El planeta que destruimos

<p>El planeta que destruimos</p>

  FABIO R. HERRERA-MINIÑO
El pasado 16 de febrero se cumplió el primer aniversario del inicio de la implementación del Protocolo de Kyoto, mediante el cual se pretende que los países desaceleren la destrucción de la Tierra, por el tremendo incremento de las emanaciones de gases que activan gravemente el calentamiento global.

En 1997 todos los países miembros de las Naciones Unidas se dieron cita en la hermosa ciudad japonesa de Kyoto para establecer los reglamentos y parámetros que frenaran el exagerado incremento de las emanaciones de gases que han ido destruyendo la capa de ozono y afectando la temperatura global hasta tal punto, que su aumento para fines de este siglo XXI provocará que muchas ciudades quedarán sumergidas bajo las aguas de los mares y la descongelación parcial de los casquetes helados de los polos.

El Protocolo de Kyoto fue firmado por casi todos los países con el compromiso de ponerlo en vigencia para la fecha del pasado 16 de febrero, con excepción de la nación más contaminante de la Tierra que lo es Estados Unidos, colocándose al margen, pese que ahora han anunciado planes de disminuir en 20% el consumo de combustibles fósiles para el 2012, que ocasionan tantos daños al medio ambiente.

Las naciones en vías de desarrollo protestaron por la camisa de fuerza que significa para ellos someterse a restricciones en la emisión de gases. Ven el ejemplo de que la nación más poderosa de la Tierra había basado su desarrollo y prosperidad en base a la contaminación que emanaban de sus poderosas industrias, de sus plantas de energía de generación con petróleo y carbón y además los millones de vehículos que circulan por sus vías públicas.

Para Brasil, China, India, Méjico y otros más, les resultaba muy punitivo que se controlaran las emisiones de gases que ahora son esenciales para el desarrollo y progreso tal como lo conocemos, dejando sin sanciones a las naciones responsables de que el planeta podría colapsar en menos de dos siglos, siempre y cuando no aparezca una fórmula salvadora de sistemas que modifiquen por completo el sistema de combustión conocido.

Países como el nuestro, donde el grado de degradación va en proporción directa al descuido y aumento de la ignorancia, se le complica prescindir de los medios contaminantes en momentos que se considera como una panacea que se instalen plantas a carbón en la Bahía de Ocoa y en la de Manzanillo, a sabiendas de los riesgos que tales plantas conlleva. Hasta ahora el rock ash de las plantas de Itabo es depositado en profundos hoyos en las cercanías de Cambelén en San Cristóbal, sin provocar daños.

Por el calentamiento global, que ocurriría para fines de siglo, con la elevación del nivel del mar, ciudades dominicanas como Nagua y Barahona así como las costas del Este podrían quedar sumergidas y hasta sería posible que se restaure el canal que comunicaba la bahía de Neyba con la bahía de Puerto Príncipe en Haití. Una buena parte de la Florida quedaría bajo las aguas, recordando aquella Atlántica que quedaba en sus cercanías.

Pero tales cosas son presunciones, y al igual que los Estados Unidos, todos esperamos un golpe de suerte científico con la aparición de nuevos métodos de combustión y producción de energía que no sea solo la nuclear.

Aparte de la hidroeléctrica, la eólica o la solar pudieran aparecer sistemas que aprovecharían eficientemente el hidrógeno y hasta el nitrógeno, de tal abundancia en la Naturaleza, que significaría un cambio radical para los humanos que así podría ver disminuir su cuota de responsabilidad por el estado a que han llevado el medio ambiente global.

El afán de lucro de los humanas de todas las generaciones, que han hollado la superficie de la Tierra, han contribuido al deterioro de las condiciones de vida, al ir destruyendo el hábitat para extraer desmedidamente sus recursos, sin pensar lo que ocurriría al desplome de los recursos naturales y su contaminación por una explotación inadecuada y sin rigores conservacionistas ni científicos.

Las naciones desarrolladas buscaron su máximo beneficio en sus actividades industriales, tal como lo pregona el capitalismo, que llevó a los Estados Unidos a convertirse en la nación más poderosa de la Tierra, arrollando la salud mundial con el impacto negativo que han provocado con su enorme cuota de responsabilidad por el aumento de efecto invernadero, con el progresivo aumento de las temperaturas perturbadoras de todos los fenómenos naturales en especial el ciclo de lluvias, del cual dependen todas las naciones en el sostenimiento de la vida y el desarrollo de sus habitantes.

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