El perverso encanto de las oligarquías

El perverso encanto de las oligarquías

RAFAEL ACEVEDO
Me refiero a las oligarquías en plural porque hoy día, en nuestro país, estas son muchas. Las tales, como células cancerígenas, se reproducen incesantemente por el tumorado y deshilachado tejido social. La más tradicional, se compone de grupos semi endógamos, arraigados en el poder económico y social, que manejan a los gobiernos de turno con mayor o menor éxito. 

Este tipo de conformación social ha sido tan exitoso, que su modelo de comportamiento estratégico se reproduce en las élites obreras, en bancos y universidades, en asociaciones mutualistas, deportivas, recreativas y culturales, como también en las democráticas y participativas Ong de la sociedad civil, entre otras.

En algunas de éstas, los que iniciaron como desinteresados e idealistas promotores, hoy se perciben de forma natural como legítimos y únicos propietarios, sin serlos, y se ha llegado al extremo de, por ejemplo, vender una asociación de ahorros y préstamos por 90 millones de dólares, para repartírselos entre funcionarios de las mismas.

A diferencia de la mafia y el narcotráfico, éstas por si mismas no serían gran problema a no ser por su vocación al monopolio en sociedades de libre mercado y democrática participativa. En la era capitalista, han sido las pequeñas burguesías las que, en su constante trepar las escaleras del status, en lo que Fromm llamó el «mercado de la personalidad», han desarrollado el fascinante arte del glamour. Pero lo que en países de economías maduras ha sido celebrado como «el sutil y discreto encanto de la burguesía», aquí más bien se ha tratado de una perniciosa influencia de grupos burgueses con tendencia oligárquica. Galopando sobre las grandes pobrezas de nuestro país, se hallan estos cultores de la sensualidad, devotos y oficiantes de la gastronomía y del culto a Baco, contrastando con el comportamiento sobrio del ideal Schumpeteriano, innovador y asumidor de riesgos en pro del desarrolllo.

Mientras en Europa estas sofisticaciones han sido causa eficiente del desarrollo de la industria y del «marquétin», como dicen los españoles, en nuestra tierra ha servido para crear un efecto demostración que es pura violencia contra una clase media demasiado apurada por sobrevivir.

Lo peor de estas aberraciones culturales es que han succionado a gran parte de nuestra juventud más prometedora, en particular a los que fueron grandes prospectos políticos. En nada se convirtieron las agallas y la moral campestre de los guapos del Cibao, y los talentos henchidos de revolución de jóvenes de Villa Fe y Santa Juana. No resistieron el perverso encanto de unos blanquitos que brindan queso de cabra y pan gallego de desayuno, que obsequian Lexus y Rolex a sus amistades. ¡Qué bien te ves, Frank, degustando Protos con pata negra al atardecer desde tu suite vista al mar! ¿Quién te hubiera dicho, Pedro, que tanta comodidad estropearía tu espíritu revolucionario? Cerebros brillantes se obnubilaron con paseos en yates, canonjías y juergas, al punto que ya no pudieron más que teorizar sobre leseras y vacuidades.

Algunos siquiera se detuvieron al resbalar con una cáscara de cabernet, de atolondrarse con Perignon; sino que a continuación se enriquecieron con el peculado y siguieron aún para la siguiente reelección, hasta el plus ultra de la desvergüenza y la impunidad.

Lo que muchos de ellos aún no descubren es que las oligarquías suelen excretar al foráneo cuando éste ya no le sirve o divierte. Lo asimilan sólo por excepción, acaso como eunuco. Por definición, la oligarquía es para pocos. La mayoría, irremediablemente afuera: con dinero pero sin honra ni poder; con ganas todavía de continuar. Son desechados también por sus congéneres y grupos de procedencia. Relegados a un limbo socio-político, como almas en pena, que no son ni de aquí ni de allá; no queridos por los ricos; que ya no se acostumbran a los pobres; que procurando escalar posiciones sociales, perdieron su oportunidad de aprender la vida decente de las gentes dignas de los pueblos; que cual Essaú, habiendo despreciado el plan de Dios, sólo les quedará tocar las puertas del propio Seol. «Y todo por culpa de las fornicaciones, de la ramera de hermosa gracia, maestra en hechizos, que seduce a las naciones con sus fornicaciones y a los pueblos con sus hechizos.» (Nahum, 3.4).

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