No le hagas ningún daño al muchacho, porque ya sé que tienes temor de Dios, pues no te negaste a darme tu único hijo. Génesis 22: 12
Abraham tuvo el privilegio de hablar con Dios y ser llamado por su nombre porque Su propósito era llevarlo a su destino. No podía dejarlo solo, porque sería imposible que lo cumpliera. Para Abraham cumplir el propósito específico de parte de Dios necesitaba ser guiado por Él, a fin de que no se desviara en uno u otro sentido. Vemos su historia; tuvo que pasar por duras pruebas las cuales, si Dios no hubiera estado con Él, no habría podido soportar.
Si nos pusiéramos en el lugar de Abraham cuando tuvo que entregar a su hijo… Sería terrible e inaguantable saber que tienes que matar lo que más amas. Pero la obediencia que aprendió lo llevó a hacerlo sin cuestionarlo. Por eso, en el momento del sacrificio, Dios le habló y le dijo: “No extiendas tu mano sobre el muchacho, porque sé que me temes”.
Abraham tenía que ser probado para poder alcanzar su propósito: Padre de multitudes. Esto nos enseña que entre más grande es el propósito, mayores son las pruebas que tendremos que pasar. Y si Abraham venció, nosotros tenemos que creer que también venceremos. Solamente tenemos que ver la actitud de Abraham y con qué fidelidad obedeció, cumpliendo con todo lo que se le había ordenado. Obedezcamos a Dios, porque Su plan es perfecto y sólo Él conoce el camino para que nuestro propósito se cumpla.
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