El pequeño burgués sin  empleo es una cosa

El pequeño burgués sin  empleo es una cosa

Moscoso Puello  define la política como la ciencia de la audacia y en el país lo es porque el Estado ha sido confiscado por los políticos desde 1844

En la carta 7 es donde Francisco Moscoso Puello delinea el perfil definitivo del sujeto pequeño burgués dominicano y su manía por los empleos públicos, la cual le conduce a incursionar, obligatoriamente, en la política. Y, ambos, política y empleo público, definen, por lo menos hasta donde alcanza la vista desde el 1844 hasta el 2008, a este sujeto.

He estudiado solamente al sujeto pequeño burgués en el espacio de lo público, pues él evita, hasta donde le sea posible, entrar al sector privado, pues ahí el protagonismo pertenece al burgués propietario de los medios de producción. La política, como espacio por antonomasia de lo público, es donde el sujeto pequeño burgués se encuentra a sus anchas. En esta despliega todos sus vicios con impunidad. Como miembro del partido, su lealtad es hacia sí mismo y sus intereses personales y en segundo lugar al partido, una abstracción inexistente que se concreta en el local, en un edificio o en una casa destartalada del comité barrial. En el partido, el sujeto pequeño burgués despliega la primera categoría de su desorden mental: el tuteo. Hasta el presidente del partido –incluso si llega a ocupar el solio presidencial– es un compañero, es decir, un “tú”, a quien el sujeto pequeño burgués ha abrazado, manoteado y prometido su voto cada vez que se ha postulado para un cargo partidario o público.

 Moscoso Puello define la política como “la ciencia de la audacia”, y en nuestro país lo es porque el Estado fundado sobre el pueblo dominicano ha sido confiscado por los políticos desde 1844. Estos sustituyeron el papel de las clases sociales,  las instituciones y la nación, inexistente, debido a la falta de conciencia política, nacional y de unidad personal de los sujetos de nuestro sistema social.

Han desarrollado los pequeño burgueses, en este contexto cultural y sicológico, un culto extremo a la apariencia, a la deslealtad, al robo de los bienes públicos, al clientelismo sufragado con esos mismos bienes, a la retórica del elogio  fingido tan costoso que solamente se paga con dinero del presupuesto. Por eso no gusta el pequeño burgués ir a trabajar al sector privado, pues este cuenta con mecanismos cuya racionalidad capitalista impide hasta cierto grado la vigencia de estos vicios pequeños burgueses. No quiero decir que en el sector privado no ocurra este despliegue, pero el pequeño burgués debe trabajar con otros esquemas y bajo la más absoluta discreción. Cuando ocurre un desfalco en una empresa privada, si es muy sensible a la filtración en los medios de comunicación, los dueños de bancos y otras entidades financieras prefieren que esto no se sepa por dos razones principales: evitar el escándalo y ventilar públicamente su ineficiencia gerencial para detectar el fraude. En los casos fragrantes de las quiebras  de bancos por pequeños burgueses o burgueses, no ha sido posible evitar el escándalo porque había implicaciones con lo público. En los casos donde no hubo tales implicaciones, la situación muy bien pudo  circunscribirse al dominio de lo particular privado (Banco del Progreso, Bancrédito,  Mercantil…).

En el espacio de lo público es distinto. Aquí no ocurre nada. Reina la impunidad. La apariencia. El hacer creer. Cada cuatro años hay cambio de gobierno. El que sube acusa a unos cuantos funcionarios o sujetos vinculados al régimen anterior  y les envía, si puede, a prisión. Pero la sociedad sabe que esto es una pantomima, puro teatro, venganza personal entablada en contra de sujetos que se encuentran en el eslabón más débil de la cadena de mando, obediencia y servilismo. Los acusados se hacen los enfermos y les envían a prisión domiciliaria. Cuando la torta se vira, el gobierno que asciende, que es el de los reos, se desentiende judicialmente del caso y les envía a casa y vuelven a sus andadas.

Por eso es tan importante entrar en la política, pues esta brinda impunidad y “prestigio” publicitario para ascender, acumular y ser alguien proyectado por los medios de comunicación: “Un hombre sin un cargo público, en este país, no es un hombre completo.  Un cargo  público es algo indispensable para cumplir con los fines de la vida. La vida es algo, pero el cargo es casi todo. Un hombre sin cargo público es una cosa, un artefacto, no se le toma en cuenta nunca, ni siquiera se le mira. Porque lo que es digno de admiración, de codicia y de respeto, es el cargo.” (Carta 7, 42)

En este caso, Moscoso Puello compara dos situaciones: No es lo mismo decir don José Severo que decir el Señor Gobernador. Y el cargo público, según lo entiende la sicología que el sujeto pequeño burgués se ha tallado, le permite “salir del montón anónimo en este país, hay que tener un cargo, no importa cuál, el asunto es que no le llamen a uno por su nombre, esto es muy vulgar y no tiene significación. No es lo mismo Don Pancho a secas que Don Pancho el Aguacil”. (p. 43)

Consecuencia de esta manía por los cargos públicos: la entrada en política. A mayor grado cultural del prebendado, más vivirá de la apariencia. Como no le tiene lealtad a nada ni a nadie, su tema favorito es decir que es independiente, imparcial y objetivo en política, y que no le debe su cargo a nadie, sino a su capacidad. Ese es el tipo de político malicioso, el que se presta a todas las combinaciones: “Los políticos constituyen una casta especial de hombres [y mujeres) (dc) inficionados de un egoísmo morboso, devorados por las más bajas pasiones que usted pueda imaginarse y que aman apasionadamente la Hacienda Pública. La verdadera calamidad del trópico son estos señores políticos, los mosquitos, los huracanes, el mal de Bright, y el paludismo. No podría establecer diferencias importantes entre esas calamidades.” ( p. 45)

Le ha faltado a Moscoso Puello señalar los terremotos, otra de nuestras calamidades. El paludismo, que se creía erradicado, ha vuelto para quedarse. Y el cargo público habrá que declararlo una calamidad pública, pues quien lo ostenta, en un 99 por ciento acumulará riquezas a costa de los bienes públicos: “Los cargos públicos constituyen un medio de vida, el único medio de vida, cuando se aspira a una vida cómoda y desahogada. Es además una posición de defensa. Si no se tiene un cargo se está expuesto a muchas contingencias. Por el contrario, cuando se tiene alguno, se goza de consideraciones. ¿Qué es él? Es una pregunta que nos hacemos los dominicanos a menudo, para saber a qué atenernos. Y cuando “Él” es algo, cualquier cosa, procedemos con más cautela. Porque lo que inspira respeto  es el cargo, no el individuo. Puede este ser un sinvergüenza, pero si tiene un cargo, ya está limpio de todo y se le considera y se le estima. Así son las cosas en este país, señora.” (p.45-46)

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