El petróleo y la geopolítica

El petróleo y la geopolítica

R. A. FONT BERNARD
El presidente de Venezuela, Hugo Chávez, recién ha declarado que en el subsuelo de su país, hay reservas de petróleo aseguradas para los próximos veinte años. Es una declaración que admite, implícitamente, que ese mineral continuará siendo utilizado, durante muchos años más, como agente de la geopolítica latinoamericana, con una particular incidencia en nuestro país.

Hasta hace aproximadamente ciento cincuenta años, el petróleo no estaba investido del excepcional protagonismo, que actualmente tiene, en la geopolítica mundial. En tal sentido, valga citar como ejemplo ilustrativo, que los barcos de guerra que participaron en la guerra hispanoamericana del 1895, activaban sus calderas con el carbón mineral. Y aún en los años iniciales del pasado siglo XX, la hulla era utilizada como la principal fuente de energía, en la mayor parte de los países industrializados del mundo.

No fue hasta el año 1912, en la antesala de la I Guerra Mundial, cuando el Primer Lord del Almirantazgo Británico, Winston Churchill, solicitó “como una decisión formidable”, convertir la poderosa flota de guerra de su país, de carbonífera a petrolífera. Dos años antes, en 1910, el secretario de la Marina de los Estados Unidos había presentado al Congreso un proyecto para modernizar la flota de guerra de su país, mediante la construcción de seis acorazados, “propulsados por máquinas Diesel a petróleo”. Entre esos acorazados figuró el bautizado con el nombre “Menphis”, de ingrata recordación para el pueblo dominicano.

(El empleo del carbón mineral, como combustible para sus buques de que guerra, había motivado el interés de los Estados Unidos, en el arrendamiento de la Bahía de Samaná, a mediados del siglo XIX, por considerarla como un lugar geográficamente estratégico para la instalación de un apostadero, guardián de sus intereses en el área del mar de las Antillas).

Desde los tiempos más remotos, el gas natural y el “betún” han delatado la presencia del petróleo en el Próximo Oriente. Existen informaciones, que datan de antiguas fuentes, de “eructos” gaseosos y de filtraciones bituminosas, en toda el área del Golfo Pérsico. Los llamados “fuegos eternos”, han iluminado el desierto árabe durante varios milenios. Y consta históricamente que los egipcios embalsaban a sus faraones muertos, con la ayuda de destilados del petróleo, procedente del Mar Rojo y del desierto occidental. Los Jardines Colgantes de Babilonia se sostuvieron mediante la utilización de la brea colocada entre los ladrillos con que fueron constituidos. Y como es sabido, en la Biblia, en Plinio, en Herodoto, y en los relatos de muchos viajeros antiguos, hay abundantes noticias, de la presencia y del empleo del petróleo en múltiples formas, ora como objeto de culto u ora para la iluminación, como medicamento, y aún como afrodisíaco, para los amantes, debilitados por la edad. Esto último consta testimonialmente, en muchos de los cuentos de “Las Mil y una Noches”.

De igual manera, en el “Diario del Almirante de la Mar Océana” Don Cristóbal Colón, figuran noticias referentes a la existencia del petróleo en las tierras recién descubiertas. “Muchas y muy variadas cosas traen a esta isla de otras tierras -escribió don Cristóbal-, la principal y muy codiciada es como una brea o betún, que es la base de la energía, la cual ha subido de precio demasiadamente. En vista de ello, los caciques de ésta tierra, invitan a los caciques de las tierras que produce dicho betún, que son las tierras de los Macuto y Tamanacos, Mayas y Aztecas”.

Y como dato de valor histórico, referente a nuestro país, es válido consignar, que en un Manifiesto dirigido “Al País” en 1866 por un grupo de dominicanos exiliados en Curazao, se protestó contra la disposición del presidente Buenaventura Báez, tendiente a entregarle a su hermano Fabián, utilizando mañosas negociaciones – “unos terrenos en la provincia de Azua, en los que se dá el petróleo”.

En la actualidad, en los lugares del Próximo Oriente, en donde el hombre bíblico extrajo la brea para mantener el culto al fuego, existen modernas y sofisticadas instalaciones industriales, que explotan los yacimientos petrolíferos, en fuentes no sospechadas por los antiguos, como son las aguas del Golfo Pérsico, y extensas regiones desérticas de la Arabia Saudí, de Kwai e Irak. Esas explotaciones no sólo tienen un interés mercantil para las Siete Hermanas -Exxon, Gulf, Texaco, Mobil, Shell y Amerabian-, sino que además un valor geopolítico, para las poderosas naciones industrializadas europeas y norteamericanas. Esto explica, en cierto modo, la fracasada aventura norteamericana en el Irak, esta última con una extensión territorial de 434.444 kilómetros cuadrados, y aproximadamente diez millones de habitantes.

Bagdad, la ciudad capital de Irak, ha sido el punto de convergencia de las rutas terrestres entre el Asia meridional y el Levante mediterráneo, desde los tiempos del Califa Harum-al-Rasif, hacia el año 760 a.c. Fue en esa ciudad – actualmente devastada por la más irracional de las guerras modernas, donde se desarrollaron los episodios de “Las Mil y una Noches”, con sus ya clásicos protagonistas Simbad el Marino, Alí Babá y los Cuarenta Ladrones, el Sastre Jorobado y otros, permanentes en la historia de la Literatura Universal.

Se me ocurre creer, que al decidirse la invasión de Irak, con el declarado propósito de liberar el pueblo iraquí de una tiranía, los estrategas de esa decisión ignoraron que el Islam representa una fraternidad, establecida a la sombra de Dios, por sobre las limitaciones raciales o geográficas, cimentada en el propósito uniforme de cumplir con la voluntad divina.

La palabra “Islam”, significa “sumisión total y abandono a Dios”. Y para los islamitas, el petróleo les fue regalado por la voluntad de Dios. Y es la agresión armada contra esa voluntad la que cada día retorna a los Estados Unidos de América los cadáveres de jóvenes soldados, ignorantes de que combaten en defensa de los intereses mercantiles de las “Siete Hermanas”.

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