El pecado de El hembro

El pecado de El hembro

De elevada estatura, fuerte contextura física, y espesa cabellera negra, mi amigo coleccionaba novias.

    Uso  la palabra novias, porque lo que relataré sucedió en la década del cincuenta  periodo en que la casi totalidad de las relaciones de pareja juveniles no eran todavía con acostadas y dormidas.

    Por su ostensible pegada con las mujeres, aquel jovenzuelo se tornó vanidoso, aprovechando cualquier oportunidad para hacer alarde de lo que llamaba “su condición de hembro irresistible”.

    Por la frecuencia con que usaba la gramaticalmente incorrecta versión masculina de la palabra hembra, sus amigos lo apodaron “el hembro”.

    El sobrenombre se impuso de manera tan contundente, que olvidé su nombre de pila, y lo mismo le ocurre a la totalidad de nuestros amigos comunes.

    Esto se debe a que nadie ha tenido noticias de él desde que emigró hacia la nación mexicana, con la aspiración manifiesta de convertirse en galán del cine azteca, algo que al parecer no logró.

    Nunca olvidaré aquella fiestecita familiar bailable donde participaba el hembro, quien como de costumbre sostenía insufribles monólogos de autocoba sobre sus atributos donjuanescos, ante forzosos y aburridos interlocutores.

    De repente, y al iniciarse en el tocadiscos la melodía de un hermoso bolero en la voz del cantante boricua Daniel Santos, se dirigió en línea recta hacia la más hermosa de las damitas presentes, y la invitó a bailar.

    Con expresión ceñuda la muchacha rechazó la petición. El hembro no se inmutó, y con ostensibles muestras de altivez, se acercó a otra jovencita, quien  también se negó a danzar con el apuesto joven.

   Al producirse el tercer rechazo, y con el rostro más enrojecido que una cachucha del equipo Escogido, el frustrado danzante abandonó la fiesta.

    Lo hizo alegando que al día siguiente enfrentaría un examen de álgebra en el liceo secundario donde cursaba estudios.

    Me acerqué a una de las que desairó a mi amigo para preguntarle los motivos de su actitud.

-Ese hombre es un engreído y un indiscreto. Una vez bailó conmigo en una fiesta de cumpleaños, y lo frené cada vez que intentaba pegarse mucho, y el sinvergüenza le dijo a muchísima gente que me había quemado, y que yo tenía un cerebro con él. La indiscreción es el peor pecado de un hombre frente a una mujer; peor incluso que la tacañería y la cobardía.

     Confieso que desde entonces aprendí, y apliqué la lección.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas