El pepino, un fruto controvertido

El pepino, un fruto controvertido

MADRID, EFE. En esto de las cosas de comer hay cosas en las que es imposible lograr un consenso generalizado, porque a nadie le dejan indiferentes: o encantan, o se las aborrece. En el reino de los vegetales, los máximos provocadores de esta “división de opiniones” son, sin duda, el ajo y el pepino.

Dejando hoy aparte al ajo, la verdad es que el mundo lleva miles de años dividido entre amigos y enemigos del pepino; la cosa no es de ahora.

Si el romano Apicius, en su compilación de recetas, recoge tres en las que el pepino es protagonista, Ateneo afirma en el siglo III de nuestra Era que “el pepino es difícil de digerir y de purgar del sistema; además, causa escalofríos, produce bilis e inhibe el coito”. Vaya, hombre.

Y mira que el pepino, por razones formales, podría haber estado en la lista de afrodisíacos. Pero no. El mundo ha estado dividido entre amigos y enemigos del pepino, no se vayan a creer que la cosa es de ahora. Diana Warburton, en su divertida “Guía de afrodisíacos”, dice que el pepino es muy “apagador” y, uniéndolo a la lechuga, advierte: “evite estos alimentos en los días soleados, cuando el amor flota en el aire”.

Pues vaya, porque es justo en los días soleados, cuando el calor aprieta, cuando más apetece el refrescante pepino, que es casi todo agua, pero que, al revés que el líquido elemento, no tiene nada de insípido. Sabe mucho, y ahí está otro problema: a mucha gente le sabe demasiado tiempo; vamos, que repite bastante.

Pero no tiene por qué ser así inevitablemente: basta con “purgarlo”. Todos los autores aconsejan cortarlo en finas rodajas, espolvorearlo con bastante sal y dejarlo un rato, escurriendo el líquido resultante. En casa, hacemos otra cosa, que funciona perfectamente: le cortamos ambas puntas y lo metemos en un cacharro con agua salada. Generalmente lo dejamos toda la noche, con algún cambio de agua, pero no hace falta tanto. Y después de ese tratamiento puedo garantizar que no repite en absoluto.

El pepino es una cucurbitácea, como el melón. Su nombre castellano viene del latín “pepo, -onis”, que significa melón. Su nombre científico, Cucumis sativus, ha dado origen, entre otros, a los términos francés (concombre) e inglés (cucumber) para designar al pepino, que también se llama en español cohombro. Es, como ya hemos dicho, conocido y apreciado-odiado desde tiempos muy antiguos.

En sopa fría

El pepino es parte integrante de algunas deliciosas sopas frías. Es normal poner un poco de pepino en el gazpacho. Pero hay una sopa fría, que puede ser, según la densidad que se le dé, una salsa o una bebida refrescante, en la que el pepino es el protagonista absoluto. Es griega de origen, y se llama tsatsiki.

Hay que rallar, a mano, un par de pepinos, previamente purgados, y mezclarlos en un bol, también a mano, con cuatro yogures; el proceso debe ser manual, porque es importante notar el pepino en la boca. Añadan a la mezcla medio vasito de aceite virgen de oliva y unas gotas de vinagre de Jerez o, si lo prefieren, zumo de limón. Incorporen sal, mejor marina, y un par de vueltas de molinillo de pimienta blanca.

Bien ligado todo, se sirve en soperitas individuales, espolvoreando por encima un poco de cebolleta o cebolla tierna, muy picada, y usando también algo de la parte verde para lograr un bonito efecto cromático. Cuando la pruebe, seguro que repetirá… pero usted, no el pepino. Claro que, si usted milita en el bando contrario, esta receta la importará justamente… un pepino.

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