El Partido de No Hacer Nada

El Partido de No Hacer Nada

Comentario Editorial
Newt Gingrich, el ex líder republicano, aconsejó recientemente a los demócratas a adoptar el lema “¡Ya basta!” para la campaña de las elecciones de medio término en noviembre. Por provenir de un hombre que condujo a los republicanos a una victoria aplastante en el Congreso en 1994, el consejo se dejó sentir. También, por eso las encuestas de opinión que muestran que los demócratas superan de manera consistente a los republicanos en todos los temas, ya sea su capacidad para conducir la guerra en Irak, el combate al terrorismo o el manejo del déficit de presupuesto de EEUU.

Para los demócratas, la tentación es claramente reclinarse y esperar que el pueblo norteamericano se sienta de la misma manera en noviembre.

Existen dos peligros para lo que a primera vista parece ser la estrategia menos arriesgada de no hacer nada. Primero, ante la ausencia de una plataforma bien pensada, los demócratas resultarán más vulnerables al atractivo del populismo en la medida que la campaña se desenvuelva. Ya vimos algo de esto hace dos meses, con la oposición carente de principios del partido a la adquisición de las terminales de contenedores en seis puertos norteamericanos por Dubai Ports World.

En términos éticos solamente, la xenofobia siempre está equivocada. En esta instancia fue mucho menos defendible, puesto que los demócratas estaban perfectamente conscientes de que la compañía radicada en el Golfo no tendría voz en el tema de la seguridad portuaria. Sin embargo, el nacionalismo económico también es cuestionable por su egoísmo.

El Congreso continúa valorando la legislación que dificultaría más aún que compañías extranjeras compraran entidades norteamericanas. Cualquier movimiento de esa naturaleza  -o cualquier intento por convertir a China en chivo expiatorio por el creciente déficit en la cuenta corriente de EEUU-, rebotaría en la economía estadounidense. Los demócratas deben recordar que la apertura económica no es solo en el interés de los norteamericanos, sino en el suyo propio. No es una coincidencia que Bill Clinton, el ex presidente de EEUU, fuera el demócrata más partidario del libre comercio y también el demócrata de mayor éxito de su generación.

El segundo peligro es que el público quiera saber mucho más sobre lo que harían los demócratas mientras se acerca la probabilidad de una victoria, y que, sin embargo, faltaran respuestas creíbles. Por supuesto, no se puede dar por sentada una respuesta, aún cuando las encuestas dan una ventaja de 20%. Debido al diseño del sistema norteamericano movido políticamente por distritos, muy pocos puestos califican como una contienda abierta -en general 30 de 435 en la Cámara de Representantes y cerca de 10 de 33 asientos en el Senado serán reelectos este año-.

Esa división manipuladora solo refuerza la tendencia a concentrarse estrechamente en unos pocos puestos a expensas de construir campañas nacionales más amplias.  

También esto constituye una tentación que se debe evitar. Si es dando más consistencia a sus llamados por una “independencia energética” de EEUU, enfrentando los crecientes costos de salud y educación de EEUU, o asumiendo con seriedad cómo resolver la crisis en Irak, los demócratas tienen que ir más allá de los lemas políticos. Muchos observadores ven en las elecciones de 2006 como el choque más importante de ideas desde 1994. Sería una pena que los demócratas no fueran capaces, o no quisieran enfrentar ese desafío.

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