Ya se ha expresado y particularmente lo he escrito, que son los grandes desafíos los que despiertan y motorizan las reservas morales de los pueblos. En tal sentido, hace unos años se hizo imperioso el llamado para que las que se denomine reservas morales y espirituales de la sociedad se expresaran ante el peligro de que sucumbiera nuestro sistema político y hasta nuestra esencia fundamentada en principios éticos y morales. Buscando que se mantuviera alerta ante equilibristas que pretendieron hacer tambalear la cuerda que une la sensatez con la inseguridad nacional. Entendiendo que esas reservas morales y espirituales conformadas por hombres y mujeres conscientes de su obligación personal y de su responsabilidad ciudadana debía convertirse en fuentes de iniciativa ejemplar y motivadora.
Por eso, en los procesos electorales las personas no deben ser vistas como una materia humana sin personalidad y fundidas en una sola entidad física, en una sola energía y en un solo espíritu de los poderes de la sociedad. Porque los pueblos están constituidos por almas o personas humanas reunidas por las tareas comunes y por la conciencia común de sus familias y sus amigos. Y los pueblos son los que, pacientemente empujan las actividades de la inteligencia y del trabajo humano que pululan en las vidas individuales al ras del suelo de la existencia civilizada.
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El ser humano común, como alguien lo llamó, es aquel en el que hay que tener confianza, pues representa la gran multitud de los que están empeñados en las estructuras morales y sociales. Ellos despiertan la conciencia colectiva y quieren cumplir tareas comunes. Por eso, son la gran obra elemental y anónima de la vida humana; y normalmente no están tentados a creerse raza superior, porque su trabajo no está señalado y porque son los hombres del pueblo mismo.
Los seres humanos comunes no tienen, como algunos pudieran entender, juicios menos sanos que los que se creen superiores. En términos generales, no porque sean más inteligentes, sino porque están menos tentados. Sus posibilidades de errar en las grandes o pequeñas cuestiones que le interesan a él, es menor que la de las llamadas élites de gente que se consideran bien informadas, competentes, con poder de todo tipo, por contar con cultura popular y también de astucia.
De acuerdo a los postulados de la esencia del pensamiento democrático, las élites que se requieren, deben salir de las profundidades de los pueblos y deben estar compuestas por gente decidida a trabajar con el pueblo. Pero necesitan de quienes los ayuden a recomponer sus ideas, sus objetivos y abandonar los planes fundamentados en ilusiones y arrastres negativos para convertirlos en objetivos posibles y viables.
De acuerdo a lo anteriormente expresado, según mi criterio y sin ninguna intención de hacer propaganda proselitista, la opinión pública nacional ha llegado a convencerse y a comprender cada vez más, que para dejar definitivamente atrás las indelicadezas que perturbaron grandes núcleos sociales en todos los estamentos, no hay que inventar mucho ni experimentar conocidos ensayos. Reitero que no necesariamente hay que culpar a todos por igual de lo que haya acontecido en el pasado. Pero sí, que es necesario mantener consistencia en los postulados de moral. Procurando mayor fuerza y apoyo a los principios de la honestidad como símbolo de cristianismo y dominicanidad.