El peligro de la novela histórica: la ausencia de conflictos

El peligro de la novela histórica: la ausencia de conflictos

El peligro de escribir novelas, cuentos, poemas o teatro basado en hechos históricos reales es la ausencia de conflictos, uno de los rasgos específicos del ritmo-sentido como valor artístico de la escritura,pues los conflictos ya lo inscribió el que produjo el discurso ideólogico-informativo acerca de tales acontecimientos.

Antes de entrar en materia, ofrezco dos ejemplos para documentar el aserto del párrafo anterior. Enriquillo, de Manuel de Jesús Galván es una novela basada en acontecimientos históricos reales donde los conflictos de los personajes ya fueron escritos por los cronistas españoles y los historiadores dominicanos que les copiaron al pie de la letra. Igualmente sucede con La fiesta del Chivo, de Mario Vargas Llosa, pero con respecto a la historia, la trama y las peripecias del suceso histórico de la conspiración relatada minuto a minuto por algunos de los participantes y escrita luego en versiones distintas por historiadores, periodistas y cronistas y que terminó ajusticiamiento del dictador Rafael Trujillo el 30 de mayo de 1961.

El margen de maniobra de Galván y Vargas Llosa para la ficción total es limitadísimo con respecto, por ejemplo, a las llamadas novelas “históricas” de Víctor Hugo o los dramas de Shakespeare –Hamlet, por caso– o las novelas de Víctor Hugo, otro ejemplo, en Han de Islandia, Bug-Jargal, El último día de un condenado, Claude Gueux o Nuestra Señora de París, donde todo es simbólico, menos los hombres históricos de los personajes que aparecen en esas obras. O las novelas “hiustóricas” de Walter Scott, que de histórico tienen solamente los nombres de los reyes y personajes que vivieron en la realidad y todo lo otro es ficción.

Incluso Roland Barthes afirma que la aparición de nombres reales como Napoleón Bonaparte p. 180) y otros en S/Zde Balzac(México: Siglo XXI, 1980, p. 79) o en cualquier obra literaria está sometido a la lógica de la ficción. Y de histórico tienen solamente el apelativo, pues su aparición obedece a una “ilusión realista” o verosimilitud para hacerle creer al lector que la historia que se le cuenta ocurrió en la vida real porque esos personajes fueron testigos de lo que se está narrando, que no es ficción (S/Z.. Pero la novela moderna devaluó este procedimiento, ya caduco.
Lo mismo sucede con “Lo que vieron las casas victorianas”. Metonimia, pues “las casas no ven” nada, son objetos, pero suponen la existencia de los sujetos que los habitan. El protagonista simboliza, con el nombre de Ignacio Montilla Alonso, médico, las vivencias del Dr. José Augusto Puig (p. 247) y, con él, la historia de la política puertoplateña durante la dictadura trujillista y el tesón por salvar el patrimonio cultural de la ciudad. Pero también, la conexión de la oposición interna de algunos personajes al régimen, así como la complicidad, desde 1949, con el exilio dominicano en Puerto Rico y Cuba (Juancito Rodríguez, p. 81), sobre todo a partir de la expedición de Luperón, cuyo frente interno dirigido por Fernando Spignolio se agenció armas en Puerto Rico a fin de utilizarlas cuando la intentona guerrerista aterrizaba por Puerto Plata.

Montilla afectó, con su firme defensa del patrimonio cultural de la ciudad, los intereses de dos personajes poderosos: Hermógenes Cruzado Hidalgo y Fermento Patrón Torcido. Ambos se confabularon, contrataron a un sicario, fuera Santo o Papolo, lumpen y dirigente local del Partido Reformista, para asesinarle en su propio consultorio. Quien salió premiado fue Papolo, Éste obtuvo el puesto de Supervisor de Verificadores en la Aduana. Balaguer le felicitó en el acto de desguasamiento del patrimonio cultural al dar el primer picazo para la construcción de obras asignadas por contrato a Cruzado Hidalgo, testaferro, lo sospecho, de Patrón Torcido, millonario trepador social exitoso venido de la miseria. Como sospecho que Papolo contrató a Santo, expolicía y amante de su hermana Antonia, para matar al Dr.

Montilla. Esta Antonia había sido primero amante de Montilla. El texto no lo especifica, pero quien conocía a la víctima era Papolo, a quien el médico le había conseguido un empleo en el Ayuntamiento, pero le cancelaron por corrupto y él creyó que Montilla había sido el responsable de su despido y le cogió un odio mortal. ¿Qué cree usted si ha leído la novela?

Los personajes malvados en la novela llevan nombres con juego de palabra: Antonio del Atta=delator; Cruzado Hidalgo= cruzado reformista pero no hidalgo, Fermento Patrón Torcido=fomento de la conducta desviada.

En esta breve descripción de la historia real puertoplateña giran las acciones y peripecias de casi todos los personajes reales y ficticios de la novela enfrentados políticamente a favor y en contra de la dictadura, con cuyo procedimiento literario la obra empalma y reproduce en parte los testimonios y discursos históricos que han sido escritos por historiadores, periodistas, partícipes de la expedición de Luperón (Horacio Julio Ornes y Tulio Arvelo, por ejemplo) y de otros historiadores que en libros de investigación y manuales abordan ese episodio.

Mi hipótesis: Los elementos ideológico-informativos de la obra ya están dado por esos discursos ajenos, escritos como orales, que enfeudan el margen escaso de creatividad e imaginación a la ausencia de conflictos en la novela, pues los conflictos que figuran en ella son los de la tradición narrativa acerca de aquellos acontecimientos.

De ahí el peligro para el ritmo como orientación política del sentido de la escritura, modelo al que se acoge la felicidad de narrar historias, casi lo inverso de lo que ocurre con los discursos de los historiadores dominicanos, quienes describen los acontecimientos históricos sucedidos en el país desde 1844 hasta hoy como ficciones familiares de heroísmos oligárquicos, borran los conflictos de clase y sus ideologías, reproducen el racionalismo historicista de los políticos que excluyeron a las clases populares y a los pobres de la construcción del Estado, sin nación, creado por Santana y apuntalado por “liberales y conservadores que se convirtieron desde 1999 en bolos y coludos.

El único margen de maniobra para Galván y Vargas Llosa son esos pequeños momentos de diálogos de los personajes ficticios que pululan en su respectiva novela: las desconocidas acciones de Enriquillo y sus secuaces en las montañas del Bahoruco y el breve relato de la violación, exilio y regreso del Urania Cabral en La fiesta del Chivo, únicos momentos de imaginación no atada al discurso histórico con su conocida reproducción de las ideologías del mantenimiento del orden social y literario y que Barthes llama “vómito de los estereotipos” (Ibíd., p, 218).

El autor le imprimido interés a la narración y las peripecias de los personajes, dignos de la picaresca arribista de una amplia franja del campesinado y la pequeña burguesía urbana o marginal. Su malicia ladina les ha permitido sobrevivir. Unas veces como delatores y otras como revolucionarios trepadores en la asfixiante atmósfera de una oligarquía excluyente y al mismo tiempo paternalista.

Contiene su novela los mismos vicios de dicción propios de los escritores españoles y e hispanoamericanos y un final del autor en la página 247 que habría que eliminar en una futura edición para dar margen a la libertad del lector y no le sea tan explícito el rol del personaje central de la obra.

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