El planeta de los besos

El planeta de los besos

En aquel extraño mundo, seres sin labios se alimentaban de besos, emociones y sentimientos. En este insólito planeta, los besos eran el combustible que movía todo. Los labios son dioses; los proveedores de la vida, de la existencia. Al caminar por las calles leía letreros esclarecedores: “especiales de miradas al 2 X 1”, “solo por hoy abrazos a mitad de precio”, “compre dos abrazos y lleve una caricia gratis”.

Supe que en los hospitales realizaban transfusiones de amor, inyectaban comprensión y alimentaban a los pacientes con mimos y cuidados. Al momento de ingresar a algún paciente, lo sometían a un examen en la máquina del equilibrio emocional. Este interesante equipo realizaba una radiografía diagnosticando lo que necesitaba cada persona. A la entrada del centro sanitario había letreros con slogans tales como: “Done amor. Con el amor y la comprensión mientras más se da… más se tiene”. Entonces comprendí que la única forma de vivir era dando vida, la única forma de no morir era dando amor.

Llamó mi atención una sala de cuidados para las personas que desearan ser inmortales. “¿Quiere ser inmortal? Entre”. Rezaba en el letrero. Ante tan tentadora oferta, decidí asomarme. Me encontré con un extraño ser que dijo ser oriundo del planeta de los besos.

Luego de charlar durante un rato, me atreví a preguntarle: cómo podría hacerme inmortal

—Amando —dijo sin una sombra de duda—. Esa es la única forma de hacerse inmortal.
—Y añadió—. La muerte no tiene jurisdicción sobre el amor, sin embargo, el amor si tiene jurisdicción sobre la muerte.

—No entiendo —comenté atribulado.
—Si te aman, puedes morir físicamente, pero permanecerás en el corazón de cada persona que te recuerde, y esa es otra forma de vivir. De burlar a la muerte —continuó diciendo—. Existe en esta parte del planeta un banco donde se pueden guardar las emociones, allí se depositan: alegrías, recuerdos, tristezas, pasiones, frustraciones, amor y odio; luego, estos depósitos se convierten en éxitos o fracasos personales, siempre dependiendo de lo que se haya depositado.
Deambulaba sin rumbo mientras iba sospechando del carácter interesado, casi mercantilista que entrañaba ese tipo de relación. Si yo prodigaba afectos, recibía a cambio los beneficios anunciados; entonces no era amor, porque el amor verdadero es desinteresado; sin embargo, en ese lugar todo giraba en torno a los afectos, pero seguí meditando mientras paseaba.
A medida de que me fui acercando, corroboraba que una muchacha me observaba inquisitiva desde que había entrado en su campo visual. Yo, con cierto pudor, también me fijé, determinando que a su belleza serena, le restaba vida y emoción la ausencia de labios. Eso me indujo a fantasear sobre la invaluable contribución que dos pétalos dibujados sobre su boca aportarían en forma de palabra, de sonrisa…, o de beso.
Mientras charlamos tan animadamente, con la mirada como solo lo hacen las almas gemelas, ella me aclaró ciertos conceptos, pero además me entendía y me consolaba a medida que afloraba mi frustración fruto de mis contradicciones.
En un momento dado, me miró fijamente y con toda naturalidad me pidió que la besara. Dudé en principio, pero lo hice. Ella se deleitó entrecerrando los ojos en el proceso de la transfusión vital que recibía.
—Lo ves… —me dijo después muy segura—. Tú, que tienes labios, me has besado porque te lo he pedido, pero yo no los tengo… Y aún así, sabiendo que no puedo devolverte el beso, lo has hecho con agrado. ¿Me equivoco?
—No —contesté sin pensarlo.
—Entonces deberías ser consciente de tu generosidad. Por el hecho de besarme me has regalado vida. Tal vez ni te dio tiempo pensarlo, pero lo cierto es que sin esperar nada a cambio, lo hiciste sin dudar; pero fíjate, no solo me has alimentado a mí, sino que has entrado en el engranaje de la entrega. Una maquinaria en la que fluye el amor… que es el combustible que mueve el mundo.
—Entonces, —alegué yo—, fluye con roles diferentes, en unos de manera activa y en otros, pasiva; es decir, unos dan, otros reciben, pero todos se benefician…
—No exactamente. En nuestro caso ambos damos. Tú me has besado con los labios; yo lo he hecho con el alma.
«Besar con el alma» medité despacio…
Y de pronto me sentí unido a esa mujer como si los dos fuésemos un solo cuerpo, y el todo, igual a la suma de las partes.
Pero también constaté con rotunda contundencia mi rol en la vida de aquel extraño planeta que pareciera haber estado siempre ahí, esperando que en mi transitar alcanzara la convergencia. Ahora comprendía. Sabía que yo era una pieza que encajaba perfectamente en el engranaje que con el combustible del amor movía el mundo. Su mundo.
Y supe con lúcida clarividencia que quedaría irremisiblemente enraizado a la mujer sin labios que tenía a mi lado y a su extraño mundo… que ahora era el mío.

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