El partido-negocio

El partido-negocio

Ningún partido en el continente vinculó su comportamiento institucional con las tareas gubernamentales como el PRI en México. 71 años contribuyeron a sembrar en la mentalidad de su clase dirigente una aberrante concepción donde todo era posible, siempre y cuando, el mando organizacional lo autorizara. Y a juicio de Mario Vargas Llosa, esa dictadura perfecta hizo fortunas inimaginables, deformó sus instituciones y llegó hasta asesinar al candidato presidencial que representaba una ruptura con el viejo orden.
Una de las reglas de descomposición de los partidos políticos y causa esencial de su desconexión con los electores reside en la mortal combinación de élites directivas orientadas por ventajas económicas y el desvío ideológico de sus bases. Tanto el APRA, en Perú como el PRD en el país, sufrieron un descalabro producto de ejercicios en el poder alejados de su base social y empecinados en una lógica de acumulación que transformó su esencia y amplísimos segmentos de la sociedad sentían distancias entre su retórica opositora y conducta en el gobierno.
El acontecimiento que agravó los niveles de desenfreno en el comportamiento institucional de los partidos estuvo vinculado a la desaparición de su líder histórico (José Francisco Peña Gómez), un relevo sin la dimensión del mentor y guía (Alán García) y el asalto de los tecnócratas (Carlos Salinas) en la dirección del aparato institucional. Por eso, la etapa de quiebra del referente ideológico creó todo un andamiaje para que el pragmatismo abriera las compuertas a todo tipo de práctica y exponentes que le dieron un sentido irracional a la conducta partidaria.
En la medida que las pujas internas estuvieron caracterizada por agendas personales, el compromiso se construía alrededor del aspirante que, sin metas ideológicas, asimiló la idea de que alcanzaba adeptos en la medida que sus destrezas financieras “convencieran” al mayor número de militantes de la organización. Así se estableció el criterio de que dirigente “exitoso” era el de mayor capacidad para “resolver”.
Cuando las discrepancias entre adversarios era simulada porque sus hábitos provocaban coincidencias, la lucha se hizo caricatura y “enemigos políticos” edificaron mecanismos de sobrevivencia para asociarse alrededor de las ventajas que implicaban competir en lo formal y compartir en la distribución del pastel público. De paso, el elemento seductor se simplificó a la lógica de ganar-ganar, sin importar el partido que resultara victorioso a la hora de contar los votos. Y colorín colorado!
Años atrás lo advertí, y el tiempo me dio la razón: el proceso de disminución electoral del PRD tenía un ganador que poco le importaba el desgano de los ciudadanos con el partido porque la administración de las siglas garantizaba ventajas incalculables. A los efectos prácticos, Miguel Vargas Maldonado teme someterse a un proceso democrático debido a que para él la gestión institucional constituye la única garantía de rentabilizarse haciendo toda clase de pirueta que sólo es posible desde la presidencia de un partido que bajo su dirección registra el nivel de menor simpatías desde su fundación en 1939.
Ahora que la firma encuestadora PENN acaba de establecer un 3% de simpatías al partido blanco y que coloca a Vargas Maldonado como el político con el índice más alto de impugnación (77%), resulta interesante “analizar” las causas que efectivamente motivan dichas “adherencias”. Por fortuna, los niveles de elemental inteligencia refieren del afán de tres o cuatro vivos de tomar las ventajas derivadas de la administración de fondos públicos o la posibilidad de acceder al tren gubernamental como vía de, con su salto de militancia ferviente, reproducir la noción del partido como espacio de negocios que tanto degrada la vida institucional.

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