El petróleo y el islam

El petróleo y el islam

R. A. FONT BERNARD
El final, en apariencias inminente, de la confrontación militar que actualmente se escenifica en el área del Golfo Pérsico, no significará, al propio tiempo, la inmediata solución de la crisis geopolítica que desde antaño, acompaña a la economía del petróleo, en esa región.

El mundo islámico, poseedor de las mayores reservas de petróleo del globo terráqueo, comprende una extensión geográfica que se extiende desde Marruecos en el norte de Africa, hasta las lejanas islas indonesias. Y en esa vasta extensión territorial, el islamismo, como fé religiosa, tiene un poder superior al de las más sofisticadas armas de guerra modernas.

El control de esas reservas de petróleo, es lo que ha justificado la movilización de una fuerza militar de más de medio millón de hombres, bajo el discutible propósito de democratizar a Irak.

En esa coalición militar figuran tropas, cuyos respectivos países dejaron huellas culturales, y mantienen vinculaciones económicas, en naciones del área (Libia, Siria, y Egipto, por ejemplo), que en el pasado fueron sus colonias. No es ese el caso, precisamente, de la nación líder de la coalición, los Estados Unidos de América, cuya presencia en esa región data de apenas ochenta años, cuando un trotamundo llamado William Knox, encontró petróleo, en Kuwait, mientras barrenaba el suelo en la búsqueda de agua.

En el desarrollo de los acontecimientos que actualmente se escenifican en aquella región del mundo, es interesante advertir, que mientras las grandes compañías petroleras multinacionales (Esso, Texaco, Mobil, Shell, Gulf y BP), están vinculadas entre sí por un interés común derivado de la explotación comercial del petróleo, los países musulmanes lo están por la fe más sencilla y explícita que existe en el mundo, el islamismo. Los gobernantes de Arabia Saudita son en la actualidad enemigos políticos irreconciliables, pero son figuras históricas transitorias, que en nada influyen en la perennidad de una religión secular, el islamismo, que lejos de circunscribirse al terreno teológico, abarca todo el campo social, moldea el pensamiento, y determina las acciones del hombre, en un grado que no tiene paralelos en ninguna filosofía occidental. La clave de la fuerza de esa religión radica en la palabra «islam», que significa «sumisión total y abandono a Dios».

Para los creyentes islamitas (sean éstos argelinos, árabes o marroquíes), tan inseparable son la religión y la vida, como la fé y la política, y su convicción en la ubicuidad de Dios, como soberano y juez, los envuelve en un manto de dignidad y de confianza, que les permite sobrellevar con resignación las adversidades y librarse de caer en la apostasía.

En su sentido más amplio, el Islam representa una fraternidad establecida a la sombra de Dios, por sobre limitaciones raciales o geográficas, y cimentada por el propósito uniforme de cumplir con la voluntad divina.

El ser supremo del Islam, Alá corresponde básicamente al Dios de las religiones monoteístas que profesan los judíos y los cristianos. Empero, según los mahometanos, las Sagradas Escrituras no expresan cabalmente la palabra divina, como lo hace el Corán.

El Corán trata de las delicias del cielo y de los terrores del infierno. Por su lado vergeles, manantiales de agua fresca y mujeres virginales «de grandes ojos negros, lindas como perlas escondidas en fondo del mar»; y por el otro, seres pecadores, abrasados en llamas, azotados por vientos pestilentes y agua hirviente. Esto es, el Paraíso y el Purgatorio de los cristianos.

Si el Corán se escribió o no en vida de Mahoma, es algo que aún no se ha definido. Se sabe, sin embargo, que unos de sus secretarios preparó una versión que fue aprobada como texto canónico por una junta de creyentes. El libro sagrado de los mahometanos contiene muchas leyendas y tradiciones, de tramas parecidas a otras de la Biblia.

Mahoma no instituyó sacerdocio ni sacramento, pero si estableció ciertas prácticas piadosas conocidas como los Cuatro Pilares del Islam; 1) reconocimiento a la Unidad Divina y aceptación del dogma de que «no hay más Dios que Alá, y que Mahoma es el mensajero de Alá; 2) la oración, cinco veces al día, de cara a la Meca, en el lugar en donde el creyente pueda encontrarse, y los viernes en la mezquita; 3) La limosna como un holocausto a Alá y un acto de piedad; 4) el ayuno en el Ramadán, y la peregrinación a la Meca. Además de estos mandamientos centrales, el Corán encierra una cantidad inmensa de reglas de conducta y disposiciones legales. En tal sentido, prohíbe a los creyentes comer carne de cerdo, los juegos de azar y la usura, establece normas para el matrimonio y el divorcio, y fija castigos para los criminales. En uno de sus edictos más estrictos, condena la imaginería, lo que justifica que en ningún santuario del Islam, figura la imagen de Mahoma. El profeta, que sin duda fue un gran político, condenaba el «figureo», por el que piden sus cabezas los políticos de nuestro tiempo.

En el cumplimiento del concepto de la fraternidad impuesto por el Corán, coinciden por igual los mandatarios de la región, sean éstos príncipes o jeques, lo que queda demostrado en la actitud de reserva adoptada por la mayoría de los jefes de Estado de la región, en torno a Irak.

Cuando Mahoma nació, el año 570 A.C., la Meca era una floreciente metrópoli comercial, ubicada en la antigua ruta de las especias, entre la India y Siria. La hazaña de Cristóbal Colón en la búsqueda de una ruta que le condujese hacia el país de las especias, tendría lugar milenios después. En Bagdad, escenario de las leyendas de las Mil y Una Noche, florecía el arte, la filosofía, la poesía, las matemáticas y la medicina, cuando los países industrializados que en la actualidad disputan por el dominio del petróleo, tardarían siglos antes de cuajar en nacionalidades.

Entre la ciudad de Bagdad, actualmente destruida por los misiles de las fuerzas internacionales, y la ciudad de Washington, en donde se traza la estrategia política y militar tendente a dominar la geopolítica del Próximo Oriente, median varios milenios de la historia. Entre ambas ciudades, se interpone la religión islámica, que sirve de sustento a la unidad indivisible de Dios. A esa unidad tendrán que enfrentarse en el futuro los occidentales «barones del petróleo», luego de que los modernos misiles electrónicos de los aliados hayan llevado a cabo su labor de destrucción. El poder unificador del Islam es infinitamente superior al de los intereses de las «Siete Hermanas», y al de su brazo militar, el Pentágono.

Irak podrá ser un nuevo Vietnam para los Estados Unidos de América.

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