El pasado histórico no se puede borrar

El pasado histórico no se puede borrar

Me he preguntado muchas veces cuáles cosas quisiera olvidar y a seguidas siempre me he respondido que absolutamente nada quisiera perder de vista en esas hojas dispersas del libro de mi vida. Mis errores deberán servirme de apoyo en mi evolución y mis logros futuros. Y creo que lejos estoy de practicar un sadomasoquismo psicótico. Pienso que de la misma manera, nuestro pasado histórico debemos mantenerlo presente, aunque no siempre vivo. Esas partes azarosas de nuestro pasado debemos recordarlas para no revivirlas. Debemos tenerlas a la vista para estar claros de que, en la hipótesis de que si volvieran a aparecer, detectarlas a tiempo y pararlas cuanto antes. El doctor Balaguer en sus primeros doce años de gobierno quiso hacer desaparecer todo vestigio material de lo que fue la dictadura de Rafael Leonidas Trujillo. Fue así como ordenó demoler la última residencia del dictador. Las nuevas generaciones no saben que donde está actualmente erigida la Biblioteca Nacional, estuvo la última morada de Trujillo. Asimismo dio instrucciones para demoler la famosa cárcel de torturas “La 40”, denominada así por quedar ubicada en la antigua calle 40, hoy, Avenida de los Mártires. Todas esas edificaciones que tuvieron algún significado durante el régimen de Trujillo debieron conservarse intactas. Tanto las residencias del dictador, con todos los muebles originales, vajillas, trajes, relojes, anillos y artículos de uso personal del gobernante, como también todas las cárceles y centros de tortura, con sus artefactos de dolor y muerte debieron ser vistos para siempre por nuestros hijos y nietos. El colega y amigo doctor Ramón Pina Acevedo, en cierta ocasión me manifestó que debería hacerse una maqueta de la otrora “Ciudad Trujillo”, tal y cual estaba en ese período histórico, con los nombres de las calles que tenían en ese momento, idea que comparto plenamente. Ningún joven sabe que la avenida Duarte se llamaba José Trujillo Valdez. Yo considero que aparte del conocimiento puro y simple de esa situación se le enseñaría al pueblo la megalomanía que sufría el gobernante de marras al ver que casi todos los puentes, calles y parques llevaban el nombre de algún miembro de la familia Trujillo. En estos días el licenciado Roberto Santana, quien preside la comisión de reforma carcelaria, ha manifestado su intención de demoler la penitenciaría de La Victoria. En este sentido debemos decir, en primer lugar, que están aplicadas como buenas y válidas todas las consideraciones a las que hemos hecho referencia anteriormente sobre las demás edificaciones del gobierno de Trujillo. Por esa cárcel pasaron muchos héroes y mártires cuyos nombres jamás deberán olvidarse. Ese lugar lo estuvimos visitando durante dos años cuando íbamos a ver a nuestro padre, doctor Rafael Augusto Sánchez Sanlley, hasta días antes de que fuera asesinado. Allí tuvimos el honor de conocer a muchos de sus compañeros, entre otros, al doctor José Fernández Caminero, doctor Cristóbal Gómez Yangüela, doctor Amiro Pérez Mera, Mayor Segundo Imbert, Moncho Imbert, Tony Barreiro, y otros que se pierden en mi memoria. La cárcel donde estuvo preso Nelson Mandela hoy es un museo. Asimismo, otras cárceles donde estuvieron recluidos grandes líderes políticos también las han convertido en museos. Entonces, ¿por qué borrar nosotros el lugar donde pasaron tantas penurias nuestros patriotas? Esas son las consideraciones desde el punto de vista histórico-patriótico. Desde el punto de vista práctico, hay que expresar con énfasis que el diseño de esa cárcel vino de Francia con especificaciones tan funcionales, que hoy día se consideran totalmente modernas. Por supuesto, hay muchas cosas que reparar y otras que modificar. El sistema sanitario no sirve por ningún lado y hay que arreglarlo por completo. Pero para eso no hay que demoler la construcción. Las edificaciones son de concreto armado y no tienen ningún deterioro excepto las filtraciones, muy fácil de resolver. Esas explicaciones nos la dio el ingeniero Oscar Grullón, quien hizo un estudio concienzudo y pormenorizado de las cosas que hay que hacer para que esa cárcel sea una cárcel modelo. Ese estudio, que incluye el método para impedir las inundaciones, fue entregado hace más de tres meses al Procurador General de la República y hasta el momento éste no ha dado respuesta. Por supuesto, en una cárcel que se hizo para setecientos presos y donde hay recluidos cuatro mil seiscientos, no puede haber mucho orden. Lo más práctico y funcional es que se haga una reparación integral de la penitenciaría y ésta sea ocupada por el número de reclusos que corresponda al diseño corregido y ampliado. Obviamente, que para los reclusos restantes hay que construir otra cárcel en algún otro lugar. Así tendremos verdaderos ciudadanos rehabilitados y un país mejor.

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