El Peñón de las Animas

El Peñón de las Animas

 BEATO LEO
¡Doña, sálvenos! Fue un 21 de enero, Día de la Altagracia, exactamente a las seis y media de la tarde cuando el Chino se perdió en el pantano tal como ha estado el pueblo dominicano desde que el Fondo lo ha estado asesorando. La noche se cernía amenazante sobre la sábana donde acechaban los mosquitos vampiros y los murciélagos gigantes. De repente se escuchó un jolgorio de voces femeninas y, al sentir que su caballo se hundía hasta el pescuezo el Chino gritó despavorido:

«¡Doña, sálvenos!». Habló en plural, a su nombre y en nombre del caballo como si fueran dos compañeros inseparables.

– ¡Doña sálvenos!- relinchó el caballo El Chino pensó que era él mismo quien relinchaba.

– Sí, lo vamo a salvá- se escuchó la voz muy lejana como si se tratara del Banco Mundial.

Nunca se supo cuántas eran ni cómo llegaron, si a pié o a caballo. Sin embargo, una fuerza descomunal los lanzó hasta la otra orilla del pantano mientras el caballo relinchaba como lo ha estado el pueblo cada vez que el precio de la gasolina se dispara. Entonces el Chino empezó a rezar la Salve en latín y en voz alta:

– ¡Salve Regina, Mater Misericordiae!

– ¡Vita, Dulcedo, Spes nostra, salve!-relinchó el caballo también en latín como un fraile en cuatro patas. El Chino del susto pensó de nuevo que era él mismo el que relinchaba.

– ¡Gracias, Doña- gritó – gracias por salvarnos!.

-¡Gracias, Doña- relinchó también el caballo- gracias por salvarnos!.

Al volverse para verificar la identidad de su salvadora allí no había ni un alma. El silencio de las tumbas de Egipto reinaba en el pantano y el Chino, que no le tenía miedo a nada ni a nadie, empezó a temblar como una lagartija ciega en tiempos de agua como cuando la luz se ha ido por doce horas sin esperanza de que vuelva para quedarse.

-¿Dónde están? ¿Dónde se han metido?- preguntaba el Chino en la penumbra como un ventrílocuo demente en medio de la sábana.

– ¿Dónde están? ¿Dónde se han metido?- relinchó el caballo como en un eco salvaje. Pero el Chino una vez más hizo caso omiso a su compañero de viaje. Las luces del pueblo hasta entonces muy lejanas como la esperanza de que haya luz en sus calles parecían soles brillantes de otra galaxia.

– No te preocupes, viejo, ya pronto estaremos en el establo donde está tu yegüita esperándote- le confió el Chino a su caballo bayo como si éste fuera un pueblo latinoamericano comprometiéndose a entregarle el alma al Fondo Monetario.

– Si el dólar no sigue subiendo le mandaremos a decir una misa a las ánimas- le susurró con voz ronca el caballo cuando llegaron al portón del establo. Pero el Chino una vez más no logró escucharlo como si se tratara del Banco Interamericano. Se apeó de un salto y al quitarle el bozal de plata rozó las pestañas del caballo que se clavaron en él como si hubieran nacido ambos esa misma tarde de la misma madre. El relincho se escuchó puro, diáfano.

¡Carijo, compadre, qué suto ma grande no han dao esa jodía Anima!

Ahí fue cuando cayó en la cuenta de quien era el que le hablaba. Del impacto el Chino Duvergé, cura párroco nacido en La Romana, se desmayó tal como ha estado siempre el pueblo dominicano donde los animales hablan aunque nadie atine a escucharlos porque ahí se vive sin luz como en El Peñón de las Animas. Tal como viven la mayoría de los pueblos latinoamericanos.

Lo cuento tal como el Chino me lo había contado.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas