El pico, la soledad y la verdad

El pico, la soledad y la verdad

José Manuel Torres, actual director ejecutivo de la Asociación Dominicana de Zonas Francas, siendo recién egresado, vago y feliz me comentaba de su afición a subir al Pico Duarte y de la aflicción de su padre cuando José Manuel decidía subir «otra vez al Pico», cosa que su padre no lograba entender.

En realidad mucha gente creo que la mayoría de nuestra gente no entiende por qué una persona decide entrar al Parque «Armando Bermúdez» una y otra vez, y hasta más de diez veces, para llegar hasta la cima del Pico Duarte. Sabido es que algunas personas lo hacen por el negocio de guiar grupos, pero la mayoría de los que suben no. Una parte lo hace por saberse haber estado en el «techo del Caribe», otras personas lo hacen porque va la pareja, porque va el grupo, otras para retarse una y otra vez, y así por el estilo.

Pero subir al Pico Duarte tiene su aspecto filosófico, es adentrarse a la soledad y a la verdad. La cuestión (shakespeariana) es que es también enfrentarse a la soledad y a la verdad, y ambas cosas atemorizan. Enfrentarse a la soledad es exponerse físicamente a la indefensión. En la soledad del bosque de coníferas no existe la «protección» que supone la presencia de muchas personas o muchos edificios. Allí no están a mano los hospitales o los refugios contra huracanes. Y esa indefensión atemoriza.

Pero irse al Pico y a los parques nacionales que le rodean es también enfrentarse a la verdad: somos seres débiles, incapaces de competir en el medio natural (si no hemos sido entrenados previamente), ineptos, desadaptados naturalmente. Y al encontrarnos con la majestuosidad y el gigantismo del bosque de coníferas, con la magnificencia incalculable de la noche, la grandeza de las montañas, la potencia de los ríos, la fuerza de los vientos y el arredrante frío, descubrimos que ante semejante despliegue de poder somos menos que un diminuto canto rodado de dos centímetros cuadrados.

Y en medio de la corpulenta vegetación somos menos que el invisible jilguero, y hasta el pensar en la posible picadura del pequeñísimo (e inocuo) alacrán, habitante de la corteza podrida, nos sobrecoge de miedo.

Pero al regresar a la ciudad, ésta nos reincorpora a la despreciable criatura egocéntrica y todopoderosa que somos. Y esa reincorporación es la que al final de año buscamos abandonar otra vez yéndonos al Pico Duarte para reencontrarnos de nuevo con el yo atávico que nos llama desde el bosque. Por eso nos vamos una y otra vez al Pico, buscando ser una y otra vez personas, una y otra vez buenos y solidarios, para muchos, quizás las únicas veces que se sienten serlo.

LOS GUÍAS QUE NECESITAMOS

Aunque la Secretaría de Medio Ambiente ha hecho muchos esfuerzos en cubrir las necesidades de los parques nacionales todavía hay cosas que necesitamos mucho. Una de estas cosas es un equipo de guías intérpretes de los senderos.

Hasta ahora, los guías son prácticos lugareños empleados por sus conocimientos de los caminos y condiciones de las áreas que se protegen. Los guías que en realidad son recueros o muleros de las comunidades periféricas sirven muchísimo en la labor física, pero no en la interpretativa. Aunque se han dictado decenas de cursos y se han realizado decenas de entrenamientos, la falta de incorporación de personal con mayor nivel de cultura general, ecológica y didáctica, hace que los visitantes al Pico suban sin saber por donde van ni qué pueden obtener para su enriquecimiento cultural y natural.

Lo ideal es que los grupos suban en números que permitan a un guía ir exponiendo desde que se inicia el ascenso desde los puntos de entrada al Parque las razones de los diferentes cambios en la vegetación, los cambios en la temperatura, los nombres de las diferentes elevaciones que se observan, identificar la fauna (que por lo regular no vemos) y explicar por qué razón ésta se aleja de los senderos. Igualmente, los guías deben ir señalando las causas de los cambios geológicos, climáticos y ecológicos, la historia del área protegida, la razón de su protección, su importancia para la base natural de nuestros recursos principalmente agua y suelos , las amenazas que penden sobre ella y la necesidad de sumar gente a las labores de protección y educación general.

La idea fundamental es que cada persona que entra a un Parque Nacional, y en este caso al Parque «Armando Bermúdez» y al Pico Duarte, salga con la convicción de que lo que se protege no es un paisaje, sino una cuna de la vida que nace día a día, y sin la cual nuestro país físico envejecería desnutrido y condenado a perder sus recursos.

LA FAUNA QUE NO VEMOS

Transitar por los caminos hasta el Pico Duarte parece a veces un paseo por un verde desierto, ello por la falta de movimiento de fauna. En realidad, los animales del Parque «Armando Bermúdez» tienden (lógicamente) a alejarse de los trillos ante la presencia de extraños que para ellos es la presencia de peligro. Y no están exentos de razón, conociendo a la gente. Además, el temor a la soledad hace que los excursionistas hagan las rutas hablando, cantando, chillando, voceando, discutiendo y emitiendo miles de ruidos que para los animales significan señales de invasión y peligro.

En las zonas donde los animales se sienten seguros suelen encontrarse grandes grupos la avifauna, la mejor representada, siendo las más comunes la cotorra, el «cuatro ojos», la maroíta, los carpinteros, los cuervos, las ciguas palmeras, los papagayos, las perdices, los guaraguaos y las tórtolas. Los jilgueros, cantores de alta montaña, son difíciles de ver aunque puedan congregarse a cantar en coro.

Por las zonas de latifoliadas suelen aparecer palomas turcas, y más comunes son los caos, aunque no tanto el «pico cruzado».

En cuanto a los mamíferos, los animales grandes, abundan en el Parque los cerdos cimarrones y las jutías, pero por ser animales de hábitos nocturnos y alejados de la conglomeración humana es sumamente difícil verles para los ruidosos visitantes. De hábtos nocturnos son también las 12 especies de ranas reportadas en el Parque. Comunes son también las lagartijas Anolis, aunque no tan comunes son las que se encuentran habitando bajo piedras a resguardo del frío en zonas tan «inhospitas» como el Valle del Bao y de Macutico.

NOTAS GENERALES

Doce ríos de los más importantes del país nacen en el Parque «Armando Bermúdez», entre ellos el Yaque del Norte, el Yaque del Sur, el Bao y el Mao. En este parque se localiza la huella geológica de la historia volcánica de la Isla, con rocas de edades hasta de 100 millones de años y lechos sedimentarios con mucha información para la ciencia que estudia la corteza terrestre.

Aquí se encuentran las mayores elevaciones del Caribe: Pico Duarte (3,087 metros sobre el nivel del mar), La Pelona (3,085 metros), La Rusilla (3,038 metros) y Pico del Yaque (2,760 metros).

Se registran temperaturas permanentes bajo 0C. en muchos lugares del Parque. En lugares como la sabana de Macutico se registran temperaturas de 8C. más bajas aún. El clima está muy influenciado por los vientos alisios que provienen del noreste, los cuales pueden traer hasta 4,000 mm de lluvia por año en algunos puntos.

La cobertura vegetal del Parque Nacional «Armando Bermúdez» está compuesta principalmente de la especie endémica Pinus occidentalis, cuya masa boscosa es fundamental para el equilibrio ecológico de la Isla, constituyéndose como factor regulador del clima y pulmón generador de aire.

En las zonas más bajas aparecen bosques de plantas de hojas anchas y bosques mixtos mezclados con coníferas. Hay dos tipos de bosques latifoliados siempre verdes: los bosques nublados y los bosques ribereños. Estos últimos crecen en forma de galería a los lados de los ríos.

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