El patio interior: un vergel amurallado

El patio interior: un vergel amurallado

Los patios interiores construidos en las residencias de la época de la Colonia en la ciudad de Santo Domingo tenían varias funciones, una de ellas la coloquial, ya que reunían a la familia y sus invitados a disfrutar del trayecto del sol, el correr de la brisa, protegidos de los ruidos de la calle.

Se congregaban a la sombra de frutales frondosos y muchas variedades de plantas ornamentales y de jardinería que ahí sembraban, agregando un toque de colores y olores al ambiente, climatizándolo.

Alrededor de la planta arquitectónica se localizaban la terraza, comedor y cocina, separados del bullicio de las vías públicas mediante muros corridos de cantería, coronados con remates de ladrillos o losetas de arcilla cocida, a manera de cornisas que formaban las fachadas sobre los que se abrían los huecos de la fenestración o ventanas. Estas fungían como miradores, además de las puertas de acceso, muchas veces decoradas con motivos de la época en los contornos del perímetro, acorde con el estilo arquitectónico, el mudéjar, el predominante y unificador de la zona.

Esta unidad en las soluciones funcionales –ambientales, materiales, estilo arquitectónico, escala y técnica constructiva_ le infiere gran coherencia y unificación en las fachadas de las edificaciones que conforman la zona colonial dominicana, única en la América Hispánica, uno de los conjuntos arquitectónicos no repetido en ninguna de las otras colonias.

En su mayoría los construían con materiales de la zona, pisos de ladrillos de arcilla (barro rojo), abundante en la región, y muros levantados a cal y canto, cuya terminación dependía del poder adquisitivo del propietario. En otra técnica constructiva, los muros se hacían a base de un aglomerado de trozos de piedra caliza o coralina, mezclados con cal y arena. Esta técnica era bien conocida por aparejadores (maestros) y alarifes procedentes de España.

Desde el punto de vista climático, los patios interiores funcionaban como acondicionadores del confort ambiental. Por su ubicación centralizada atraían corrientes de aire, comportándose como túneles de vientos, o bien como chimeneas que generaban movimientos de aire desde abajo hacia arriba por diferencia de presión y temperatura. Estos efectos se alimentaban con los vientos alisios por el día y los terrales nocturnos, los vientos catabáticos y anabáticos próximos a las montañas, creando un ambiente interior de confort y bienestar a todas horas del día y de la noche.

En ausencia de redes hidráulicas y sanitarias, construían el aljibe, un pozo colector de aguas lluvias, alimentado por las famosas cañerías y gárgolas. Una solución muy efectiva en zonas de altas precipitaciones pluviales como la nuestra, así como la unidad integrada de séptico y filtrante.

Resalta la gran coherencia arquitectónica de la zona, armoniosa, fresca, con escala unificadora y estilo definido. Ha sido reconocida por su unidad técnica constructiva y estructural morisca, con soluciones especiales únicas, plazas que funcionaban como patios interiores a escala urbana, convirtiéndose en el principal pulmón de la ciudad.

“Traigo estas consideraciones como preámbulo para llamar la atención de las instituciones culturales, universidades, autoridades turísticas… al no haberse asumido este legado histórico en su justo valor”, concluye el arquitecto Enriquillo Peralta.

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