Las noticias pasan a ser importantes y secundarias sobre todo, y a veces exclusivamente, no tanto por su significación económica, política, cultural y social como por su carácter novedoso, sorprendente, insólito, escandaloso y espectacular.
Estas palabras, tomadas textualmente del libro “La civilización del espectáculo”, forman parte una pormenorizada radiografía que Mario Vargas Llosa, premio Nobel de Literatura, hace de las aberrantes distorsiones que se suceden en la masificada dinámica del mundo global de las comunicaciones y del periodismo en particular.
Como periodista que fue antes de trascender como escritor y que sigue ejerciendo a pesar de su fama, con libreta en mano a la usanza de los viejos reporteros, Vargas Llosa se refiere a un serio problema de cuestionamiento y credibilidad que afecta a comunicadores e incluso a medios que cuidaban su respetabilidad y prestigio profesional.
Parte de estas deformaciones se manifiestan por la malsana influencia de escenarios propicios para nutrir el morbo y la presión mediática, incluso con la utilización de claques con las cuales se busca inducir posturas a favor y en contra en la opinión pública sobre casos y litigios que deben ser ventilados y resueltos de forma exclusiva en las debidas instancias institucionales.
Los periodistas y medios de comunicación que se reputan como serios, amplios y responsables – no diría imparciales porque como señalara certeramente Ortega y Gasset, la imparcialidad “es un gran cuento chino” – no pueden prestarse o dejarse utilizar actuando como cajas de resonancia, a sabiendas de los manejos dirigidos y deliberados que se apartan de los principios fundamentales del buen periodismo.
Bien concebido y regido por principios, el periodismo tiene que ser minucioso en la recopilación y sustentación de las informaciones que ofrece al público y para lograrlo debe evitar envolverse emocionalmente con los acontecimientos y sus actores, como aconsejaba Kapuschinsky, ya que la guía debe ser siempre el interés general, no el sesgado y angosto que busca adeptos, defensores y propagandistas para sus causas particulares.
La defensa o la crítica, para ser válida y creíble no puede valerse del insulto y de algo tan degradante como la vocinglería irracional proveniente del tumulto.
La información pura y simple ha de estar exenta de opiniones, puesto que los juicios de valor deben estar reservados a los artículos, comentarios y editoriales y aún éstos deben ser equilibrados y prudentes para que tengan peso y acogida, sin que esto entrañe en ningún caso, temor, autocensura o restringir la libre expresión del pensamiento.
Sometidos a presiones de diversa índole, entre aspectos corporativos y financieros, además de ineludibles requerimientos sobre mediciones, rating y posicionamiento, los medios están obligados a mantener permanente contacto con las redes sociales, pero se exponen a perder credibilidad si replican sus contenidos sin una debida depuración.
En un ilustrativo trabajo sobre este tema, el periódico El Día tituló en su portada, “las redes, el foro público moderno”, en alusión al infame espacio que durante la dictadura trujillista se utilizaba en la prensa escrita para denigrar, descalificar y asesinar honras y reputaciones de personas y familias.
Estarlin Taveras, autor del trabajo, refiere que insultos en redes, una práctica común que lacera a internautas, son empleados por cientos de personas que se dedican a esperar momentos para atacar, y como aconsejan tratadistas y estudiosos del tema, los medios deben cuidarse de no reproducir aquellos mensajes, fotografías y memes cuya única finalidad es falsear, mentir y fomentar odios, resentimientos y frustraciones.
Vargas Llosa ha descrito este fenómeno del tiempo presente de forma magistral, basado en una penosa realidad que aterra a la gente sensible y consciente: “la frontera que tradicionalmente separaba al periodismo serio del escandaloso y amarillo ha ido perdiendo nitidez, llenándose de agujeros hasta en muchos casos evaporarse, al extremo de que es difícil en nuestros días establecer aquella diferencia en los distintos medios de información”. Más claro, ni el agua.