El pico de la cotorra

El pico de la cotorra

La Cuca era muy observadora. No entraba alguien en la sala de la casa sin que tan pronto lo escuchara repitiera el nombre. Y lo decía en alta voz. En tono de gritos. Vociferaba.

Y el sonido retumbaba en toda la vivienda en donde vivía plácidamente con su dueña hasta aquel día. Consuegra cada mañana la sacaba de la jaula, le ponía de comer y cuando le decía el piojito, el pájaro de inmediato obedecía, y como si fuera ya un ritual,  bajaba la cabeza, inclinaba el pico hacia abajo y mostraba su cuello para que lo rascara con cuidado y  el esmero de siempre.

En señal de aprecio, ella levantaba sus alas, semicortadas para que no volara lejos, inclinaba sus plumas ligeramente hacia arriba, como dándole las gracias por el gesto, lo que Consuegra siempre apreciaba, ofreciéndole un poco más de comida.

En la sala de la casa, se recibía  a mucha gente. No faltaba un día que no entraran y salieran hasta dos y tres personas diferentes. A veces, duraban un rato, hablando de cualquier cosa. Se despedían no sin antes darse sus copazos.

Le encantaba aspirar y suspirar ese humo que a Cuca en principio le parecía extraño por su olor penetrante. Pero desde su lugar de la marquesina siempre escuchaba los nombres de los visitantes y los repetía, haciéndose la simpática por su buena memoria. Disfrutaba repetirlo como si deseara que escucharan su perfecta pronunciación.

O si aspirara a ser objeto de algún reconocimiento.  A pesar de su entrada en edad y haber sido extranjera, Consuegra no dejaba  esa costumbre de inhalar aquella sustancia de olor fuerte que al principio le resultaba molestoso a Cuca pero que a la postre terminaria acostumbrandose.

Era una tarde cuando vio que entraron muchas personas. Unas salieron,  y otras se quedaron en la casa, compartiendo como si fueran viejos conocidos.

Y la cotorra los observaba cuando Consuegra le decía que no tenía más, que ya no podía más, que era mejor que se fueran. El ambiente se tornó raro. Denso. Violento. Escuchó cuando uno le mencionó al otro que había que resolver con ella de una vez si no le conseguía más del asunto.

 Y se dio cuenta que la amenaza iba en serio cuando trajeron el cuchillo. Consuegra los mencionaba por sus nombres. Y les pidió que no relajaran con eso.

Que tuvieran cuidado. Que no se atrevieran. Es más les imploró, les rogó. Les dijo que de verdad no tenía más. Que mejor se fueran. Que le dejaran tranquila. Y de repente, ruido, más ruido, mucho ruido.

Gritos desesperados invadieron en la sala pequeña de esa casa. Y de pronto, un silencio. Un trágico y temible silencio inundo por todo el hogar luego que los hombres huyeran despavoridos.

Y la sangre corría por la sala. Y sobre su cuerpo se paró la Cuca como si intentara rescatarla o al menos hacerle una penosa compañía.

Era como si deseara que le prestara atención, que le pidiera el piojito, y que le diera comida. Pero ya Consuegra,  en su charco de sangre, con perforaciones en el torax y el cuello, no podía hacerle caso.

En medio de  esa pesadumbre, la encontró la Policía, después de un largo rato, medio ensangrentada por el cadáver acribillado, repitiendo los nombres  que había escuchado ese día. Al verla  y oírle, los investigadores la detuvieron para someterla a investigación.  La condujeron a un cuarto bajo custodia para iniciar la búsqueda   que permitiera esclarecer las pistas de tan aberrante crimen.

Pero el pico de la Cuca no callaba. Repetía y repetía, como una  buena cotorra, los nombres  que había oído como fiel testimonio de lo visto esa tarde del crimen.

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