso de la deuda externa privada. La información que se ha presentado del proyecto parece que no ha tomado en cuenta los famosos mal tiempos de agosto y septiembre, en donde la costa sur es el blanco preferido de esos fenómenos naturales y que los «mares de leva» son parte de la historia. Uno de los más mortales fue aquel que destruyó al famoso acorazado de la marina norteamericana Memphis, surto en el antepuerto del Ozama durante la primera ocupación de Estados Unidos, y luego otro ocurrido en 1936 que azotó la costa capitaleña, dejando una alta cuota de muertos. No habría dudas de que la isla artificial se desmembraría cuando ocurriera algunos de esos fenómenos marinos, en que toda la costa firme aledaña a ese obstáculo artificial recibiría miles de toneladas de rocas y restos de edificios destruidos, por más seguridades que se hayan tomado a la hora de diseñar las estructuras así como el soporte bajo el agua, que en base a robustos tablaestacados, serían la base primordial de un proyecto que podría resultarle caro a los inversionistas, si tal cosa llegase a cuajar y se emprendiera su materialización. También ahora aparece otro proyecto de dos plantas de carbón de 600 megavatios de capacidad cada una, en que el gobierno le presentaría a los inversionistas $140 millones de dólares a razón de $7 millones mensuales y eso parecería otra venta de ilusiones si hubiese intenciones de buena fe para instalarlas.

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