El pasado presente

El pasado presente

BONAPARTE GAUTREAUX PIÑEYRO
Habrá que ver cómo descifran los eruditos estudiosos del idioma la conjugación por una sociedad del pasado presente.

¿A qué me refiero?

A una sociedad que está en el presente pero vive en el pasado. A lo menos que se puede aspirar es a que una sociedad vida en el presente, por supuesto, sin desdeñar el pasado.

Haciendo buen uso de la frase que se atribuye a Shakespeare, quien alguna vez dijo de una manera sentenciosa: “el pasado es prólogo”.

Mientras el presente se mete a través de las pantallas del cine o del computador personal, con el Internet, una buena parte de la sociedad nacional vive anclada en el pasado.

Esa importante parte de la sociedad tiene representantes en todos los niveles sociales, a lo largo y ancho de la escala social.

Tienen como modelos arquetipos que fueron y hoy son detritus desechado en el amplio zafacón de la historia.

Ese grupo de personas que vive en el pasado, aunque esté en el presente, no entiende que la división entre liberales y conservadores se fue al cachimbo y es cuestión de un pasado que se renueva atendiendo a los intereses económicos que hacen conservadores a los liberales y a los conservadores los convierten en reaccionarios de uña en el rabo.

Como parte de los mitos nacionales que algunos pretenden mantener de manera tozuda y malsana, están los merengues que algunos compositores compusieron para loar al tirano Trujillo, para citar un ejemplo.

Trujillo, lo llevo dicho hace años, es un resultado, un efecto, no fue una causa.

Trujillo fue la punta de lanza de grupos de intelectuales, arribistas y acomplejados que, rechazados por la “sociedad blanca” de la década de 1920, lograron imponerse por la fuerza para buscar un lugar bajo el sol.

Trujillo, pues, fue un instrumento de fuerzas que hubieran actuado igual sin Trujillo. Esos grupos buscaron el modo de hacerse con el poder y fueron capaces de soportar cualquier tipo de vejación con tal de lograr sus propósitos.

Trujillo sacó las garras, usó toda la matrería de que es capaz el hombre del pueblo, el preterido, el siempre acosado, el vilipendiado, el utilizado como condón para que aplauda a quien le paga o a quien lo obliga.

Su actitud de zorro que oculta los colmillos hasta que tiene dominio de la situación, le permitió hacer y deshacer cuando tuvo poder y conspiró, trabajó, engañó, para hacerse con todo el poder.

La historia está llena de personajillos como él, de quien su pupilo Joaquín Balaguer dijo que era: artista de la política que usaba condecoraciones y medallas para apantallar al pueblo. Balaguer no dijo, pero se sabe, que también se maquillaba, como las mujeres, para tener la piel más clara y aparentar ser blanco.

Trujillo, pues, era un acomplejado fulano que, borracho de poder y acompañado por una gavilla de políticos, de militares asesinos, de ladrones de cuello y corbata, logró convertir el país en una gran cárcel donde la bajeza del mandatario premiaba la delación como actitud digna y fomentaba la abyección, para reinar sobre la podredumbre.

Mientras tanta gente viva aferrada al trujillaje, el país continuará anclado a un pasado que dificultará su necesidad de vivir el presente para construir el futuro.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas