El parque de luces

El parque de luces

CHIQUI VICIOSO
Visité, con gran curiosidad, el Parque de Luces que creara ese productor de grandes ideas, Quijote en búsqueda de auspicios que hagan realidad sus sueños, que es José Antonio Rodríguez.

Me sorprendió, felizmente, la multitud que encontré en el parque y su heterogeneidad. Eran centenares de padres y madres con niños y niñas de todas las edades, huérfanos de un entretenimiento que se piense específicamente para la infancia que todavía no es, consumidora de ron y cerveza, o celulares, pero lo será, créanme.

En el parque vi un gran árbol navideño, despliegue de luces, y muchos arbolitos y sendas iluminadas. Observé a la Virgen Madre María y a San José dialogando con los niños y niñas, y luego a los niños hablando con los Reyes Magos, cada uno insistiendo en sus propuestas.

Oí el bullicio de la multitud infantil que reaccionaba con encanto a un flautista mágico y una cellista vestida de hada, y aprecié la apreciación infantil de la música. Vi llegar a soldaditos de plomos y a duendes que asombraron a la niñez presente y oí anunciar un segmento del Ballet Cascanueces. Desafortunadamente me perdí la lectura del Cuento de la Navidad de Don Juan y de Los Magos, de Avelino Stanley.

Empero, en este espectáculo, (donde la luz debió ser la protagonista: «Soy la luz, y soy la luz porque….Y tengo una hermana que se llama oscuridad…grande y gorda que todo lo invade y todo lo quiere dominar y llenar de sombras….(apagón-oscuridad-silencio)…» ), esperé ver un bosque azul dialogando con uno rojo, y otro amarillo opinando, y luego todas las luces danzando al unísono con la música, con un gran final, como de fuegos artificiales, pero lumínico. Deformaciones tecnológicas del primer mundo que hubieran sido posibles se hubiese invertido en el espectáculo los fondos que se necesitaban para regalarle a la infancia dominicana, cada diciembre, un poco de magia.

Y de eso se trata. Lo que demostró del Parque de Luces es la necesidad que tienen los padres y madres dominicanos de que las grandes compañías e instituciones culturales piensen en la niñez como gran público. Y si no lo hacen (porque los niños y niñas no consumen sus productos, o no votan) sí lo harán si sus padres y madres reclaman ese espacio como consumidores -que ya son- de sus productos.

¿Qué quiere decir considerar a la infancia como gran público, y como sujeto cultural? Doy dos ejemplos:

Este 25 de noviembre, en vez de excursiones escolares al Obelisco dedicado a Las Hermanas Mirabal, vimos a brigadas del Ayuntamiento montando el arbolito de Navidad, algo que podían haber hecho el 26. Nadie pensó en los niños y niñas, ni en la fecha.

Este cinco de enero, volveremos a ver los Reyes Magos montados en burros famélicos, yeguas, o caballos que no sirven ni para salchichón, cuando ya, desde el año pasado, sugerimos que aprovecháramos la presencia de nuestro Embajador en Egipto para solicitarle a ese gobierno tres camellos de verdad, que harían la felicidad de la infancia capitalina cada diciembre, y un centenar, tres por provincia, que podrían utilizarse tanto en los desfiles de los Reyes Magos como en los programas de verano, si a alguien se le ocurriese trabajar (para la infancia) las Mil y una Noches, por ejemplo.

La acción cultural puede y debe orientarse a todos los sectores poblacionales y en ella la infantil es fundamental porque es el futuro. Ese futuro esta ahora en manos de creadores, como José Antonio, que así lo entienden y de algunas compañías que no se arriesgan lo suficiente.

Falta luz, no solo en el Mirador, sino en todos nuestros parques. No la de la CDE (oscuridad menor a la que ya nos hemos acostumbrado, felicidad de fabricantes de velas), sino la de la imaginación y la ternura.

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