El partido del candidato

El partido del candidato

CÉSAR PÉREZ
En general, hoy día las campañas y las grandes políticas las hacen los técnicos. Los miembros de los partidos se limitan a buscar los votos con los mensajes comprimidos elaborados por estos técnicos, erigidos en los nuevos cuadros de la política sin ninguna vinculación orgánica con los partidos, sin ningún mandato y políticamente «asépticos».

En gran medida, la acentuación de esa tendencia ha determinado el fin de los partidos como maquinarias políticas que expresaban proyectos de sociedad de grupos y clases sociales y su conversión en colectividades cuyo accionar está orientado básicamente hacia la obtención/reproducción de sus intereses económicos corporativos. Esto no impide, no obstante, que se produzca una tensión entre esos intereses mercuriales y las adscripciones ideales y culturales que en su origen les dieron sus especificidades y que se mantengan como sedimentos en la memoria de muchos de sus militantes y simpatizantes.

En sus orígenes, los partidos fueron federaciones de facciones, hoy lo son nuevamente, pero la diferencia es que anteriormente éstas eran expresiones de interpretaciones diferentes de las concepciones ideales y culturales de los proyectos de sociedad de esas colectividades, ahora son expresiones de proyectos para administrar los grandes presupuestos de las instituciones del Estado: la Junta Central Electoral, el Congreso, la Judicatura, de los ministerios y de las instituciones descentralizadas.

El Estado, las ciudades los territorios y espacios en la nueva forma de reproducción del capital han devenido grandes empresas. Los partidos asignan y administran recursos que éstas demandan, en colusión con los principales agentes económicos privados, creándose de ese modo una nueva oligarquía. De esa manera, se comportan como una federación de facciones corporativas, estructurales o coyunturales que se nutren y reproducen en simbiosis con esos agentes económicos privados.

La política y sus partidos, por tal razón, son empresas y por ser tales, son dirigidas por managers, por técnicos. Por eso, las campañas se basan en consignas simples, no en programas, ni en proyecto de sociedad. Generalmente, los managers al servicio de los jefes de grupos son expertos extranjeros o nacionales que venden «fórmulas» ganadoras aplicables a cualquier país.

Estos expertos tienden a tener una débil valoración del concepto partido, de su historia y de su significado en sus respectivas sociedades. Para ellos, este no es una colectividad social y política con todo lo que esto significa, sino una simple referencia nominal, una franquicia o patente registrada en las juntas electorales. Los términos se invierten: el partido es del candidato y no al revés, como era antes.

Sin embargo, la reducción del concepto partido a simple franquicia electoral, ni el hecho de que la degeneración de este haya vaciado la Política de su antiguo contenido no resuelven temas cruciales sobre su significado en la sociedad moderna. En su momento, los partidos fueron grandes referencias culturales e ideales no totalmente desaparecidas, como es el caso de este país.

En ese sentido, por ejemplo, podría uno aventurar la hipótesis de que las diferencias entre el sorprendente buen posicionamiento electoral de Amable Aristy y la debilidad que en se aspecto muestra Eduardo Estrella, se debería a que el primero mantiene el discurso y la práctica que, en esencia, aprendió del desaparecido líder de su partido, mientras que el segundo tiene un discurso totalmente divorciado de esa práctica, de ahí su divorcio con el cuerpo electoral de esa colectividad.

Igualmente, podría uno preguntarse si Miguel Vargas y sus consejeros electorales podrán prescindir del significado del PRD en la memoria colectiva política de sus militantes y de su cuerpo electoral y hacer vencedora su campaña como candidato de un partido ausente en términos de imagen. En el caso de Leonel Fernández, se deberá demostrar si éste ha recocido un partido que para muchos de sus militantes ha renunciado a su memoria.

En definitiva, los equipos técnicos-impolíticos pueden llevar a Palacio al «candidato». Es razonable que éste se valga de la técnica y los técnicos para hacer exitosa su campaña, pero es una ingenuidad esperar que por esa vía de acceso al poder, puedan hacer cambios sustantivos.

Sin proyectos de sociedad colectivamente estructurados, sin alianzas y compromisos políticos serios con diversos sectores del país, de los partidos de esos candidatos poco o nada se puede esperar en este 2008 que se inicia.

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