Estamos acostumbrados a oír hablar del ritmo de crecimiento del PIB – Producto Interno Bruto – de un país como factor de medición del comportamiento de la economía durante un período determinado. Se trata de una medida macroeconómica que refleja el valor monetario del conjunto de la producción de bienes y servicios en un país y, consecuentemente, de cómo de comportó esa economía durante esa etapa, generalmente un año. Como indicador estadístico se supone representa el crecimiento o contracción de la economía en el período estudiado. En muchos países, como en este, el dato puede generar cuestionamientos sobre la certeza de la información. Muchas veces los críticos del dato oficial cuestionan el mismo sin percatarse que lo que realmente habría que ver cuáles son los sectores que, según la información, han determinado ese aumento cuando lo que en verdad hay que velar es el impacto que, en verdad, tuvo ese crecimiento en le nivel de vida de la población.
Aunque hace más de 50 años en los predios de la CEPAL hubo quienes plantearon la pertinencia de diferenciar entre crecimiento y desarrollo, que en aquellos momentos no se les hizo caso, hoy es una sólida realidad que no se puede ignorar en cualquier análisis serio. El PIB puede mostrar un comportamiento positivo sin que eso tenga un impacto en el nivel de vida de la población. Sin dudas, el comportamiento del PIB nos dice muchas cosas esenciales: mayores ingresos para el gobierno, un aumento por debajo del nivel de la inflación se refleja en el monto adquisitivo de los salarios y la disponibilidad de recursos en manos del Estado. No dice sobre la distribución del ingreso.
Aunque por muchos años se ha cuestionado la validez del PIB para medir con efectividad una economía, parece ser que en estos momentos se ha emprendido una embestida para sustituirlo como elemento decisivo para medir una economía. Un cuestionamiento clave es si el ingreso de una economía puede, efectivamente, ser un indicador de los niveles de bienestar de una sociedad. Hay quienes recuerdan que Robert Kennedy, por los sesenta, lo definió como indicador que “mide todo… excepto lo que hace que la vida valga la pena”.
El PNUD en los noventa del siglo XX incorporó al análisis el Índice de Desarrollo Humano – IDH – como indicador más capaz de medir el nivel de bienestar en los países. Aunque inicialmente se refería al análisis de indicadores cuantitativos, posteriormente incorporó elementos cualitativos que incluyen consideraciones políticas que, como quiera, por abarcador que quiera ser el análisis, incorpora consideraciones de carácter político.
Así las cosas, ha surgido una nueva propuesta partiendo de economistas de la Universidad de Harvard sustentadas en la pretensión de una real medición del progreso social mediante el Social Progress Index. Los promotores parten de que lo esencial es lo social y, por tanto, su índice pretende medir niveles de satisfacción de las necesidades sociales y nivel de bienestar.
Es un criterio que todavía no es universalmente aceptado.