El perdón está de moda

El perdón está de moda

Piden perdón los Papas
Perdón piden las realezas
Piden perdón los presidentes
Perdón piden los ricos
Los pobres piden perdón
Y hasta los asesinos piden perdón
Piden perdón los ladrones
Asaltantes y atracadores piden perdón
Perdón piden las mujeres
Y, en conclusión, todos piden perdón
Aunque ninguno lo entiende.

La parodia calderoniana no está de moda. De moda, está el perdón. El perdón está de moda, y lo que está de moda, no incomoda. Y mire que sí, que incomoda, aunque la cultura frívola haya puesto de moda el perdón, sin ninguna consecuencia, porque la relatividad y la permisividad han sembrado la irresponsabilidad en la era de la cultura “light”, el único tipo de cultura que soportan la globalización y el neoliberalismo enseñoreados momentáneamente a escala planetaria.

Existe, en consecuencia, una moral “light”, como la cerveza, la coca y los cigarrillos, como todos los productos de fábrica contemporáneos. Como existe una literatura light en los escaparates de las librerías de ciudades y aeropuertos, en los andenes de trenes o en las barberías, sustituta de los textos de valor.

En nombre de la cultura light, predomina el perdón “light”. Este corre de boca en boca creyendo reparar daño. Como existe en el mundo empresarial y político una jerga hueca impuesta por la globalización y el neoliberalismo, adoptada por el centro, las derechas y las izquierdas, tal como lo estudié en “El sujeto dominicano. Aspectos de su especificidad” (Santo Domingo: Editora Universitaria de la UASD, 2011). José Luis Taveras disecó esa jerga en Diario Libre (“Con trago en mano…” (1/XI/2018, p. 22).
El pedir perdón o disculparse por el daño causado a un prójimo se inscribe hoy en un discurso sin ética, sin responsabilidad, como una estrategia política de los sujetos violentos. El discurso del perdón es un discurso lleno de hipocresía, pura tartufería, puro fariseísmo, como diría un secuaz de Cristo. Y su rasgo distintivo, lo adivina uno de inmediato cuando oye a un asesino pedir perdón en el estrado a su víctima que yace a siete pies debajo de la tierra. El atracador o el asaltante que ha dejado baldada a su víctima cuando le arrancó el celular o la cartera, pide perdón, pero de la boca para afuera. El banquero o financista que ha desplumado a sus ahorrantes, les pide perdón, de la boca para afuera. Y todos los que han tenido un poder más grande que la víctima, suelen pedirle perdón, porque eso está de moda y gusta a todos, como el oro. Esa apariencia cae bien, el “lookinggood” de esta cultura “light” cae bien, porque relativista, casi todo el mundo mundano de bares y restaurantes, de sectas religiosas o fanatismos siglo-XXI, de complejos hoteleros todo incluido, de estadios deportivos o de “ring side” de cuadriláteros o artes marciales mixtas, hace lo mismo.
Hay, sin embargo, en contra de toda la máscara de las apariencias y del perdón de la cultura “light” o perdón para salir del paso, un perdón o disculpa ética que difiere radicalmente del perdón instrumental, el cual no debe ser aceptado bajo ninguna circunstancia si usted no quiere ser víctima reincidente de su victimario. Se trata del perdón o los cinco lenguajes de la disculpa. Es un concepto sicológico nuevo creado por los profesionales de la conducta Gary Chapman y Jenniffer Thomas en su libro homónimo (Carol Stream, Illinois: Tyndal House Publishers, 2006). Y la novedad va en contra de la costumbre, inveterada, de aceptar, ante el daño causado por el victimario a su prójimo, el simple enunciado de: “Perdóname, te pido perdón, no fue mi intención.”
Y usted, prójimo, que ha sido dañado de palabra y de acción por alguien, si acepta simplemente ese discurso, está irremediablemente condenado a que esa misma persona u otra le siga maltratando, porque si usted acepta el perdón o disculpa de esa manera, usted le está dando poder a esa otra persona, o a la próxima que aparezca, para que vuelva, en cualquier ocasión, a propinarle una paliza física o verbal.
No acepte ese discursito del perdón o disculpa sin ética política, sin responsabilidad. Siga al pie de la letra los cinco pasos de la disculpa o perdón eficaz. Primer paso: Que la persona que le ha causado el daño, sea físico, síquico, económico o de otro tipo, le exprese arrepentimiento por la acción o conducta empleada en contra suya; exíjale enérgicamente que diga que lo lamenta; segundo paso: Exíjale que acepte su responsabilidad por el daño que le ha hecho a usted, que le diga que se equivocó con usted; tercer paso: El causante del daño que le ha ocasionado a usted, debe proceder a restituir ese perjuicio. Exíjale que le diga: ¿Qué puedo hacer para reparar el daño que le causé? Entonces, usted, que posee la libertad de elegir, deberá escoger la forma en que el causante del daño debe repararlo. Puede ser una reparación sicológica o material. Y si es material, recuerde la fórmula D=M=D (dinero es igual a mercancía y mercancía igual a dinero y ahí es que duele, en el bolsillo); cuarto paso: La persona que le causó a usted el daño debe arrepentirse genuinamente, es decir, que debe repetirle a usted que no intentará volver a hacerlo; y quinto y último paso: El causante del daño deberá preguntarle a usted: ¿Me perdonas, por favor?
Cumplidos estos cinco pasos, usted pronunciará el perdón y no cargará con ningún fardo, o sea, que usted estará en paz con su conciencia. No acepte disculpas o perdones falsificados que no cumplan esos cinco pasos. De lo contrario, se expone usted a ser maltratado física o sicológicamente por el primer partidario de la cultura “light” que se encuentre al doblar de la esquina. Están estos maltratadores donde usted menos se lo imgaina. Dispuestos a practicar su poder con la primera persona que presente cara de víctima.
Casi siempre las personas que actúan maltratando a todo el que encuentran en su camino, lo hacen porque eso fue lo que vieron hacer en su hogar o aprendieron esa conducta antisocial en el barrio o en la escuela.

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