República Dominicana se encuentra, hoy por hoy, en falta consigo misma y contra el medio ambiente que la rodea por desechar inconteniblemente objetos confeccionados con materiales que agreden a la naturaleza y amenazan los ecosistemas. Lo que más garantizaría la neutralización total de sus dañinos impactos sería la prohibición a corto plazo de envases y utensilios de corta utilidad que van hacia la degradación de bosques, ríos y océanos amenazados en todo lo que bienechoramente significan para la humanidad.

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La cuota de responsabilidad que toca al país en protección a los recursos está menoscabada por vacíos de normativas que, para comenzar, obliguen a lograr el retorno a sus orígenes en importantes porcentajes de los embalajes de plástico para reutilización y reciclajes como mucho se logra con vidrios, papeles y cartones gracias a mecanismos de recolección y recompensas.

México, uno de los grandes consumidores de bebidas gaseosas, va ganando la guerra contra la nocividad del plástico con procesos que lo convierten en materia prima. Y en otros países de efectivos controles ecológicos las envolturas amigables con la naturaleza son obligatorias para muchos artículos en los que además el 80% de la basura de hogares y negocios llega a destinos municipales separada en sus componentes químicos y orgánicos para así propiciar un sano regreso a la naturaleza. Sin la adopción pronta de prácticas consecuentes, República Dominicana resultaría doblegada por sus despojos.