El peligro del leonelismo

El peligro del leonelismo

La historia dominicana está marcada por la dictadura y el continuismo. Hace sólo 32 años, en 1978, se inauguró una democracia electoral más o menos competitiva, y en estos 32 años, Balaguer gobernó 10, el PRD 12 y Leonel Fernández 10.

En sus 10 años, Balaguer recurrió a viejos métodos para mantenerse en el poder. No tenía que reprimir tanto porque ya no había oposición radical, pero utilizó los fraudes electorales para mantenerse en el poder. Sucumbió en su propio vicio y en 1994 tuvo que firmar la reforma constitucional que lo expulsó del poder en 1996.

El PRD tiene en su aval haber sido el motor de las luchas democráticas en el post-trujillismo, y actor central de la transición de 1978, pero en sus gobiernos ha fracasado en el manejo de la macroeconomía. Además, en vez de darle un giro democrático a la política dominicana, se adhirió al clientelismo y la corrupción, y después de la muerte de José F. Peña Gómez, también al personalismo continuista.

Leonel Fernández salió a la palestra pública cuando Juan Bosch lo escogió como compañero de boleta en 1994, en parte por su talento, pero también porque Bosch no quería junto a él ningún peledeísta que aspiraba abiertamente a acompañarle. Mañas de caudillo.

El deterioro biológico de Bosch y la imposibilidad constitucional de Balaguer para presentarse en 1996, hicieron posible el ascenso de Fernández al poder. Balaguer, también por maña de caudillo, no aupó ningún aspirante de su partido y se postuló nuevamente en el 2000, en el ocaso de su vida.

Muertos Peña, Bosch y Balaguer, y dada la debacle del gobierno de Hipólito Mejía, Leonel Fernández quedó como heredero del boschismo, del balaguerismo, y de un segmento del peñagomismo.

El elemento articulador de todos esos sectores ha sido Leonel Fernández, no el PLD como partido, aunque como resultado, el PLD se convirtiera en una maquinaria electoral.

La gestión de Fernández de 1996-2000 combinó intentos de institucionalización del Estado democrático con prácticas clientelistas y escándalos de corrupción. Pero en las gestiones a partir de 2004 se abandonó el avance en la institucionalidad democrática.

Muchos dirigentes, activistas y miembros del PLD se han acostumbrado a los beneficios del poder, ya sea mediante contratos jugosos, altas posiciones en la administración pública, simples empleos públicos, o pequeños beneficios sociales. La mayoría de ellos piensa que sólo con Leonel Fernández tienen un futuro electoral asegurado, y lo mismo sucede con los reformistas que pasaron al gobierno.

Por su parte, Leonel Fernández ha alimentado esa dependencia. Es el líder y presidente del PLD, pero su Comité Político tiene una composición estática y ha sido casi compacto en el apoyo al Presidente. El Comité Central apenas funciona y todas sus decisiones han sido pospuestas para un futuro Congreso que sólo tiene el nombre.

Sin institucionalizar el Estado ni el partido, el presidente Fernández ha fomentado el leonelismo, y a su favor tiene la historia del caudillismo dominicano.

En esa historia ha primado la sumisión a quien mejor garantice la distribución del pastel público a un grupo de privilegiados de capas medias y altas. Estos beneficiarios siempre se convierten en legitimadores de caudillos, y repartiendo migajas, también consiguen el apoyo de muchos pobres marginados.

La tragedia de esta historia caudillista, y el peligro de hoy, es que cuando se fomenta el personalismo se abandona el camino de la democracia, aunque se preserven simbolismos democráticos.

El poder encanta y envicia, con frecuencia nubla y ciega, y sin frenos lleva al autoritarismo. Este es el peligro del leonelismo.

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