El peine caliente: historia del siglo XX

El peine caliente: historia del siglo XX

Era una mañana lluviosa y era casi claro para mí que los planes iban a barajarse, lo cual me daba una sensación que no podría describir. Tristeza pues ya teníamos un par de semanas planificando esta movida (mi madre y yo), pero al mismo tiempo sentía un alivio que no podía esconder fácilmente.

Era una mañana especial porque ese día mi cabello cambiaría de textura, y yo que siempre tuve el cabello difícil y rebelde, podría disfrutar de la satisfacción de levantarme tarde para ir al colegio y en menos de dos minutos con un cepillo y una gomita resolver el peinado.

Ese día me pasarían el peine caliente. La lluvia no barajó los planes y el peine ya estaba en el anafe, el carbón se ponía medio anaranjado y no sé si era el miedo, pero para mí el peine también se ponía anaranjado.

Estábamos en el patio de Dolores, la que vende los helados en pote de compota, ahí era donde le pasaban el peine a la mayoría del barrio. Ya quedábamos pocas sin pasar por esa silla.

Se acercaba el momentos y yo entrecerraba los ojos, no quería ver, no quería saber. Retiraron el peine del anafe, y antes de acercarlo se le pasaba un paño para retirar las cenizas que le dejaba el carbón.

Ese peine de hierro ahora lo recuerdo, parecía una herramienta prehistórica, como si alguien lo hubiese rescatado de algún museo y traído al patio de manera ilícita.
Lo acercaron a mi cabeza. “No te mueva muchacha!” dijo mi vecina, mientras yo escuchaba un cronchi cronchi en mis sienes, algo que freía sin aceite, algo tan cercano que me hacía pensar que al mínimo movimiento quedaría marcada en la frente con un sello de por vida.

El olor era inconfundible: cabello quemado, ese olor se quedó en mi cabeza por varias lavadas, como un souvenir del rito de iniciación.

“Ya tú ‘ta lista, mira qué bonita! Ahora sí parece gente, y hasta una pollina te puede hacé, eso sí, que no se te ocurra mojate esa cabeza”, me dijo la vecina, mientras yo escuchaba como acercaba la lluvia con el sonar del techo de zinc…

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